La Aventura de la Psicóloga Rosa



En una pequeña escuela de un barrio lleno de colores, vivía la Psicóloga Rosa. Era conocida por su gran sonrisa y su amor hacia los niños. Siempre decía que la empatía era como una brújula que nos ayuda a encontrar el camino hacia la comprensión de los demás. Un día, Rosa decidió que era el momento perfecto para ayudar a sus alumnos a entender la importancia de la empatía.

Rosa reunió a sus alumnos en el aula y les dijo: "Hoy vamos a embarcarnos en una aventura muy especial. Quiero que aprendan a ponerse en el lugar de los demás y entender cómo se sienten. Esto es la empatía."

Los niños, curiosos, murmuran entre ellos. De repente, aparece un amigo imaginario llamado Max, un simpático gato azul que podía hablar. "¡Hola, chicos! Soy Max y tengo una misión para ustedes. Deben ayudar a sus amigos a resolver problemas utilizando la empatía", explicó el gato.

Los niños se miraron emocionados, y Rosa les dio un mapa con distintas situaciones en las que podrían ayudar a otros. "Recuerden, cada vez que piensen en cómo se siente alguien más, darán un paso más hacia la empatía", les dijo Rosa.

El primer destello del mapa los llevó al parque, donde su compañero Lucas estaba llorando en un banco. "¿Qué te pasa, Lucas?", preguntó Juan.

"No quiero jugar porque siempre pierdo en los juegos de fútbol y me siento mal", respondió Lucas con tristeza.

Los chicos miraron a Rosa, quien sonrió e intervino: "Recuerden, amigos, ¿cómo se sentirían ustedes si perdieran?

- Yo me sentiría frustrado", dijo Sofía.

"Y yo, triste", agregó Mateo.

"Eso es, ¡miremos desde la perspectiva de Lucas!", dijo Rosa.

"Vamos a jugar un juego donde todos tengamos la misma oportunidad de ganar. Y si alguno pierde, lo alentamos a seguir jugando", sugirió Sofía.

Los niños aceptaron y comenzaron a jugar, disfrutando de cada momento. Lucas se sintió mejor y pronto estaba riendo junto a sus amigos.

El siguiente lugar en el mapa era la casa de Emma, quien estaba guardando silencio. "¿Qué te ocurre, Emma?", preguntó Mateo.

"No quiero hablar, hoy no estoy bien", dijo Emma con un susurro.

Rosa miró a los niños y les dijo: "Pensemos en cómo se siente Emma. ¿Cómo nos sentiríamos si quisiéramos que alguien nos entendiera, pero no encontráramos las palabras?"

"Yo me sentiría sola", contestó Sofía.

"Y yo, angustiada", añadió Juan.

"Podemos estar con ella sin apurarla. Simplemente, ofrecerle nuestro apoyo", sugirió Mateo.

Los chicos se sentaron en silencio junto a Emma, sin forzarla a hablar. Con el tiempo, ella rompió el silencio y compartió que estaba triste porque se sentía perdida en la clase de matemáticas.

"Podemos ayudarla a estudiar juntas después de clases", propuso Sofía, y todos asintieron entusiasmados.

Así, los días siguieron llenos de aventuras y situaciones. Los niños se encontraron en un dilema al ver que un compañero, Agus, había sido excluido de un juego.

"Vamos a preguntarle cómo se siente", sugirió Mateo.

"¡Sí!", exclamaron los demás. Se acercaron a Agus.

"Agus, ¿quieres contarnos qué sientes?", preguntó Juan.

"No me siento querido, siempre me dejan de lado y eso duele mucho", respondió Agus, con lágrimas en los ojos.

Los niños, con la guía de Rosa, le dijeron: "No queremos que te sientas así. Todos somos parte de este equipo y queremos que todos se sientan incluidos. ¡Juguemos juntos!"

Rosa sintió una gran alegría al ver cómo los niños empezaron a aplicar lo que habían aprendido. Al final de la semana, Rosa los llevó a la sala y les dijo: "Estoy muy orgullosa de lo que han logrado. ¿Qué les enseñó esta aventura?"

"Que todos tenemos sentimientos y que es importante entenderlos", dijo Sofía.

"Y que ser empáticos nos hace mejores amigos y compañeros", agregó Juan.

Rosa sonrió y les dijo: "Exactamente, la empatía no sólo es entender a los demás, sino también ayudarles y recorrer el camino a su lado. Así, todos podemos vivir en un mundo más amable."

Los niños aplaudieron y, desde aquel día, se convirtieron en los embajadores de la empatía en su escuela. Juntos, aprendieron que a través de la empatía, podían construir un lugar donde todos se sintieran valorados y comprendidos. Y con una sonrisa, la Psicóloga Rosa supo que sus alumnos se llevarían esa lección para siempre.

FIN.

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