La Aventura de la Sala Amarilla
Era un hermoso día de septiembre cuando la nueva docente, Sofía, llegó a la sala amarilla del jardín de infantes. Sus 21 personitas fueron recibidas con sonrisas y miradas curiosas. Sofía estaba emocionada, pero también un poco nerviosa.
"¡Hola, chicos! Soy la señorita Sofía y estaré con ustedes este año. Vamos a vivir muchas aventuras juntos", dijo mientras mostraba una gran sonrisa.
Los niños la miraron con ojos brillantes. Uno de ellos, Tomi, levantó la mano.
"¿Vamos a jugar mucho, señorita Sofía?"
"¡Claro que sí! El juego es una de las mejores maneras de aprender", respondió ella.
Esa mañana estuvo llena de risas, canciones y juegos. Cada niño tenía su personalidad: Ana era muy creativa y siempre traía ideas para las manualidades, mientras que Martín tenía una capacidad asombrosa para contar chistes.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, Martín se escondió tan bien que no lo encontraron durante un buen rato.
"¿Dónde estará Martín?", se preguntaron todos, preocupándose.
"No se asusten, seguramente está perdido en el mundo de la imaginación", dijo Sofía sonriendo, tratando de calmar a todos.
"Voy a hacer un cartel que diga 'Soy Martín y estoy perdido', así me encuentran", bromeó Ana al escuchar a la señorita.
Finalmente, Martín salió de su escondite riendo, y todos hicieron una gran ovación.
"¡Siempre es bueno jugar al escondite!", dijo él con orgullo.
Pero un jueves, las cosas tomaron un giro inesperado. Las luces se apagaron repentinamente en la sala, asustando a varios niños.
"¡Apaaa!", gritó Lucía.
"No se preocupen, chicos, esto es solo un corte de luz. Vamos a aprovechar este momento para contar historias", sugirió Sofía, tratando de hacer que se sintieran más cómodos.
"¿Y si apagamos todas las luces del mundo? !", gritó Nico con su imaginación volando.
Todos rieron, y Sofía comenzó a contarles la historia de una gran aventura de un pequeño héroe que debía volver a encender las luces del mundo. Los niños escuchaban atentos, inmersos en cada palabra.
"¿Y qué le pasó al héroe después?", preguntó Vicente con curiosidad.
"¡Eso lo decidimos juntos!", respondió Sofía. Screatanó
Los niños comenzaron a proponer ideas; un dragón, un castillo, un lago misterioso. Con cada propuesta, la historia crecía y se volvía más emocionante. Poco a poco, comenzaron a perder el miedo a la oscuridad.
Finalmente, después de varias aventuras imaginarias, el luz volvió y todos aplaudieron entusiasmados.
"¡Nosotros somos héroes y heroínas también!", gritó Ana.
"Sí, ¡y podemos encender las luces de nuestra imaginación siempre que queramos!", agregó Tomi.
Esa experiencia les enseñó a los niños que a veces las situaciones inesperadas pueden transformar su día de una manera positiva.
A medida que los días pasaron, el grupo se volvió más unido. Aprendieron a respetarse, a ayudar a los demás y a ser creativos.
Un día, Sofía decidió organizar una actividad de arte en el patio. Les trajo papel, pintura y pinceles.
"Hoy vamos a crear nuestro mural de la sala amarilla. Cada uno ahora puede aportar su idea. ¿Quieren comenzar?", preguntó entusiasmada Sofía.
"¡Yo quiero hacer un sol gigante!", gritó Martín.
"Y yo quiero dibujar un árbol lleno de amigos!", añadió Lucía.
Y así, entre risas y colores, el mural comenzó a tomar forma, pero de repente, Ana se detuvo y miró alrededor.
"Señorita Sofía, ¿y si hacemos un árbol que también sea un refugio para los pájaros?"
"¡Esa es una excelente idea, Ana!", dijo Sofía estratégica.
Así, el mural terminó convirtiéndose en un hermoso bosque lleno de colores y magia creado por los 21 chicos.
"¡Es nuestro bosque, nuestro refugio de sueños!", exclamó Martín.
Sofía sonrió al ver lo que habían creado. Habían aprendido a trabajar juntos y a dar rienda suelta a su imaginación. Cada día era una nueva aventura, y Sofía estaba encantada de formar parte de este grupo tan especial.
Y así, entre cuentos, aventuras y creatividad, la sala amarilla se llenó de risas y aprendizaje, convirtiéndose en un lugar donde cada niño podía brillar con su propio color. Al finalizar el año, Sofía sintió que había aprendido tanto de ellos como ellos de ella.
"Gracias, chicos, por ser parte de mi aventura este año", les dijo un día.
"¡Nosotros también aprendimos mucho de vos!", le respondieron todos al unísono.
Y así, una simple sala amarilla se transformó en un verdadero refugio de sueños, amistad y aprendizaje, donde cada pequeño héroe e heroína llevaron consigo las enseñanzas de su año juntos.
La aventura nunca terminó, solo se transformó en otro capítulo de sus recuerdos creciendo juntos.
FIN.