La aventura de la tolerancia en el aula



En un aula muy especial, en la escuela de la pradera, se encontraba un grupo de niños muy diferentes entre sí. Había quienes les gustaba jugar fútbol, otros preferían los juegos de mesa, e incluso estaban aquellos a quienes les encantaba dibujar. A pesar de sus diferencias, todos eran buenos amigos.

Un día, la maestra Laura les propuso a los niños un desafío: aprender a convivir, respetar las diferencias y practicar la tolerancia. Los niños, emocionados, aceptaron el reto y se dispusieron a demostrar que podían hacerlo.

Llegó la hora de recreo y los niños se dispersaron por el patio. Juanito, el más pequeño del grupo, quería jugar al fútbol, pero los demás ya estaban entretenidos con juegos de mesa. -¡Chicos, ¿quién quiere jugar conmigo? ! -preguntó Juanito con entusiasmo. Los demás, sin embargo, estaban ocupados y no le prestaron atención.

Entonces, Tomás, uno de los niños que estaba jugando a las cartas, se dio cuenta de que Juanito estaba solo y triste. Se acercó a él y le dijo: -¡Ven, juguemos juntos! ¿Te gustaría aprender a jugar a las cartas? Juanito, emocionado por poder compartir con sus compañeros, aceptó encantado la propuesta.

De repente, un ruido extraño resonó en el patio. Todos los niños se miraron con sorpresa y decidieron ir a investigar. Descubrieron que el ruido provenía de un árbol gigante en el centro del patio. Al acercarse, notaron que era un árbol mágico que les hablaba. El árbol les contó que había perdido sus hojas mágicas debido a que los niños del aula no estaban siendo tolerantes entre ellos.

Sorprendidos, los niños se miraron entre ellos y se dieron cuenta de que el árbol tenía razón. La maestra Laura, intrigada por la situación, les explicó que las hojas mágicas del árbol representaban la magia de la tolerancia, y que para recuperarlas, debían demostrar que podían jugar juntos, escucharse y ser pacientes el uno con el otro.

Los niños, decididos a recuperar las hojas mágicas del árbol, se prometieron a sí mismos que trabajarían juntos para lograrlo. Comenzaron a compartir juegos, a escucharse y a respetar las decisiones de cada uno. Poco a poco, la magia de la tolerancia comenzó a llenar nuevamente el aire del aula.

Finalmente, luego de un día de compartir, jugar juntos y aprender a escuchar al otro, el árbol volvió a llenarse de hojas mágicas. Los niños, felices, comprendieron que la tolerancia era fundamental para poder convivir en armonía. Desde ese día, el aula se convirtió en un lugar donde todos se sentían escuchados, respetados y valorados por sus diferencias, y jamás volvieron a olvidar la importancia de la tolerancia y el valor de la amistad.

FIN.

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