La Aventura de las Vacas Filósofas
Había una vez en un pueblito chapaco cerca del río Camacho, donde las vacas no eran solo animales de granja, sino que eran verdaderas filósofas. Y entre ellas, destacaba una vaca llamada Micaela, que siempre se pasaba el día cavilando sobre el sentido de la vida, mientras se paseaba por las viñas que daban el mejor vino de la región.
Un día, Micaela decidió que era tiempo de hacer una cata de vinos. "Pero, ¿qué sabe una vaca de vino?" - se preguntaban las demás vacas. Sin embargo, Micaela les respondió con su acento chapaco: "¿Y por qué no? ¡Si nosotros somos los que pastamos en las mejores viñas! Un poco de vino no nos hará daño, pero podemos hacer mucho con nuestras ideas. ¡Vámonos!".
Entonces, con gran entusiasmo, Micaela reunió a sus amigas vacas: Pipa, la más risueña, y Lola, la más soñadora. Las tres se encaminaron hacia la bodega de Don Ramiro, conocido por su vino de altura y su humor contagioso.
"Don Ramiro, bien todito con su vino, ve cuando no lo venga a visitar una vaca filosófica como yo", decía Micaela con tono coqueto.
"¡Pero Micaela! ¿Vas a beber vino?" - preguntó Don Ramiro riendo a carcajadas. "Eso no es para vacas, es para los chapacos que saben apreciar lo bueno".
"¿Y quién dice que no podemos?" - le respondió Pipa mientras movía su cola. "Total, ¡somos las vacas más sabias y alegres!".
"Como el vino!" - añadió Lola soñadora. "Necesitamos hacer una fiesta!".
Así fue como Micaela tuvo una gran idea. Organizarían una Fiesta de las Vacas, donde se harían juegos y concursos para hacer de ese momento algo inolvidable.
"¡Esto será la monda!" - exclamó Micaela. "Las del campo, las de la viña y nosotras, la vacas filósofas, se lo merecen. ¡Vayamos a buscar más vacas!".
Y así, se fueron a convocar a todas las vacas del pueblo. Para el gran día, Micaela tenía todos los planes pensados: juegos, una competencia de rumia y, por supuesto, magia con el vino (que solo era jugo de uva, para no causar problemas). Estaban más emocionadas que un chapaco en plena festividad.
Cuando llegó el día de la fiesta, las vacas se vistieron con flores y cintas coloridas. La plaza del pueblo se llenó de risas. Entre gallinas y chapacos, se apreció el talento especial de las vacas.
"¡Y aquí comienza el gran concurso de rumia!" - gritó Micaela.
Las demás vacas, entre risas y aplaudidos, se lanzaron a un concurso de rumias que hacía estallar de risa a todos. ¡Y cómo no! Las vacas podían hacer melodías que ni las guitarras chapacas podían igualar.
De pronto, cuando todo parecía perfecto, llegó un zorrillo curioso, que empezó a hacer lío y descontroló la fiesta.
"¡No, zorrillo! ¡Vaca, atájalo!" - gritaron todas a coro. Pero el zorrillo simplemente se burlaba mientras todos corrían de acá para allá.
En un giro inesperado, fue Micaela quien, usando su aguda filosofía, se puso a hablar con el zorrillo. "Che zorrillo, vení, tratemos de hacer una fiesta juntos, en vez de hacer lío. ¡Qué fácil que es decirlo, no?".
El zorrillo, divertido y curioso, se unió a la fiesta. Se dio cuenta de que hacer lío era divertido, pero compartir la alegría con amigos era mucho mejor.
Y así, aquella Fiesta de las Vacas se volvió legendaria, donde hasta los chapacos bailaban al ritmo de las melodías de las vacas. Al final, Micaela concluyó: "A veces las vacas podemos ser más sabias que los humanos, solo necesitamos un poco de vino... ¡ay, ay, ay, de uva!".
Y entre risas y brindis, el río Camacho los acompañó, recordándoles a todos que la amistad y la alegría son el mejor vino de la vida.
FIN.