La aventura de Lía y el árbol de los deseos
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles frondosos, vivía una niña llamada Lía. Era una niña curiosa y soñadora que pasaba sus días explorando el bosque que se encontraba detrás de su casa. A Lía le encantaba imaginar que los árboles le susurraban secretos y que las flores le contaban historias. Un día soleado, mientras paseaba, Lía encontró un árbol enorme, más alto que cualquier otro que había visto. Sus ramas eran amplias y frondosas, y su tronco era tan grueso que Lía necesitaba abrazar con sus brazos a un millón de veces para rodearlo por completo.
- ¡Hola, árbol gigante! - exclamó Lía con emoción, acercándose a este curioso gigante del bosque. - ¿Tienes algún secreto que contarme?
Para su sorpresa, la voz del árbol resonó profundamente.
- ¡Hola, pequeña Lía! He estado esperando que alguien me hable. Soy el árbol de los deseos. Si me cuentas un deseo sincero, puede hacerse realidad.
Lía se quedó boquiabierta. Nunca había visto un árbol que hablara ni que pudiera cumplir deseos.
- ¡No puedo creerlo! - dijo Lía. - Siempre he deseado tener un mejor amigo con quien compartir mis aventuras.
El árbol sonrió con sus hojas brillantes.
- Tu deseo será escuchado. Pero recuerda, para que se cumpla, deberás ayudar a otros también.
Lía asintió con entusiasmo, sin entender del todo lo que eso significaba. Al día siguiente, mientras exploraba el pueblo, vio a un niño llamado Tomás, que se veía triste.
- ¿Qué te pasa, Tomás? - le preguntó Lía, acercándose a él.
- Estoy solo. No tengo amigos con quien jugar - respondió él con una voz apagada.
Recordando lo que el árbol le había dicho, Lía sonrió.
- ¡Yo puedo ser tu amiga! Vamos a jugar juntos.
Tomás miró a Lía sorprendido y su rostro se iluminó.
- ¿De verdad? - preguntó emocionado.
- ¡Claro! ¡Cuanto más, mejor! - afirmó Lía, y juntos comenzaron a jugar.
Día tras día, no solo Lía y Tomás se volvieron buenos amigos, sino que también comenzaron a invitar a otros niños del barrio a unirse a sus juegos. Un día, mientras jugaban en el parque, un perro perdido se acercó a ellos.
- ¡Miren! - gritó Tomás. - Creo que este perro necesita ayuda.
- ¡Sí! - agregó Lía. - Debemos buscar su dueño.
Los niños comenzaron a preguntar a todos en el parque si conocían al perro. Tras un rato, un hombre mayor se acercó, dándole un gran abrazo al perrito.
- ¡Pensé que nunca lo volvería a ver! - lloró el hombre de felicidad.
Lía y Tomás se sintieron muy orgullosos de haber ayudado al perro a encontrar su hogar.
Finalmente, tras unos días así, Lía decidió regresar al árbol de los deseos.
- ¡Hola, árbol! - dijo al llegar. - He ayudado a Tomás y a otros niños. ¿Puedo pedir mi deseo ahora?
El árbol la miró con bondad.
- Has compartido alegrías y has ayudado. Tu deseo se cumplirá. - Las ramas del árbol empezaron a moverse, y de repente, apareció otra niña, Clara, que se acercaba.
- ¡Hola! Me llamo Clara. He estado buscando amigos. ¿Te gustaría jugar conmigo? - preguntó.
Lía se dio cuenta de que, gracias a sus acciones, no solo había encontrado un amigo, sino que también había facilitado que otros se acercaran.
- ¡Claro que sí! - sonrió Lía. - ¡Vamos juntos a jugar!
Con esto, Lía comprendió que los deseos se cumplen cuando también se piensan en los demás. Desde ese día, no solo Lía tenía amigos, sino que también se convirtió en la niña que ayudaba a unir a otros.
La amistad y la generosidad se sintieron más fuertes que nunca en su corazón, y el árbol de los deseos las observaba con cariño, sabiendo que había cumplido una vez más su verdadera misión: conectar a las personas a través de la bondad.
Y así, Lía, Tomás y Clara vivieron muchas aventuras más, aprendiendo que cada acción de amor que compartían hacía crecer el árbol de su amistad.
Y colorín colorado, este cuento, ha comenzado.
FIN.