La Aventura de Lley y sus Nuevos Amigos
Era un día soleado cuando Valeria, Victoria, Javier, Angela y Sandra estaban de camino a su campamento de verano. Todo era risas y diversión hasta que se detuvieron en una gasolinera para cargar combustible. Allí, entre los bidones de aceite y las cajas de snacks, encontraron a un perrito muy triste.
"Miren, ¿qué es eso?" - dijo Valeria, señalando al pequeño perro con el pelaje marrón y unos ojos enormes que reflejaban tristeza.
"¡Pobrecito! Parece que lo han abandonado" - añadió Ángela, acercándose cautelosamente al perrito.
El perro movió la cola lentamente, pero seguía mirándolas con melancolía.
"¿Qué hacemos?" - preguntó Victoria alzando las cejas.
"Deberíamos llevarlo con nosotras. ¡No puede quedarse aquí!" - dijo Javier, emocionado por la idea.
"No sé, ¿qué dirán nuestros padres?" - respondió Sandra un poco dudosa.
"Siempre podemos contarles que lo encontramos y que está muy triste. ¡Merece una oportunidad!" - insistió Ángela.
Después de discutirlo varias veces, decidieron llevarse al perrito, al que llamaron Lley.
Mientras continuaban su camino al campamento, Lley se fue animando un poco.
"¡Mirad cómo mueve la cola!" - rió Valeria.
"Creo que le gusta estar con nosotras" - agregó Victoria.
Al llegar al campamento, Lley exploró cada rincón. Sin embargo, al caer la noche, el perrito se sintió solo y de nuevo triste.
"¿Por qué está tan callado?" - preguntó Sandra.
"Tal vez extraña su hogar," - murmuró Javier.
"Vamos a darle más amor. Tal vez le ayudará" - sugirió Ángela.
Así que, al siguiente día, decidieron hacer algo especial. Se organizaron para los próximos días. Cada mañana, cuando Lley se despertaba, le preparaban un pequeño picnic con sus golosinas favoritas, además de mimos y juegos en su tiempo libre:
"¡Lley, ven aquí!" - llamaba Valeria, mientras lanzaba una pelota.
"¡Atrápala!" - decía Victoria, incentivando al perro a correr.
Cada día se volvía más alegre y juguetón, pero de repente una tarde comenzó a llover.
"¡Oh no, no vamos a poder jugar afuera!" - se lamentó Sandra.
Lley comenzó a aullar y a correr de un lado a otro, justo cuando Ángela tuvo una idea brillante.
"¿Qué tal si hacemos un teatro de sombras?" - propuso, emocionada.
La idea fue muy bien recibida. Todos se pusieron a ayudar y diseñaron una representación. Usaron una linterna y algunos cartones para crear figuras de animales y árboles.
"¡Miren a Lley, ya parece que le gusta!" - exclamó Javier al ver al perrito observando, interesado.
Esa noche, mientras todos reían y hacían el teatro, Lley se unió al espectáculo ladrando. Todos se divirtieron a carcajadas.
A medida que transcurrieron los días, Lley mostró que era un gran amigo. Hasta ayudó a resolver un pequeño problema cuando Valeria perdió un collar.
"¡Lley, busca!" - le dijo Javier, y el perrito corrió con entusiasmo por el campamento hasta encontrarlo en una sombra.
"¡Lo encontraste, Lley!" - gritaron todos, aplaudiendo.
El tiempo pasó volando, y antes de que se dieran cuenta, el campamento estaba por terminar.
"¿Qué vamos a hacer con Lley?" - preguntó Victoria un poco preocupada.
"No lo dejaremos solo de nuevo, ¿verdad?" - dijo Ángela.
"Lo llevaremos a casa con nosotras. ¡Es nuestro amigo!" - exclamó Sandra.
Así fue como los cinco amigos decidieron que Lley viviría con ellas. Al final, Lley no solo encontró un hogar, sino también una familia que le daría amor y alegría.
Y así, el perrito que una vez había sido triste, se convirtió en el mejor compañero de aventuras de Valeria, Victoria, Javier, Ángela y Sandra, llenando sus días de diversión, risas y, sobre todo, amor.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.