La Aventura de los Cabécar y el Río Pacuare



Era un hermoso día en Turrialba, donde el Volcán Turrialba se alzaba majestuoso y el Río Pacuare corría alegremente. En una pequeña comunidad de la comunidad indígena Cabécar, los niños estaban ansiosos por aprender sobre sus tradiciones.

Entre ellos estaba Iñaki, un niño curioso que siempre quería explorar.

"¡Hoy es el día!", gritó emocionado. "Vamos a preparar nuestra tienda de campaña para la gran fiesta de la comida tradicional!"

"Sí, Iñaki!", respondió su amiga Kima. "He oído que vendrá alguien que sabe español básico. ¡Vamos a aprender juntos!"

Los dos amigos comenzaron a ayudar a los adultos a armar la tienda. Juntos, aprendieron a usar cuerdas y estacas, mientras reían y disfrutaban del aire fresco.

"Mirá, Kima!", dijo Iñaki, mostrando su obra maestra de tienda. "¿Te parece que está bien?"

"¡Es perfecta!", respondió Kima, con una gran sonrisa. "Ahora vamos a buscar ingredientes para la comida."

Las abuelas de la comunidad estaban listas para enseñarles a cocinar. Menú del día: arroz, frijoles y una deliciosa salsa de tomate.

"¿Listos para cocin... salir?", dijo la abuela Marisel, mientras movía la cabeza de lado a lado y hacía un gesto con las manos.

"¡Sí!", dijeron todos al unísono.

Mientras preparaban la comida, un grupo de visitantes llegó a la comunidad. Eran turistas que querían aprender sobre la cultura Cabécar. Traían consigo un gran mapa y muchas ganas de compartir sus experiencias.

"Hola, ¿podemos ayudar?", preguntó uno de los turistas, un chico llamado Lucas. "¿Cómo se hace esa salsa tan rica?"

"Aquí les enseñamos con amor!", contestó la abuela Marisel. "Necesitan saber el secreto: el maíz y la intención!"

Los turistas y los niños se unieron. Hicieron una gran cadena humana, pasándose ingredientes y riendo juntos. No solo cocinaban, sino que también intercambiaban historias.

"¿Ustedes también hacen fiestas en sus comunidades?", preguntó Kima.

"¡Sí! Cada verano, hacemos una gran fogata!", respondió Lucas con entusiasmo.

Cuando llegó la noche, todo estaba listo. La comunidad se reunió en torno a la tienda. Con el Volcán Turrialba iluminado por la luna, los aromas de la comida llenaron el aire.

"¡A comer!", gritó Iñaki. "¡Qué rico huele todo!"

"Este es un momento especial", dijo la abuela Marisel, "Siempre compartimos la comida con sonrisas y respeto."

Mientras comían, todos se sentían parte de algo mágico. Y fue entonces cuando Iñaki tuvo una idea.

"¿Y si hacemos una competencia de baile?", propuso.

"¡Sí!", gritaron todos.

Con cada danza, la noche se llenó de risas y alegría. Iñaki y Kima mostraron sus pasos tradicionales, mientras los turistas intentaron imitarles.

"¡Esto es divertidísimo!", dijo Lucas entre risas.

"Nunca había bailado así!", añadió una amiga de Lucas.

Con el tiempo, los chicos de la comunidad y los turistas se hicieron amigos. Se prometieron volver el próximo año y llevar otras experiencias.

"¡Hasta pronto, amigos!", dijeron todos mientras se despidieron.

"Volveremos y traeremos más comida de nuestra tierra!", prometió Lucas, mientras el Río Pacuare cantaba su melodía nocturna.

Esa noche, Iñaki y Kima miraron las estrellas desde su tienda de campaña y sonrieron al pensar en lo que habían aprendido.

"La cultura es un puente entre nosotros", dijo Kima.

"Y la comida es el mejor conector!", respondió Iñaki.

Así, con el Volcán Turrialba de testigo y el Río Pacuare como fondo, los chicos descubrieron que el verdadero intercambio cultural es como una gran fiesta donde todos tienen un espacio y una historia que contar.

FIN.

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