La aventura de los colores perdidos
Era un hermoso día en el mundo de los colores, donde cada prenda de ropa tenía su propio color y personalidad. Todos los días, los niños de la ciudad vestían sus ropas coloridas para ir al colegio. Pero un día, algo extraño sucedió. La ropa comenzó a perder su color. Los pantalones se volvieron grises, las camisetas dejaron de ser rojas y al final, ¡todo el mundo se vistió con ropa blanca!
- ¿Qué está pasando? - preguntó Lía, una niña de cabellos rizados y mirada curiosa.
- No lo sé, pero me siento rarísima sin mis colores - contestó su mejor amiga, Tomás, que siempre llevaba una camiseta verde.
Los dos amigos decidieron investigar. Se dirigieron al armario mágico, donde vivían todos los colores. Era un lugar lleno de brillos y matices. Pero al llegar, se encontraron con la puerta cerrada.
- ¡Hola! - gritó Lía. - ¿Hay alguien en casa?
De repente, una pequeña voz salió del armario.
- ¡Ayuda! ¡Estamos atrapados! - dijo un colorido arcoíris.
- ¿Quiénes están atrapados? - preguntó Tomás, curioso.
- Los colores. Un gigante llamado Monotonía los ha encerrado porque no le gustaban sus diferencias. Yo, el arcoíris, intento ayudar, pero no puedo solo - explicó el arcoíris.
Lía y Tomás decidieron que debían ayudar. Pero antes, tenían que encontrar la llave que abría la puerta del armario. Así que emprendieron un viaje hacia el Bosque de los Accesorios, donde se decía que vivía un viejo sombrero sabio.
- ¿Sabés dónde podemos encontrar la llave? - preguntó Tomás al sombrero.
- Sí, pero primero deben demostrarme que entienden la importancia de los colores y la diversidad - respondió el sombrero, inclinándose levemente.
- ¿Cómo podemos demostrarlo? - cuestionó Lía.
- Deben vestirse a juego con colores que no son los suyos y hacer una buena acción - dijo el sombrero sabiamente.
Tomás y Lía se miraron y comenzaron a pensar. Se acordaron de que en el colegio había niños que a veces se sentían solitarios porque no se integraban. Decidieron hacer algo por ellos. En el camino, se vistieron con diferentes colores. Tomás se puso una camiseta roja y Lía una amarilla. Al llegar al colegio, notaron a un nuevo compañero, Julián, sentado solo en un rincón.
- ¡Hola, Julián! - saludó Lía con una sonrisa. - ¿Quieres venir a jugar con nosotros?
- ¿Yo? No, gracias... No tengo amigos - contestó Julián, mirando al suelo.
- Pero nosotros podemos ser amigos - dijo Tomás, dándole su mano. - ¡Por favor!
Juntos, lo invitaron a jugar al fútbol. Al principio, Julián dudó, pero poco a poco fue sonriendo y disfrutando del juego. La alegría se llenó del patio, y los colores comenzaron a brillar. Lía y Tomás estaban felices de ver que los colores de Julián se iluminaban mientras jugaba.
Al volver al armario mágico, el sombrero los observó con una gran sonrisa.
- ¡Han cumplido la prueba! Aquí está la llave - dijo mientras le entregaba una pequeña llave dorada.
Con la llave en mano, corrieron hacia el armario y lo abrieron. Un torrente de colores salió volando, y los colores comenzaron a regresar a todas las prendas de ropa del mundo.
- ¡Lo logramos! - exclamó Lía con alegría.
- Sí, pero no olvidemos lo que aprendimos: los colores son hermosos porque son diferentes. - añadió Tomás.
Desde ese día, nunca dejaron de vestir a sus amigos con diferentes colores. Aprendieron que cada uno tenía su propio brillo, y que juntos podían crear un mundo lleno de alegría y diversidad. Y así, gracias a Lía, Tomás y Julián, los colores jamás volvieron a perderse.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.