La Aventura de los Dulces Amigos



Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Dulceville. Los colores vibrantes de las flores bailaban con el viento, pero dentro de la casa de los Hermanitos Gómez, una sombra de hambre y sueño rondaba. Mateo, el mayor de los hermanos, estaba en la cocina.

"¡Chicos, ya es hora de merendar!" - gritó con entusiasmo, esperando que sus hermanos aparecieran.

De repente, se oyó un murmullo desde el sofá.

"¿Merendar? ¡Pero tengo un sueño!" - se quejó Sofía, la menor, mientras se frotaba los ojos.

"Pero si no comemos algo, te va a dar más sueño, Sofí" - respondió Pedro, el del medio, que estaba aún medio dormido con una galleta a medio comer en la mano.

Los tres se dirigieron a la cocina donde Mateo había puesto una mesa repleta de delicias: galletas, caramelos y unos panitos recién horneados.

"¡Miren qué rico!" - exclamó Mateo, señalando la gran bandeja.

"Pero... no sé, tengo mucha hambre y de ahí parece que hay mucha azúcar..." - dudó Pedro, recordando la última vez que comieron dulces y luego se sintieron un poco mareados.

"Hagamos un trato" - dijo Sofía con una sonrisa traviesa "Si comemos un panito y después una galleta, prometo no quejarme de sueño por el resto de la tarde".

"Eso suena justo" - acordó Mateo, sonriendo. "Así podemos disfrutar de todas las cosas ricas en la mesa".

Así, los tres hermanos merendaron felizmente. Hicieron una competencia de quién podía comer más panitos, y claro, Sofía ganó, ¡aunque no se lo esperaba! Después pasó la bandeja de galletas y comenzaron a contar historias divertidas.

Pero una de esas galletas tuvo un giro especial. Al morderla, Sofía exclamó:

"¡Ay! Pero ¿qué es esto?"

"¿Qué te pasa?" - preguntó Pedro, preocupado.

"Esta galleta tiene un sabor raro, ¡me sabe a... a aventuras!"

"Aventuras? Eso suena genial" - dijo Mateo.

De pronto, sintieron una ráfaga de viento, y la cocina se llenó de luces brillantes. Apareció un pequeño duende llamado Dulcín.

"¡Hola, pequeños! Soy Dulcín, el Duende de los Dulces. He venido a llevarlos a un mundo lleno de maravillas, donde cada bocado es una nueva experiencia".

Los ojos de los hermanos brillaban de emoción.

"¿Podemos ir?" - preguntó Pedro ansioso.

"Claro, pero deben elegir: ¿quieren ir con el poder de la galleta mágica o con los panitos? Pero cuidado, cada elección tiene sus sorpresas. ¿Qué eligen?"

Mateo miró a sus hermanos y dijo:

"Vamos por la galleta, ¡quiero saber qué aventuras nos esperan!"

Dulcín sonrió y, con un toque de su varita, en un abrir y cerrar de ojos, los hermanos se encontraron en un bosque de caramelos.

"¡Guau, miren esos árboles de chicle!" - gritó Sofía, corriendo hacia un arbusto lleno de galletas.

"¡Esperen!" - dijo Mateo "No podemos comer todo sin pensar. ¿Y si esto nos da más hambre?"

Pero Pedro ya estaba deslizándose por un tobogán de chocolate. Sin embargo, después de un rato, se sintieron un poco mal.

"¡Ay no! Creo que me pasé de dulce..." - se quejó Pedro.

"Yo también..." - dijo Sofía, con cara de preocupación.

"Chicos, esto nos pasa por no cuidar lo que comemos. Aprendamos de esto" - sugirió Mateo.

"¡Alto ahí!" - gritó Dulcín, apareciendo de nuevo. "Recuerden, todo con moderación es la clave, así que están listos para aprender una lección importante".

Los hermanos decidieron que volverían a su casa y así, se despidieron de Dulcín, prometiendo aprender a disfrutar de los dulces con sabiduría.

De regreso en su cocina, se pusieron de acuerdo.

"Más panitos y menos galletas, ¿les parece?" - dijo Mateo, sonriendo.

"Sí, así podemos volver a disfrutar más aventuras juntos, sin sentirnos mal" - concluyó Sofía.

Unas semanas más tarde, los hermanos Gómez se volvieron los expertos en dulces, balanceando bien las meriendas. Y aunque siempre añoraban sus aventuras con Dulcín, sabían que lo más importante era disfrutar con moderación y aprender algo nuevo cada día.

Así fue como, aunque a veces tenían hambre o mucho sueño, siempre sabían que merendar podría ser una experiencia mágica, siempre y cuando cuidaran lo que comían. Y así transcurrieron las tardes en Dulceville, llenas de risas y sabores equilibrados, con el espíritu de aventuras esperando en cada bocado.

FIN.

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