La Aventura de los Guardianes del Sol
Cuenta la leyenda que cuando la tierra estaba en la oscuridad, siempre era de noche. Los animales tenían miedo de salir y las plantas no podían crecer. Los más poderosos, que vivían en el cielo, decidieron reunirse para darle luz al mundo. Se citaron en Teotihuacán, una ciudad que estaba en el cielo, pero también había un lugar especial en la Tierra que era como un reflejo de esa ciudad. A ese lugar se le conocía como el Valle de Luz.
Una mañana, algunos de los poderosos, que se hacían llamar los Guardianes del Sol, llegaron a Teotihuacán, donde esperaban formar el brillante astro que iluminaría la Tierra.
"Falta algo", dijo Xolotl, el guardián de los caminos.
"Sí, necesitamos un corazón valiente para dar vida al sol" – agregó Itzcali, la guardiana del fuego.
"Yo puedo ayudar", exclamó un pequeño colibrí llamado Tlaloc, que había estado escuchando.
"Pero... sos solo un colibrí, no puedes llevar el corazón del sol" – respondió Itzcali, asombrada por la propuesta del ave.
"No subestimen a un colibrí. Puedo volar bien alto, se lo prometo", insistió Tlaloc con determinación.
Los guardianes dudaron, pero decidieron darle una oportunidad. Tras algunas travesuras y pruebas, Tlaloc demostró su valentía volando más alto que cualquier ave y enfrentándose a los fuertes vientos que respiraban en el cielo.
"Tienes el corazón valiente, pequeño Tlaloc. Ahora necesitamos que traigas algo especial de la Tierra para que el corazón del sol tenga poder", dijo Xolotl.
Tlaloc voló hacia el Valle de Luz y encontró una flor mágica, cuyas pétalos brillaban con colores que nunca había visto. La recogió con cuidado y regresó volando hacia Teotihuacán.
"¡Aquí está!", gritó Tlaloc emocionado, mientras entregaba la flor a los guardianes.
"Con esto, el sol podrá brillar como nunca antes", afirmó Itzcali.
Los guardianes comenzaron a trabajar en conjunto, cada uno aportando su magia: el viento sopló, el fuego ardió, y Tlaloc ayudó a mezclar el néctar de la flor con la energía de los guardianes. Justo cuando el sol estaba a punto de nacer, un fuerte tornado sopló, llenando de incertidumbre el lugar.
"¡No! ¡No te lo lleves!", gritó Tlaloc, volando frente al tornado.
"Es demasiado tarde, no hay tiempo", respondió Xolotl, preocupado.
Pero Tlaloc, con su pequeño cuerpo y valor, fue capaz de transformar su miedo en determinación. Aprovechando la fuerza del viento, comenzó a bailar en el aire, moviendo sus alas enérgicamente, justo como la flor que había traído.
Y en ese momento, los guardianes comprendieron que el verdadero poder de la luz no provenía solo de ellos, sino también del valor y la fuerza de un pequeño colibrí.
Juntos, comenzaron a llenar el cielo con luz, mientras Tlaloc danzaba, creando un ciclo armonioso entre los elementos de la tierra y del cielo. Finalmente, un resplandor dorado iluminó todo el horizonte. ¡El sol había nacido!"¡Lo logramos!", exclamaron todos.
"El sol brillará para siempre, y la oscuridad se disipará", añadió Itzcali.
Desde aquel momento, el colibrí Tlaloc se convirtió en un símbolo de valentía y esperanza, y cada vez que la luz del sol brilla, todos recordamos que incluso los más pequeños pueden hacer grandes cosas si tienen un corazón valiente.
Y así, la Tierra floreció con colores vibrantes, llena de vida y alegría. Los animales dejaron de temer y comenzaron a jugar bajo la luz del sol, mientras las plantas crecían fuertes y altas. La oscuridad fue solo un recuerdo, y el sol, un eterno guardián del día.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.