La Aventura de Lucas y sus Uñas



Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Lucas. Lucas era un niño muy curioso y le encantaba explorar su entorno, pero tenía un problema: se comía las uñas. Siempre que estaba nervioso, se metía los dedos a la boca sin darse cuenta, y eso le estaba causando muchos inconvenientes.

Un día, mientras paseaba por el parque, se encontró con su amigo Tomás, que jugaba con su perro, Rocco.

"Hola, Lucas, vení a jugar con nosotros!" - gritó Tomás.

Lucas sonrió, pero antes de unirse a la diversión, se mordió una uña que había crecido de forma irregular.

"No puedo, Tomás, mis dedos están un poco dañados" - dijo Lucas con una voz triste.

"¿Por qué te los muerdes tanto?" - preguntó Tomás, curioso.

"No sé, me siento nervioso a veces, y en vez de hablar, me muerdo las uñas" - respondió Lucas, mirando hacia abajo.

Tomás pensó un momento y luego dijo:

"¿Sabés qué? Rocco también tenía un problema. No podía dejar de ladrar cuando alguien pasaba por la vereda. Pero, luego de un tiempo, aprendió a controlar su ladrido. Tal vez vos también puedas aprender algo parecido."

Lucas lo miró con curiosidad.

"¿Cómo hizo Rocco para dejar de ladrar tanto?" - inquirió.

"Mi papá le enseñó a concentrarse en otras cosas, como jugar con la pelota, en vez de ladrar. Creo que vos podrías concentrarte en algo que te guste cuando te sientas nervioso, así no te muerdes las uñas" - explicó Tomás, mientras acariciaba a Rocco, que movía la cola feliz.

Lucas pensó en eso y decidió que quería intentarlo. Así que, a partir de ese día, cada vez que se sentía nervioso, se ponía a dibujar porque le encantaba ilustrar aventuras.

Los días pasaron y Lucas se dedicó a dibujar y a jugar con sus amigos en el parque. Sin embargo, un día, mientras estaba muy concentrado en su dibujo, notó que uno de sus amigos, Sofía, no se estaba divirtiendo.

"¿Qué te pasa, Sofía?" - le preguntó Lucas.

"No puedo jugar con ustedes porque no tengo una pelota" - respondió Sofía con una voz triste.

Lucas se acordó de lo que Tomás le había dicho acerca de concentrarse en ayudar a otros.

"¡Ya sé! Vamos a crear una pelota de papel" - exclamó Lucas. Junto a Tomás y Sofía, comenzaron a hacer una pelota con hojas y cinta adhesiva.

Al final, sus manos quedaron un poco sucias, pero sus corazones estaban llenos de alegría, y Sofía sonreía por primera vez en el día.

"¡Esto es genial, Lucas!" - dijo Sofía entusiasmada.

Lucas se sintió bien, y su mano donde tenía las uñas mordidas ya no le dolía tanto. De hecho, se dio cuenta que con cada actividad que pasaba, dejaba de lado el hábito de comerse las uñas.

Un día, al volver a su casa, se miró al espejo y se dio cuenta de que sus uñas estaban creciendo sanas y fuertes. ¡Ya no parecían más rebanadas de un queso viejo! Y lo más importante, había aprendido que podía manejar sus momentos difíciles de una manera diferente.

"Mirá, mamá, ¡mis uñas están mejorando!" - le dijo emocionado a su madre.

Su mamá sonrió orgullosa.

"¡Eso es genial, Lucas! Recuerda siempre que, cuando sientas miedo o nervios, puedes encontrar otra forma de expresar cómo te sentís" - le aconsejó mientras le daba un abrazo.

Y desde ese día, Lucas no solo dejó de comerse las uñas, sino que también se volvió un niño que siempre estaba preocupado por los demás, preocupado por cómo se sentían sus amigos. Gracias a Tomás y a su nueva forma de manejar el nerviosismo, Lucas aprendió que lo importante no era solo cuidarse a uno mismo, sino también brindar apoyo a quienes lo rodeaban.

Así, Lucas y sus amigos continuaron teniendo divertidas aventuras en el pueblo, siempre recordando que ellos podían ser la luz en el camino de los demás.

FIN.

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