La Aventura de Lucía y su Padre



En un tiempo en que no existían los vehículos modernos, una niña llamada Lucía y su padre, Don Martín, decidieron emprender un viaje a través del campo. Con sus mochilas llenas de provisiones y muchas ganas de explorar, caminaron durante horas bajo el sol radiante.

"¡Papá, creo que necesitamos descansar un poco!", dijo Lucía, mirando a su padre con ojos cansados.

"Tienes razón, Lucía. Vamos a buscar una posada donde podamos pasar la noche", respondió Don Martín, sonriendo mientras le revolvía el cabello a su hija.

Después de un largo rato caminando, avistaron una casa extraña al borde del camino. Era grande, con ventanas que parecían estar muy altas y un jardín desordenado lleno de plantas que nadie había cuidado.

"Ese lugar tiene buena pinta, ¿te parece si preguntamos si tienen un lugar para pasar la noche?", sugirió Don Martín.

"¡Sí!", exclamó Lucía con entusiasmo.

Al llegar a la puerta, un hombre de aspecto severo los recibió. Su voz era profunda y resonante.

"Bienvenidos. ¿Buscan hospedaje?", preguntó el hombre.

Ambos asintieron rápidamente.

"Por supuesto, tenemos comida deliciosa. Entremos y acomódense", continuó el hombre, mientras abría la puerta con un movimiento que daba un poco de miedo.

Lucía y su padre entraron en la casa, y pronto los llevaron a una mesa larga donde había un gran plato de fritada, un platillo que parecía muy sabroso. La comida olía maravillosamente.

"¡Qué rico huele, Papá!", dijo Lucía, lamiéndose los labios.

"Sí, pero, Lucía, siempre recuerda que debemos saber de dónde proviene la comida. No debemos nunca perder de vista lo que comemos", aconsejó Don Martín.

Mientras cenaban, Lucía notó que en una esquina de la casa había una puerta entreabierta que llevaba al establo. No pudo resistir el impulso de investigar un poco más. Cuando terminó de comer, se acercó sigilosamente hasta la puerta.

"Voy a ver qué hay ahí, Papá", dijo Lucía con curiosidad.

"Ten cuidado, hija, no te alejes demasiado", respondió Don Martín, un poco preocupado pero confiando en su hija.

Al abrir la puerta del establo, Lucía sintió un escalofrío recorrer su espalda. Delante de ella había un caballo hermoso, pero estaba atado y parecía asustado.

"¿Por qué estás tan asustado?", le preguntó Lucía al caballo.

De pronto, comenzó a escuchar ruidos extraños: gritos y llantos. Lucía se dio cuenta de que, al parecer, el caballo había estado atrapado en el miedo y que había algo muy extraño en ese lugar. Salió corriendo hacia su padre.

"¡Papá! ¡Necesitamos irnos! Hay algo raro en esta casa!", gritó mientras su corazón latía rápidamente.

Don Martín, alarmado, se levantó de la mesa.

"¿Qué pasó, Lucía?", preguntó, preocupado.

"El caballo está asustado y escuché unos gritos. No está bien aquí, hay algo que no me gusta", explicó Lucía.

Decidieron actuar con prudencia. Salieron corriendo de la casa, y al hacerlo, escucharon cómo el hombre severo gritaba desde adentro.

"¡Vuelvan aquí!", resonó su voz, pero Lucía y su padre no se detuvieron.

Al salir corriendo, encontraron un grupo de animales que habían escapado de otros establos de la zona. Lucía pensó que quizás el dueño de la casa había estado haciendo cosas malas.

Con valentía, Don Martín liberó al caballo y a otros animales encerrados y, juntos, emprendieron la huida.

"¡Vamos, Lucía! Debemos avisar a la gente del pueblo sobre este lugar!", dijo Don Martín, mientras el grupo de animales los seguía, como si ahora fueran parte de su familia.

Regresaron al pueblo y contaron su experiencia a todos los vecinos. Todos se unieron para confrontar al hombre de la extraña casa.

Al final, lograron salvar no solo a los animales, sino también a otros que había en ese lugar.

"Gracias por tener el valor de decir la verdad, Lucía", le dijo su papá, abrazándola con fuerza.

Lucía sonrió satisfecha, sabiendo que su valentía había ayudado. Y no solo ella y su papá habían encontrado una gran aventura, sino que también habían aprendido la importancia de escuchar su intuición y proteger a los que no pueden defenderse.

Desde ese día en adelante, Lucía y Don Martín se convirtieron en defensores de los animales y de la verdad, siempre recordando que el valor y la solidaridad son las mayores riquezas que uno puede tener en la vida.

FIN.

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