La Aventura de Lui y Daniel



Era un día soleado en el bosque, y la pequeña gato llamada Lui corría asustada entre los árboles. Su pelaje brillaba como el oro bajo la luz del sol, pero su corazón estaba lleno de miedo. Detrás de ella, dos perros hermanos, Rufo y Galaxia, la perseguían brincando de alegría.

"¡Te atraparé, Lui!" - ladraba Rufo, el perro más grande y juguetón.

"¡Es un juego! ¡No tengas miedo!" - decía Galaxia, con su voz suave y melódica.

Lui se ocultaba detrás de un arbusto, temerosa de que esos perros sólo querían jugar con ella. En ese momento, Daniel, un niño del pueblo cercano, se adentraba en el bosque buscando aventuras como siempre. Al escuchar los ladridos, se acercó curioso.

"¿Qué está pasando aquí?" - se preguntó en voz alta, parándose en medio del camino.

Al ver a Lui temblando de miedo, Daniel rápidamente comprendió que necesitaba ayudarla.

"¡Hey!" - exclamó Daniel, levantando una mano "¡Dejen a esa pobre gatita en paz!"

Rufo y Galaxia se detuvieron, sorprendidos por la inesperada intervención del niño.

"Pero sólo queremos jugar." - dijo Rufo, moviendo la cola.

"Sí, ella se ve divertida. No le haremos daño, lo prometemos." - añadió Galaxia, esperanzada.

Daniel, moviendo la cabeza con desaprobación, se agachó y miró a Lui con ternura.

"No tienes que tener miedo. Ellos sólo quieren jugar, pero debemos asegurarnos de que se sienta cómoda. ¿Qué dices, Lui?"

Lui lo miró con desconfianza, pero también vio en su rostro un brillo de bondad.

"No estoy acostumbrada a jugar con perros. Me dan miedo..." - respondió Lui, con un hilito de voz.

El niño sonrió y pensó en cómo podía ayudar a todos.

"¿Qué tal si jugamos todos juntos? Rufo y Galaxia, ¿pueden prometer que no la asustarán?"

Los perros asintieron, felices de poder participar.

"¡Prometido!" - dijeron al unísono.

Siguieron algunas reglas. Primero probarían un juego tranquilo donde Lui sería parte de la diversión. Daniel comenzó a sacar objetos del suelo y a tirarlos levemente como un juego de pesca.

"¡Atrapa la hoja, Lui!" - gritó Daniel.

Con un salto nervioso, Lui se aventuró a cazar la hoja que bailaba en el aire. Los perros se quedaron quietos, admirando como la pequeña gata, aún temblorosa, empezaba a jugar. Después, Daniel arrojó un pequeño palo.

"¡Ahora le toca a los perros!" - dijo.

"¡Agarra el palo, chicos!"

Con entusiasmo Rufo y Galaxia corrieron tras el palo y tras varios saltos, lo atraparon en un instante.

Lui observaba cómo se divertían, y poco a poco comenzó a acercarse, alentada por el aire festivo y las sonrisas de su nuevo amigo.

"¡Esto no parece tan mal!" - exclamó Lui, mientras, curiosa, daba pasos más atrevidos.

El juego continuó durante un buen rato y pronto, la pequeña gata se dio cuenta de que los perros no eran tan aterradores como había pensado. Al final de la tarde, todos estaban cansados pero felices.

"Siempre quise tener amigos..." - decía Lui con una sonrisa amplia.

El sol comenzaba a ocultarse, y Daniel preparándose para marcharse, se detuvo un momento y miró hacia los tres.

"¿Ven lo que pasa cuando nos damos una oportunidad? La amistad puede florecer de los lugares más inesperados!"

Así, entre juegos y risas, la garita llamada Lui, los dos perros Rufu y Galaxia y el niño Daniel se volvieron grandes amigos. Desde entonces, pasaban horas juntos en el bosque, descubriendo nuevos juegos y enseñando juntos que no importa si eres un perro o un gato; la amistad siempre puede vencer el miedo.

"Contemos un secreto, siempre que haya amor y respeto, podemos jugar juntos sin miedo." - dijo Daniel suavemente.

Y así fue como Lui no solo aprendió a confiar en los perros, sino que también enseñó a sus amigos que la diversión debería ser siempre un momento para compartir.

El bosque se llenó de carcajadas y ladridos cada vez que ellos se reunían, recordando a todos sus habitantes que en la diversidad está la verdadera belleza de la amistad.

FIN.

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