La Aventura de Mamá Lú y sus Ternuras
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una mamá muy especial llamada Lú. Lú era conocida por su ternura infinita y su dedicación a su familia. Tenía tres hijos: Tomi, una inquieta ardillita de diez años; Sofi, una dulce mariposa de ocho; y el pequeño Nano, que apenas contaba con cinco años y soñaba con ser astronauta.
Cada mañana, Lú se levantaba muy temprano para preparar el desayuno.
"¿Qué quieren comer hoy, mis pequeños?", preguntaba con una sonrisa luminosa.
"¡Panqueques con dulce de leche!", gritaba Tomi, mientras saltaba como una pelota.
"A mí me gustan las tostadas con manteca", decía Sofi mientras peinaba su cabello.
"¡Quiero galletitas!", respondía Nano con sus ojos brillando.
Lú sonreía y, con mucho amor, preparaba un desayuno espléndido. Pero ese día, todo cambió.
"¿Mamá, podemos hacer algo divertido después del cole?", preguntó Tomi expectante.
"Claro, me encantaría. ¿Qué tienen en mente?", respondió Lú.
Los niños comenzaron a dar ideas, pero algo inesperado sucedió. Se cortó la luz en toda la casa. Todo quedó en silencio, y la familia se miró preocupada.
"Noooo... ¿Qué hacemos?", se lamentó Sofi.
"Podemos jugar a las escondidas en la oscuridad", sugirió Tomi, tratando de no dejar que la tristeza los invadiera.
"Me encanta esa idea", dijo Lú con voz entusiasta. "¡Juguemos todos juntos!"
Y así lo hicieron. Con la luz apagada y solo el brillo de unas lucecitas que colgaban en su habitación, la casa se convirtió en un mundo de enigmas y risas. Lú se escondía detrás del sillón y decía:
"¡Aquí estoy, quién me encontrará primero!".
La risa y la diversión llenaron el aire, y en poco tiempo, los niños se olvidaron del apagón, abrazando la magia de estar juntos. Pero, al terminar el juego, se dieron cuenta de que la luz no volvía.
"¿Y ahora qué hacemos?", preguntó Nano con un tonito triste.
"Podemos contar historias", sugirió Sofi.
"Sí, yo sé una", dijo Tomi entusiasmado.
"Era una vez..." comenzó, y todos lo escucharon con atención.
La noche comenzó a caer y Lú decidió que era hora de improvisar una merienda.
"Los haré unos sándwiches de mermelada, y como postre, ¡un poco de chocolate!".
"¡Genial, mamá!", exclamaron los chicos. Todos se acomodaron alrededor de la mesa, y aunque la luz seguía fuera, el calor de su amor llenaba el hogar.
De repente, sonó un fuerte trueno que sorprendió a todos y la casa tembló un poco.
"¡Ay, qué susto!" gritó Nano, aferrándose a la mano de su mamá.
"No pasa nada, mi amor, es solo la lluvia. Estamos aquí juntos, y eso es lo importante", lo tranquilizó Lú.
Después de cenar, Lú se acordó de algo muy especial.
"¡Chicos! Tengo un juego que siempre me hace sentir mejor cuando el clima está así. Se llama 'El juego de los agradecimientos'."
Los niños se miraron intrigados.
"¿En qué consiste?" preguntó Sofi.
"Por turno, cada uno de nosotros va a decir algo por lo que está agradecido. Empecemos por mí… Yo estoy agradecida por estar con ustedes, porque son mis rayos de sol."
Nano comenzó.
"Yo estoy agradecido por los sándwiches. Me encantan".
"Yo agradezco a los cuentos que me haces escuchar, mamá", dijo Sofi.
Y así siguió el juego, llenando la habitación de gratitud y felicidad.
Finalmente, el apagón terminó, la luz regresó y el hogar volvió a brillar.
"¡Miren! El mundo sigue ahí fuera", dijo Tomi.
"Con luz y todo", agregó Lú, abrazando a sus hijos.
Desde ese día, cada vez que había un apagón, los niños ya sabían lo que hacer. Y lo más importante, aprendieron que el amor de su mamá y la unión familiar eran el verdadero brillo en sus vidas, más allá de cualquier luz.
Y así, la vida continuó en el pequeño barrio de Buenos Aires, donde la mamá Lú y sus hijos siempre encontraban una forma de compartir alegría y amor, incluso en la oscuridad. Todos los días se repetía la magia de compartir, aprender, y sobre todo, sonreír juntos.
FIN.