La Aventura de Miguel Ángel y la Montaña Mágica



En un pequeño pueblo rodeado de majestuosas montañas, vivía un hombre llamado Miguel Ángel. A sus 44 años, era conocido por todos por su amor al senderismo y la naturaleza. Los domingos, Miguel Ángel organizaba excursiones familiares, donde siempre compartía su pasión por el aire libre con su esposa, sus dos hijos, y su perrito, Rocco.

Una mañana soleada, Miguel Ángel llenó su mochila con bocadillos y agua para un día de exploración. "¡Vamos, familia! Hoy descubriremos la Montaña Mágica", exclamó con alegría. Sus hijos, Sofía y Tomás, se miraron entre sí con emoción. "¿Qué tiene de especial la Montaña Mágica?", preguntó Sofía.

"Dicen que en su cima hay un árbol gigante que concede un deseo a quienes logran llegar hasta allí", respondió Miguel Ángel con una sonrisa.

Y así, la familia partió, animados por el misterio y la aventura. En el camino, Miguel Ángel les enseñó sobre las flores y los árboles que encontraban. "¡Miren! Esta es una flor nativa que solo crece aquí, se llama 'Cebolla de los Andes'. Si la tocas suavemente, ¡huele delicioso!",

les dijo mientras les mostraba la planta. Tomás, entusiasmado, comenzó a tocarla con suavidad.

Después de un par de horas de caminata, la familia se encontró con un río cristalino que cruzaba su camino. "Para seguir, tenemos que encontrar un modo de cruzar”, comentó Miguel Ángel. Sofía observó las piedras grandes que asomaban sobre el agua. "¡Podemos saltar de piedra en piedra!", sugirió. Y así, comenzaron a saltar, riendo y ayudándose unos a otros.

Cuando todos estuvieron en la otra orilla, Miguel Ángel notó que Rocco estaba ladrando con insistencia hacia un arbusto. "¿Qué le pasará a Rocco?", preguntó Tomás, medio preocupado. Miguel Ángel se acercó al arbusto y, para su sorpresa, encontró una pequeña ardilla atrapada.

"¡Miren! Hay una ardillita aquí", dijo Miguel Ángel. "Debemos ayudarla", afirmó Sofía. Con mucho cuidado, Miguel Ángel ayudó a liberar a la ardilla y, al hacerlo, la pequeña se sentó en su mano un momento antes de correr hacia un árbol cercano. "Te estamos agradecidos", pareció decirles al mirarles desde la seguridad de una rama.

Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde el sendero se dividía. "¿Qué hacemos?", preguntó Tomás. "Una parte va hacia arriba y la otra hacia el lado de la montaña", contestó Miguel Ángel.

Sofía miró hacia arriba y sintió un impulso. "¡Vamos a la cima!" insistió. "Yo también quiero ver el árbol gigante", agregó Tomás emocionado.

Después de una larga y difícil caminata, de repente, llegaron a un lugar donde había una nube de niebla. "Los cuentos dicen que, si llegas a la cima y no ves nada, es una prueba", explicó Miguel Ángel. "¿Cómo?", interrogaron los chicos. "Si logramos mantener la calma y seguimos adelante, no importa lo que veamos, ¡habremos conseguido nuestro objetivo!".

Con sus corazones latiendo fuertemente, decidieron avanzar. La niebla comenzó a despejarse y de repente, la familia se encontró ante el más impresionante árbol que jamás habían visto. Era tan grande y fuerte que parecía llegar hasta el cielo.

"¡Guau!" exclamó Sofía atónita. "Es hermoso", agregó Tomás, mirando con admiración. Miguel Ángel sonrió y dijo: "Ahora, es momento de hacer un deseo, pero recuerden que no es solo para ustedes, sino también para todos los que amamos".

Cada uno cerró los ojos y formuló su deseo en silencio. Luego, Rocco empezó a ladrar y todos comenzaron a reír. "¡Él también tiene un deseo!", se rió Miguel Ángel. "¿Qué les parece si nuestro deseo es que siempre podamos disfrutar juntos de la montaña y la naturaleza?", propuso Sofía. "¡Me encanta!", exclamó Miguel Ángel, mientras todos asintieron con entusiasmo.

Al terminar el día, la familia regresó a casa, no solo cansados, sino también llenos de alegría y recuerdos inolvidables. Miguel Ángel se dio cuenta de que la mayor magia de todas estaba en los momentos compartidos con sus seres queridos, en las aventuras vividas juntos.

Y así, Miguel Ángel continuó explorando la naturaleza, pero ahora sabía que lo mejor de todo era la conexión que tenía con su familia, que siempre sería su mayor tesoro.

FIN.

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