La Aventura de Nico y Leo



En un pequeño barrio de Buenos Aires, dos amigos inseparables, Nico y Leo, se encontraban en medio de una intensa batalla de canicas en el parque. Nico, que siempre era muy reservado con sus cosas, tenía un montón de canicas brillantes y coloridas. Leo, por el contrario, era muy solidario y siempre buscaba la manera de compartir y disfrutar junto a sus amigos.

"¡Mirá cuántas tengo!", exclamó Nico mientras mostraba su colección.

"¡Son increíbles, Nico! Pero, ¿por qué no me dejás jugar con algunas?" - respondió Leo entusiasmado.

"No sé, Leo. Me gustan mucho y tengo miedo de que se rompan" - dijo Nico con una sonrisa nerviosa.

Esa tarde, Leo sintió un pequeño desánimo, pero decidió no insistir. Después de todo, entendía que a su amigo le costaba compartir. Sin embargo, algo inesperado sucedió: una nube oscura empezó a cubrir el cielo, y de repente, el sol se escondió tras ella, arruinando su día de juegos.

"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Leo mirando cómo las gotas de lluvia empezaban a caer.

"No sé, quizás deberíamos regresar a casa" - respondió Nico, mirando las canicas que ya tenía en su mochila.

De camino, la lluvia se intensificó, y ambos corrieron a refugiarse bajo un árbol grande. Mientras esperaban, Nico miró a Leo, que estaba empapado pero sonriendo.

"¿Por qué siempre estás tan contento, aunque esté lloviendo?" - preguntó Nico curiosamente.

"Porque siempre hay algo bueno en cada situación. Ahora podemos jugar a las palabras bajo este árbol mientras esperamos que pare", dijo Leo, intentando sacar lo positivo de aquel momento.

De pronto, un fuerte trueno resonó en el aire, y los chicos miraron hacia el cielo, asustados. En ese instante, una intensa rayo iluminó el lugar, creando un gran estruendo que hizo temblar el suelo.

"¡Ay, no! ¡¿qué fue eso?" - gritó Nico, aferrándose a su mochila.

"¡No te preocupes, Nico!" - intentó tranquilizarlo Leo con el rostro lleno de inquietud. "Esto pasará. Ya verás."

Pero mientras el temporal seguía, Nico empezó a ver algo asombroso: cerca de su mochila había un pequeño charco formándose, y en él había varias canicas que habían caído al suelo y brillaban como estrellas. A pesar del susto, la imagen le pareció hermosa.

"¡Mirá, Leo! Esas canicas brillan! ” - exclamó Nico, aliviado al ver algo tan lindo en medio del mal tiempo.

"Sì, son geniales. Si tan solo pudiéramos..." - Leo hizo una pausa, y miró a su amigo con una idea en mente. - “¿Qué te parece si compartimos las canicas, las ponemos en el charco y hacemos un juego juntos?"

"Pero, pero… ¿y si se rompen o alguien se las lleva?" - titubeó Nico, sudando un poco.

"Sí, pero lo mejor es divertirnos juntos. ¡Se verá hermoso!" - Leo sonrió ampliamente, motivando a su amigo.

Nico miró el cielo y luego el charco. Tomando aire, decidió arriesgarse:

"Está bien… hagámoslo".

Sacaron las canicas, las lanzaron al charco y observaron cómo brillaban bajo la lluvia, creando un espectáculo que atrajo la atención de otros chicos en el parque. Todo el mundo se unió, haciendo un juego donde cada uno lanzaba algunas canicas al agua.

La lluvia cesó y un arcoíris surgió en el cielo, formando una imagen mágica.

"¡Mirá, Nico! ¡Es increíble!" - exclamó Leo con alegría.

"Sí... nunca pensé que al compartir podría ser tan divertido" - dijo Nico con una sonrisa genuina.

Desde ese día, Nico aprendió que compartir no solo acerca a las personas, sino que también lleva a momentos mágicos que jamás se olvidarían. Leo, por su parte, se sintió feliz de haberle enseñado una valiosa lección a su mejor amigo.

A menudo se podía ver a Nico y Leo jugando juntos, no solo con canicas, sino también compartiendo sueños y risas. Porque, al final del día, lo más importante no eran las cosas que tenían, sino la amistad que los unía.

FIN.

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