La Aventura de Niña Pequeña y las Verduras Mágicas
Había una vez, en un colorido pueblo llamado Verdolanda, una niña muy curiosa llamada Niña Pequeña. A diferencia de otros niños, a ella no le gustaban las verduras. En su plato, siempre había un pequeño campo de batatas, zanahorias y espinacas que protestaban por no ser comidos.
Un día, mientras paseaba por el mercado, se encontró con un misterioso puesto. En él, un anciano con una larga barba blanca la miraba con ojos chispeantes.
"Hola, pequeña. ¿No quieres probar alguna de mis verduras mágicas?" - le preguntó.
"No, gracias. A mí no me gustan las verduras" - respondió Niña Pequeña, haciendo una mueca.
El anciano sonrió y dijo: "¿Y si te cuento un secreto? Las verduras pueden llevarte a lugares mágicos, si tan solo les das una oportunidad".
Intrigada pero escéptica, Niña Pequeña siguió su camino. Sin embargo, aquella idea la siguió dando vueltas en la cabeza. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, un rayo de luz iluminó su habitación. ¡Era un pequeño hadita!"Soy Verdulita, el hada de las verduras. ¡Te he escuchado!" - exclamó el hada.
"¿Y qué quieres?" - preguntó Niña Pequeña, sorprendida.
"Quiero llevarte a un lugar donde las verduras son increíbles, ¡y tú verás lo divertidas que pueden ser!" - dijo Verdulita.
Niña Pequeña dudó, pero la curiosidad pudo más. Asintió y, en un parpadeo, se encontró en un jardín mágico donde las verduras hablaban y danzaban.
"¡Bienvenida a Verdilândia!" - gritaron en coro las verduras, saltando con alegría.
"¿Qué es esto?" - se maravilló Niña Pequeña.
"Aquí las verduras son amistosas y felices. ¡Vamos a jugar!" - invitó una zanahoria con ojos brillantes.
Niña Pequeña se unió a ellas y comenzaron a jugar al escondite. Descubrió que la brócoli era buenísima para esconderse, mientras que la lechuga era muy buena para la carrera. Al principio le costó, pero poco a poco, comenzó a disfrutar mucho.
"¿Sabías que las verduras pueden darte súper poderes?" - le dijo el tomate, que tenía una capa roja.
"¿En serio?" - preguntó Niña Pequeña, con los ojos muy abiertos.
"Sí, por ejemplo, ¡comer espinaca te hace fuerte como Popeye!" - exclamó el tomate, levantando los brazos.
Durante el día, jugaron, rieron y aprendieron sobre todos los beneficios de las verduras. Niña Pequeña se dio cuenta de lo mucho que podía disfrutar de ellas y de lo importantes que eran para mantenerse sana.
"¡Quiero llevar un poco de Verdilândia a mi casa!" - exclamó.
"Si quieres, puedes hacerlo, pero primero debes prometer que las probarás y les darás cariño" - dijo Verdulita.
Niña Pequeña prometió.
Al día siguiente, despertó en su cama, pero esta vez se sentía diferente. En su cocina había un pequeño pack de verduras de Verdilândia. Decidió hacer una ensalada colorida y deliciosa, y al probarla, la llenó de risas y alegría.
Desde entonces, Niña Pequeña no solo comió verduras, sino que se convirtió en la niña más feliz del pueblo por haber descubierto un mundo nuevo lleno de sabor y diversión. Siempre llevándose a casa un poco de la magia que había encontrado en Verdilândia.
Y así, Niña Pequeña, con cada bocado de verduras, sentía un poquito de la alegría y la magia de sus amigos del jardín. Y nunca más dijo que no le gustaban las verduras.
Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.