La Aventura de Paloma y David en el Campo
Era un día gris, de esos que parecen murmurar secretos. Paloma y David, dos amigos inseparables, decidieron que era el momento perfecto para una aventura en el campo. Con una mochila llena de bocadillos y una cesta para recolectar setas, partieron de sus casas con una sonrisa contagiosa.
"¡Vamos, David! Este día gris puede ser muy divertido si lo aprovechamos bien", dijo Paloma con entusiasmo.
"Sí, ¡y quién sabe cuántas setas encontraremos!", respondió David, haciendo un gesto con sus brazos, como si ya pudiera verlas.
Mientras caminaban, el viento suave les acariciaba las caras, aunque el cielo estaba cubierto de nubes. Los árboles, con sus hojas brillantes, parecían saludarlos, y los dos amigos sentían que eran parte de algo especial.
Se adentraron en el bosque, y la emoción crecía a cada paso. Sin embargo, al poco rato, encontraron un pequeño claro lleno de hojas secas y ramas caídas. Allí no había setas.
"¿Y si cambiamos de lugar? Tal vez las setas estén en otro lado", sugirió David, un poco desalentado.
"Sí, pero, ¿qué tal si primero revisamos bien este claro? A veces, las cosas están escondidas en lugares que no parecen interesantes", contestó Paloma, con la mirada curiosa.
Decidieron explorar un poco más y, para su sorpresa, encontraron un tronco gigante cubierto de musgo. Al acercarse, vieron que en él crecían un par de setas coloridas y extrañas.
"¡Mirá, David! Ahí hay setas", gritó Paloma emocionada.
"¿Son comestibles?", preguntó David, frunciendo el ceño.
"No lo sé... Mejor no las toquemos, podríamos confundirlas", respondió Paloma, recordando lo que habían aprendido sobre la importancia de conocer bien antes de recoger setas.
Más allá del tronco, el bosque se abría a un sendero que parecía invitarles a seguir. Siguiendo el camino, se encontraron con un arroyo que corría fresco y alegre, dejando un murmullo refrescante.
"¿Qué te parece si hacemos un pequeño descanso aquí?", propuso David.
"¡Sí! Y también podríamos hacer un bocadillo de nuestras galletas", respondió Paloma, comenzando a sacar un par de galletas de su mochila.
Disfrutaron de su merienda juntos mientras observaban el agua del arroyo.
De repente, un pequeño sonido les llamó la atención. Era un conejito blanco, que salió de entre los arbustos y se acercó a ellos, curioso por la comida.
"¡Mirá, un conejito!", dijo David.
"¡Hola, pequeño!", saludó Paloma, extendiendo una mano para que el conejito se acercara.
El conejito, sin dudarlo, brincó hasta donde estaban ellos y, poco a poco, se acercó a las galletas que tenían. David y Paloma tuvieron mucho cuidado de no asustarlo.
"Creo que le gusta el dulce", rió David, viendo cómo el conejito mordisqueaba con entusiasmo una galleta.
"Tal vez deberíamos buscar setas aquí cerca. Este lugar es precioso y parece que a los animales también les gusta", sugirió Paloma, mirando a su alrededor.
Mientras buscaban, Paloma tropezó con una piedra y cayó al suelo, pero no se hizo daño.
"¡Ay!", gritó, riéndose mientras se levantaba.
"¿Estás bien?", preguntó David, corriendo hacia ella.
"Sí, sí, solo fue un pequeño tropiezo", respondió Paloma, sacudiéndose la tierra.
En ese momento, algo brillante llamó su atención. Era un pequeño hongo dorado que resplandecía entre la hierba. Paloma se acercó despacio para verlo mejor.
"Mirá, David. Este es un hongo especial, casi parece mágico", dijo.
"¿Crees que es comestible?", preguntó David mientras observaba el hongo.
"No estoy segura... Creo que debemos investigar un poco más antes de decidir. Este sí parece diferente a los demás", asentó Paloma, recordando lo que habían aprendido sobre la recolección responsable.
Decidieron tomar una foto del hongo y seguir buscando en el otro lado del arroyo. Al final, encontraron una pequeña cueva cubierta de plantas.
"¿Te imaginas qué habrá adentro?", preguntó Paloma con un brillo en los ojos.
"Tal vez un tesoro, o un escondite secreto... ¡Vamos a mirar!", exclamó David, entrando primero en la cueva.
Dentro, el lugar era oscuro, y podían escuchar el eco de sus voces. Sin embargo, al encender una linterna que llevaban, se dieron cuenta de que había murales pintados en las paredes.
"¡Mirá!", dijo Paloma. "Son dibujos de animales del bosque. ¡Qué lindo!".
"¿Y si estos son los guardianes del bosque?", sugirió David, imaginando historias sobre ellos.
Pasearon por la cueva, admirando cada dibujo y dándose cuenta de que todo formaba parte de un mismo ecosistema. Esto les hizo reflexionar sobre la importancia de cuidar la naturaleza.
Finalmente, ya casi al anochecer, decidieron volver a casa. Volvieron con la cesta medio llena de algunas setas que habían encontrado y un par de galletas, pero sobre todo, con el corazón lleno de recuerdos.
"Hoy fue increíble, Paloma. ¡Debemos volver a buscar setas pronto!", dijo David mientras caminaban de regreso.
"Sí, y la próxima vez haremos una merienda aún mejor y exploraremos más", respondió Paloma, contenta por su día.
Aprendieron que aunque el cielo estaba gris, su aventura había sido colorida y llena de sorpresas. Y así, cada vez que miraban a aquel bosque, sabían que siempre habría un nuevo secreto por descubrir.
FIN.