La Aventura de Pipo y las Zombies Gasoleras



En un tranquilo barrio de la ciudad de La Plata, vivía un niño llamado Pipo. Tenía un gran amor por la pizza y la gaseosa, lo que sus amigos siempre bromeaban diciendo que era un "pizza-loco". Un día, mientras disfrutaba de su merienda en la plaza, algo extraño ocurrió. Todo el mundo empezó a murmurar al ver acercarse a un grupo de zombies. Pero no eran zombies comunes, ¡eran zombies con sed! Caminaban torpemente y gritaban:

"¡Tengo hambre de pizza! ¡Y sed de gaseosa!".

Pipo se quedó paralizado por un momento, pero luego se le ocurrió una idea brillante. "¿Y si les ofreciera comida en lugar de asustarles?" pensó.

Con valentía, se acercó a ellos y dijo:

"¡Hola! ¿Les gustaría comer pizza y tomar gaseosa?".

Los zombies se detuvieron, confundidos.

"¿Comer... pizza?" cuestionó uno de ellos, que parecía ser un poco más amigable.

Pipo asintió, y les propuso hacer una gran fiesta de pizza en la plaza. Los zombies, sobre todo al escuchar sobre la gaseosa, se entusiasmaron.

"¡Sí, sí, fiesta!" gritaron con alegría.

Pipo corrió a su casa y preparó varias pizzas con su mamá. Al mismo tiempo, los zombies empezaron a buscar latas de gaseosa, dejando atrás un rastro de risas y baile.

La plaza se convirtió en un jardín de felicidad. Todos comenzaron a bailar al ritmo de la música que salía de un viejo altavoz de la plaza. Pero entre tanta alegría, surgió un pequeño problema: los zombies no tenían cómo comer la pizza.

Pipo, astuto, pensó en una solución. Se subió a su bicicleta y fue al almacén de Doña Rosa, una mujer cariñosa que siempre tenía la mejor pizza del barrio.

"Doña Rosa, hay unos zombies en la plaza y quieren pizza, pero no pueden comerla. ¡Necesito tu ayuda!".

"¿Zombies? ¿Y qué quieres que haga?" dijo Doña Rosa, sorprendida.

Pipo sonrió y explicó su plan:

"Podemos hacer pizzas pequeñas que los zombies puedan sostener con sus manos. Y también necesitamos un montón de gaseosa”.

Doña Rosa, que siempre tenía un gran corazón, aceptó ayudar. Juntos organizaron una gran fiesta. Prepararon pizzas de distintos sabores, desde la clásica de muzzarella hasta la de jamón y morrones, para que todos los zombies pudieran elegir. La gaseosa burbujeante no se hizo esperar, y pronto la plaza se llenó de aromas deliciosos.

Cuando todo estuvo listo, Pipo y Doña Rosa llevaron las pizzas en bandejas grandes a la plaza.

"¡Miren lo que traemos!" gritó Pipo.

Los zombies, al ver la comida, dieron un grito de euforia. Uno de ellos, que parecía ser el líder, dijo:

"¡Esto sí que es una fiesta!".

Todos los zombies se pusieron a disfrutar de la deliciosa comida y comenzaron a hablar y reír. Pipo, viendo la felicidad en todos, sintió que algo maravilloso estaba sucediendo. De repente, un niño del barrio se acercó, temeroso de lo que veía. Sin embargo, en vez de huir, se quedó observando la escena.

"¿Están... comiendo pizza?" preguntó asombrado.

Pipo sonrió y le dijo:

"¡Sí, ven! No son malos. Solo tienen hambre de pizza y sed de gaseosa. ¡Esto es diversión!".

El otro niño, aún dudoso, se acercó lentamente. Al ver que todos se divertían, se unió. Y, poco a poco, todos los niños del barrio empezaron a acercarse y unirse a la fiesta. Pronto, zombies y niños bailaban juntos, compartiendo risas y comida.

"Nunca pensé que me haría amigo de un zombie" dijo un niño riendo.

"¡Nosotros solo queríamos una fiesta!" gritó uno de los zombies.

De repente, un niño preguntó:

"¿Pero qué pasa si se va la diversión?".

Pipo pensó un momento y dijo:

"La diversión comienza aquí. Si hacemos un pacto de pizza, podemos volver a encontrarnos y pasar más momentos juntos. Cada mes haremos una gran fiesta".

Los zombies y los niños se miraron con emoción y aceptaron el pacto. Desde ese día, una vez al mes, había una fiesta de pizza en la plaza con amigos de todos lados: humanos y zombies. La ciudad se volvió más unida, aprendiendo que la amistad y la comida son puentes que conectan a todos, sin importar su apariencia.

Así fue como Pipo se convirtió en el héroe del barrio, el chico que hizo amigos, incluso de los más inesperados, solo con un poco de pizza y mucha buena onda. Y cada vez que veían un zombie, no se asustaban, sino que invitaban a la fiesta.

Y colorín colorado, esta fiesta se ha acabado.

FIN.

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