La Aventura de Sandra y el Último Dia de Clases



En un pueblo pequeño, había una maestra llamada Sandra que había dedicado su vida a enseñar. Ahora, después de muchos años de trabajo, se acercaba su jubilación. Era un día especial, lleno de emociones, y sus alumnos la esperaban con ansias para la última clase. Sandra, que siempre había sido una profesora cariñosa y divertida, había prometido una sorpresa para todos.

Esa mañana, mientras preparaba el aula, miró sus viejas fotos de viajes y momentos felices.

"¿Por qué no puedo quitarme esta sensación de nostalgia?", pensó.

Pero estaba decidida a que ese día fuera memorable. Cuando sonó el timbre, la clase casi estalló de entusiasmo. Los niños, llenos de curiosidad, se acomodaron en sus sillas.

"Hoy vamos a tener una clase especial, llena de sorpresas. Pero antes, quiero que me cuenten qué es lo que más les gusta de esta escuela", dijo Sandra sonriendo.

Los chicos empezaron a hablar, uno a uno, recordando momentos divertidos, las historias de los libros y los juegos en el patio.

"A mí me encanta cómo nos ayudás a resolver los problemas de matemáticas, ¡haces que sea divertido!", exclamó Juan.

"Y a mí me gusta el mate que compartís en los recreos, tiene un gusto especial", agregó Ana con una gran sonrisa.

Sandra no podía evitar emocionarse.

"¡Eso significa mucho para mí! Pero hoy también tengo otra sorpresa", dijo mientras sacaba una bolsa de papel envuelta con un lazo colorido.

"¡Sorpresa, sorpresa!", gritaron los niños al unísono.

Sandra abrió la bolsa y sacó una pizarra mágica.

"Con esta pizarra, vamos a crear una historia juntos", anunció.

Los niños comenzaron a escribir ideas en la pizarra. Había dragones, castillos, aventuras en el espacio, y hasta un pequeño ratón que quería ser grande. Pero, de repente, Juan se detuvo.

"¿Y si somos nosotros?", sugirió, "una historia sobre nuestra escuela y sus historias mágicas".

Sandra aplaudió la idea.

"¡Genial! , empecemos entonces. Somos un grupo de aventureros en una escuela encantada", dijo Sandra.

Los niños se entusiasmaron, y comenzaron a contar cómo serían sus personajes.

"Yo seré el valiente capitán de la nave espacial", dijo Tomás, con un brillo en los ojos.

"Y yo seré la exploradora que encuentra tesoros escondidos en el patio", agregó María.

Mientras inventaban, el tiempo voló. De repente, que estaba casi al final de la jornada, escucharon un sonar muy peculiar.

"¿Qué es eso?", preguntó Ana, mirando por la ventana.

"¡Es una máquina de humo! ¡Y está saliendo del aula de ciencias!", gritó Juan, emocionado.

"¡Vamos a investigar!", exclamó Sandra, ¡A ver qué está ocurriendo! Y todos juntos se dirigieron hacia el aula de ciencias.

Cuando llegaron, encontraron al profesor Gómez con una gran máquina de hacer helados, rodeado de brillo y olor a vainilla.

"¿Qué están haciendo aquí?", preguntó él, sorprendido.

"Sandra nos estaba contando sobre nuestras aventuras", explicó Ana.

"¡Y esto parece una aventura! ¿Puedo probarlo?", dijo Juan, cada vez más emocionado.

El profesor Gómez sonrió.

"Por supuesto. ¡A todos ustedes les toca un helado por ser tan buenos alumnos!"

Los chicos no podían creer lo que estaban escuchando.

"¡Gracias, profe!", gritaron mientras se lanzaban a disfrutar el delicioso helado.

Después de la merienda y entre risas, Sandra miró a su alrededor y se dio cuenta de que la clase que había planeado era aún más especial de lo que esperó.

"Hoy fue un día diferente, ¿no?", reflexionó Sandra.

"¡Sí! Fue increíble, señora!", respondieron todos en unísono.

"Aunque me jubilo, siempre estaré cerca, porque las historias que compartimos nunca acaba", prometió ella.

El timbre sonó una vez más y los niños comenzaron a despedirse. Pero a esa altura, ya no era solo una despedida. Era un nuevo comienzo para todos ellos.

Cuando todos se fueron, Sandra vio los dibujos que habían hecho en la pizarra mágica: imágenes de dragones y castillos, pero también de momentos que vivieron juntos.

"Siempre llevaré estos recuerdos en mi corazón", pensó mientras cerraba la puerta del aula por última vez.

Y así, Sandra se fue a casa, con su mate y la certeza de que la enseñanza tiene un eco eterno.

La historia de la escuela y sus alumnos continuaría, y aunque ella estaba lejos, su espíritu siempre estaría presente en cada rincón.

Días después, cuando los chicos la visitaron, cada uno con un dibujo y una historia nueva para contarle, Sandra sonrió. No solo había formado a sus alumnos, había inspirado aventureros en busca de nuevas historias.

Así termina la historia, pero cada día es una nueva oportunidad de contarla de nuevo.

FIN.

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