La Aventura de Seleste y sus Amigos
Seleste era una niña llena de curiosidad y amor por la naturaleza. Vivía en un pequeño pueblo al pie de la montaña más alta y hermosa del lugar. Siempre soñaba con explorar sus sentidas laderas y descubrir los secretos que escondía. Tenía dos grandes amigos: un perro llamado Pinta, que era juguetón y leal, y un caballo llamado Lúcio, fuerte y rápido. Un día, mientras jugaban en el jardín, Seleste les dijo:
"¡Chicos! Hoy es el día. Vamos a explorar la montaña. ¡Quiero ver todo lo que hay allá arriba!"
"¡Sí! ¡Vamos!" ladró Pinta moviendo la cola emocionado.
"Yo voy a ser el más rápido en llegar a la cima" dijo Lúcio relinchando con entusiasmo.
Mientras subían por el sendero que serpenteaba hacia la cumbre, Seleste comenzó a contar historias sobre los animales que podrían vivir en la montaña.
"¡Imaginen que encontramos una familia de ciervos!" exclamó Seleste con los ojos brillando.
"O quizás un águila dorada volando alto en el cielo" añadió Pinta, saltando de alegría.
"O un zorro astuto que nos guíe hasta una cueva mágica" agregó Lúcio, que siempre soñaba con aventuras.
Mientras escalaban, los tres amigos se encontraron con un grupo de flores silvestres.
"Miren qué hermosas son!" dijo Seleste agachándose para olerlas.
"¡Son como un arcoíris!" exclamó Pinta, con la nariz burbujeante de colores.
"No se olviden de cuidar la naturaleza; debemos ser respetuosos y no arrancarlas" recordó Lúcio sabiamente.
De repente, un fuerte viento comenzó a soplar, haciendo que las ramas de los árboles crujieran y la montaña retumbara.
"¿Qué fue eso?" preguntó Seleste, asustada.
"No te preocupes, Seleste, solo es el viento" dijo Pinta, intentando calmarla.
"Ven, sigamos adelante. No hay que tenerle miedo a la naturaleza" animó Lúcio.
Los amigos continuaron su camino, pero después de un rato se encontraron con un desvío en el sendero. Seleste miró hacia un lado y luego al otro, confundida.
"¿Por dónde deberíamos ir?" preguntó.
"Podemos seguir este camino a la izquierda, parece más fácil" sugirió Pinta, lamiéndose la pata.
"Pero, ¿y si perdemos la aventura más emocionante?" dijo Lúcio, mirando hacia la derecha donde el sendero se adentraba en un bosque espeso.
Tras mucho pensar, Seleste decidió:
"Vamos por el bosque. A veces los mejores tesoros están donde menos lo esperas".
Así se adentraron en el bosque. La luz filtraba entre las hojas creando un espectáculo mágico. De repente, escucharon un suave llanto.
"¿Qué será eso?" preguntó Seleste, prestando atención.
"Vamos a ver" dijo Pinta, guiándose por el sonido.
Al acercarse, encontraron a un pequeño ciervo atrapado entre unas ramas. Seleste se acercó lentamente.
"Pobrecito, tenemos que ayudarlo" dijo, preocupada.
"Pero, ¿cómo lo hacemos?" preguntó Pinta, sintiéndose un poco nervioso.
"Con cuidado, debemos despejar las ramas" ordenó Lúcio, mostrando su valentía.
Trabajaron juntos, Pinta moviendo las ramas con su hocico, Lúcio utilizando su fuerza y Seleste guiando. Finalmente, lograron liberar al ciervo, que los miró agradecido antes de escapar entre los árboles.
"Lo hicimos!" gritaron emocionados.
"Aprendimos que podemos ser valientes y ayudar a otros" exclamó Seleste con una gran sonrisa.
"Y que siempre debemos cuidar de la naturaleza que nos rodea" añadió Lúcio.
Con el corazón lleno de alegría y una nueva lección, Seleste, Pinta y Lúcio continuaron su aventura y, aunque no llegaron a la cima de la montaña, regresaron a casa con una historia increíble que contar y una amistad aún más fuerte.
Desde ese día, Seleste entendió que las montañas siempre tendrían misterios por descubrir, pero lo más importante era compartir esas aventuras con sus amigos y aprender a cuidar el mundo que los rodeaba.
FIN.