La Aventura de Tomás en el Mar
Era una mañana soleada en la ciudad de Mar del Plata, y Tomás, un niño con baja visión, estaba muy emocionado. Era su primera vez acercándose al mar. Había escuchado historias sobre las olas, la arena y el sonido de las gaviotas, pero nunca había estado allí. La mamá de Tomás, que siempre lo apoyaba, lo llevó al balneario.
"Mirá, Tomás, ahí están las olas", dijo su mamá, señalando hacia el horizonte.
Tomás se acercó, tocando el suelo, la arena suave entre sus dedos. Cada paso que daba dejaba huellas pequeñas.
"¿Cómo se siente el mar?" preguntó Tomás, curioso.
"Es fresco y salado, como si abrazara tus pies a cada instante", contestó su mamá.
Tomás se acercó con cautela. La brisa marina le acariciaba el rostro y hacía ruidos en sus oídos. La voz de las gaviotas lo llenó de emoción. Se detuvo y respiró profundamente.
De repente, una ola llegó y le mojó los pies.
"¡Ah! ¡Sentí el agua!" gritó Tomás, riendo.
Pero no todo sería tan sencillo. Al poco tiempo, sintió que algo le acariciaba los tobillos.
"¡Mamá! ¡Hay algo raro bajo el agua!"
"No te preocupes, Tomás. Es solo el mar jugando contigo. Vamos a ver qué hay ahí. ¿Te gustaría intentar?"
Tomás dudó, pero la curiosidad lo ganó. Agachándose, tocó la superficie del agua con las manos. Sintió algo suave y rugoso.
"¡Es una concha!" exclamó.
Tomás estaba orgulloso y ese hallazgo lo llenaba de alegría. La mamá de Tomás lo animó a seguir explorando.
"Podemos buscar más conchas. Tal vez encontremos alguna diferente", dijo.
Mientras buscaban, Tomás comenzó a hacerse preguntas sobre lo que había en el mar.
"Mamá, ¿habrá peces que juegan en el agua?"
"¡Por supuesto! Hay miles de ellos. Algunos son de colores vibrantes, otros son más pequeños y escurridizos. ¡Nos encantaría verlos nadar!"
Tomás, entusiasmado, imaginó a los peces nadando a su alrededor. La idea de ver criaturas bajo el agua lo llenaba de ilusión.
Fue entonces cuando un grupito de niños se acercó a ellos.
"Hola, ¿quieren unirse a nosotros? Vamos a construir un castillo de arena", dijo una niña con un balde brillante.
Tomás miró a su mamá, y ella le sonrió, animándolo a unirse.
"Sí, ¡vamos!" respondió, dejando el miedo atrás.
Mientras los niños comenzaban a formar torres y caminos, Tomás se concentró en la textura de la arena.
"Me gusta cómo se siente. Es como un abrazo suave, ¿no?" comentó a sus nuevos amigos.
"¡Sí! A mí también me encanta!" le contestó uno de los chicos, dándole paladas de arena.
Con el tiempo, la construcción fue tomando forma. En un momento dado, Tomás decidió que quería hacer un camino hacia el mar.
"Voy a hacerlo más grande, así los peces pueden venir a jugar con nosotros", dijo entusiasmado.
Sin embargo, el camino se desmoronó cuando una ola vino a saludar.
"¡Oh no!" gritó un niño.
"No te preocupes, eso es parte de la diversión. ¡Mira cómo vuelve la arena!" explicó otra niña.
Tomás se rió. Las olas eran un juego en sí mismas. Como si el mar quisiera formar parte de su castillo.
Tomás se dio cuenta de que a pesar de no poder ver todo como los demás, había cosas que podía sentir, y eso era igualmente especial.
"Con todo esto, creo que me hice amigo del mar", dijo, sonriendo.
Al caer la tarde, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Tomás se sintió feliz.
"Gracias, mamá, por traerme aquí. No solo conocí el mar, sino también a nuevos amigos y descubrí cosas maravillosas. ¡Fue una gran aventura!"
Su mamá lo abrazó, sintiendo la alegría en su corazón.
"Siempre puedes encontrar magia si abres tu corazón y tus manos a lo que te rodea. El mar es solo el comienzo de muchas aventuras más, querido. "
Y así, Tomás volvió a casa con un corazón lleno de recuerdos, colmado de sensaciones nuevas, y la promesa de más descubrimientos por venir en el maravilloso mundo que lo rodeaba.
FIN.