La Aventura de Tomás en el Mundo de las Imaginaciones



Tomás era un niño de ocho años que pasaba la mayor parte de su tiempo en su habitación. A menudo, se sentía aburrido ya que no sabía qué hacer. Mientras sus amigos jugaban afuera, Tomás miraba por la ventana, sintiendo que su creatividad se había ido de vacaciones. Una tarde, decidió que necesitaba encontrar algo divertido para hacer, así que se sentó en su cama y suspiró.

"No tengo nada para jugar, ni ideas en la cabeza..." - murmuró Tomás.

De repente, oyó un suave susurro. Era su osito de peluche, Coco, que estaba encima de su almohada.

"Tomás, ¿por qué no usás tu imaginación?" - dijo Coco, con voz dulce.

"¿Pero cómo?" - preguntó Tomás, sorprendido.

"Podés inventar un mundo maravilloso, llenarlo de aventuras, ¡sólo tenés que intentarlo!"

Tomás no estaba tan convencido, pero Coco tenía razón: ¿qué iba a perder por intentarlo?

Cerró los ojos y comenzó a imaginar. Al abrirlos, se encontraba en un bosque mágico, lleno de árboles de caramelos y ríos de chocolate. Sus ojos brillaron de emoción y comenzó a explorar.

"¡Mirá, Coco! ¡Hay un río de chocolate!"

Dio un paso hacia el río, pero de repente, una pequeña rana con sombrero lo saludó.

"¡Hola! Soy Ramón, el guardián del río. Si querés cruzarlo, tenés que ayudarme a encontrar mis tres piedras mágicas que se han perdido en el bosque."

Tomás asintió, emocionado.

"¡Claro, te ayudaré a encontrarlas!"

Ramón sonrió y los guió por el bosque. Buscaron en cada rincón, subieron a los árboles de caramelos y conversaron con las criaturas del bosque. Sin embargo, no encontraban las piedras.

Después de un rato, Tomás se detuvo y se sintió un poco desanimado.

"Tal vez no puedo hacerlo. Estoy empezando a pensar que no tengo buena imaginación, después de todo..."

Coco, que había estado escuchando atentamente, le dijo:

"No te desanimes, Tomás. A veces, cuando sentimos que no podemos, es porque todavía no hemos mirado con atención. ¿Qué tal si cambia de perspectiva?"

Al escuchar eso, Tomás decidió cambiar su enfoque. Miró al bosque desde un nuevo ángulo y vio un claro lleno de flores brillantes.

"¡Mirá! Allí hay algo brillante entre las flores. Puede que sea una piedra!"

Corrió hacia el claro y efectivamente, ¡ahí estaba la primera piedra mágica! La tomó con alegría.

"¡Una más! Solo nos falta una más y podremos cruzar el río" - exclamó Tomás con entusiasmo.

Continuaron buscando, y finalmente, encontraron la segunda piedra escondida detrás de un gran hongo.

"¡Sólo falta una! Vamos, no nos rindamos!"

Con el ánimo renovado, siguieron el camino y, tras un pequeño paseo, llegaron a un pequeño lago.

"No puedo creer que nos está costando tanto encontrar la última piedra..."

Tomás se sentó en la orilla, frustrado. Fue entonces cuando vio algo resplandeciente en el fondo del lago.

"¡La piedra! La veo en el agua!"

Tomás se asomó y, de repente, se dio cuenta de que para llegar a la piedra tenía que sumergirse un poco. Sintió miedo, pero Coco y Ramón lo animaron:

"¡Podés hacerlo, Tomás! Solo hay que tener valor. ¡Es una parte de tu aventura!"

Con un profundo respiro, Tomás se lanzó al agua. Sumergió sus manos y logró atrapar la última piedra mágica. Salió del agua, empapado pero feliz, y los tres celebraron juntos.

"Lo lograste, Tomás!" - gritó Ramón entusiasmado.

Tomás sonrió, sintiéndose orgulloso. Ahora entendía que la imaginación no tenía límites y que, a veces, sólo necesitaba un poco de perspectiva.

Con las tres piedras mágicas en mano, se dirigieron al río de chocolate y las depositaron en un lugar especial, donde inmediatamente apareció un puente brillante.

"¡Podemos cruzar!" - exclamó Tomás.

Al cruzar el puente, se sintió lleno de energía y creatividad. Había aprendido que podía usar su imaginación para crear aventuras, y que no debería rendirse tan fácil.

De repente, sintió que su habitación lo estaba llamando de nuevo. Con un guiño de ojo a Coco y Ramón, volvió a cerrar los ojos.

Al abrirlos nuevamente, estaba en su cama, en su habitación. Pero esta vez, ya no se sentía solo ni aburrido. Sabía que podía crear cualquier aventura simplemente usando su imaginación.

"¡Voy a inventar algo increíble!" - dijo en voz alta, mientras saltaba de la cama lleno de energía.

A partir de ese día, Tomás nunca más se sintió sólo en su habitación, porque el poder de su imaginación lo llevaba a lugares mágicos, siempre que decidiera usarlo. Y la identidad de un niño aburrido se transformó en la de un gran aventurero, ¡todo por un simple mensaje de un osito de peluche!

Y así, Tomás aprendió que la imaginación es un vasto universo que vive dentro de cada uno de nosotros, siempre listo para ser explorado.

FIN.

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