La Aventura de Tomás en la Nieve



Tomás era un niño de diez años que vivía en un pequeño pueblo. Siempre soñó con ver la nieve caer y jugar con ella, pero sus padres decidieron que aún era muy pequeño para ir a las montañas. Sin embargo, el amor por la aventura superó su temor y una mañana decidió escapar de casa.

Con su gorro de lana y un par de guantes viejos, Tomás salió sigilosamente de su casa. "Hoy es el día", se dijo a sí mismo, entusiasmado. La emoción lo empujó a caminar cada vez más rápido.

Tras unos kilómetros, encontró un lugar que parecía sacado de un cuento: colinas cubiertas de un manto blanco y árboles decorados con hielo. "¡Es increíble!" exclamó. Corrió hacia un montículo y se lanzó por la pendiente, riendo a carcajadas mientras rodaba.

De repente, oyó un ruido a sus espaldas. Se dio vuelta y vio a un perro grande, animal y de mirada amistosa, que lo observaba. "Hola, amigo. ¿Te gusta la nieve?" dijo Tomás, acariciando al perrito.

El perro, que se llamaba Copito, lo llevó a un pequeño claro donde había otros perros jugando. "¡Mirá cuántos son!"

Mientras tanto, en el pueblo, los padres de Tomás se estaban preocupando. "No quiero que le pase nada a nuestro hijo", decía su mamá, mirando por la ventana.

En la montaña, Tomás se divertía con los nuevos amigos. "¡Este es el mejor día de mi vida!" gritó mientras intenta hacer un muñeco de nieve. Pero a medida que jugaba, la tarde comenzó a caer y se dio cuenta de que se había alejado mucho de casa.

"Copito, creo que es hora de irme", dijo, sintiendo que algo no estaba bien. Pero cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que no sabía por dónde regresar.

La ansiedad lo invadió. "No, no puede ser...". Copito le lamió la cara como si le dijera que todo iba a estar bien. Tomás sintió un poco de consuelo.

Tomás decidió que tenía que encontrar el camino de regreso. "Vamos, Copito, debemos buscar un lugar alto y mirar. Quizás desde allí pueda ver el pueblo". Juntos, comenzaron a escalar una pequeña colina. Una vez en la cima, Tomás miró a su alrededor y reconoció una formación de árboles. "¡Sé dónde estamos!" exclamó con alegría.

Mientras regresaban, Tomás aprendió algo importante. "A veces, la aventura puede llevarnos a situaciones complicadas", pensó. "Siempre es mejor avisar a alguien cuando vamos a un lugar desconocido".

Finalmente, cuando al fin llegó a la ciudad, su mamá salió corriendo a su encuentro. "¡Tomás! ¡Estaba tan asustada!"

"Lo siento, mamá", dijo el niño abrazándola con fuerza. "Solo quería ver la nieve".

Su papá, con un respiro de alivio, preguntó: "¿Te divertiste?"

"Sí, pero también me di cuenta de que es mejor compartir mis aventuras y no preocuparlos. No necesito escaparme para vivir algo emocionante," respondió Tomás.

Desde ese día, Tomás prometió que nunca más se escaparía sin decírselo a sus padres. Acordaron un viaje familiar a la montaña y por primera vez Tomás pudo disfrutar de la nieve juntos con su familia. Mientras lanzaban bolas de nieve y hacían ángeles, Tomás sonrió sabiendo que las mejores aventuras se viven con los que más amamos.

FIN.

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