La Aventura de Tomás y la Murga
Era una noche luminosa en el barrio de Tomás, y el niño no podía dejar de pensar en la murga que se presentaba en la plaza. Todos sus amigos iban a ir, y él quería disfrutar de los colores, el ritmo y la alegría de la música. Cuando se lo pidió a su mamá, ella, cansada después de un largo día de trabajo, le respondió:
"Ay, Tomás, no puedo esta noche. Estoy muy cansada y necesito descansar."
Tomás se sintió desalentado, pero no quería rendirse tan fácilmente. Intentó convencerla.
"Por favor, mamá. Es solo esta vez. Prometo volver temprano. ¿No podríamos ir juntos?"
Su madre suspiró.
"No, hijo. Estoy muy cansada y no puedo salir."
Desanimado, Tomás se fue a su habitación. No era justo que todos sus amigos fueran al espectáculo y él tuviese que quedarse en casa. Después de un rato pensó: tal vez podría escaparse. Tomás convenció a su mente de que sería una aventura. Así que, cuando la noche llegó y su madre se acomodó en el sofá a descansar, él se preparó rápidamente.
Tomás se puso su abrigo, se despidió de su madre en silencio y salió a la calle. Caminó hasta la parada del colectivo y, con un poco de nerviosismo, esperó a que llegara. Una vez que subió, su corazón latía emocionado. El colectivo iba lleno de gente, pero él encontró un lugar al fondo.
Mientras el colectivo se movía, Tomás miraba por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad brillaban como estrellas. Sin embargo, al poco tiempo, su emoción se fue convirtiendo en preocupación. ¿Y si su mamá se daba cuenta? Empezó a sentir un nudo en el estómago, pero la idea de perderse la murga lo mantenía motivado. Era un espectáculo que no quería perderse. Al llegar, saltó del colectivo como si fuera un superhéroe y corrió hacia la plaza.
Pero al llegar a la murga, notó algo raro. No había tanta gente como él esperaba y pronto se dio cuenta que ya había pasado la mayor parte del show. Las luces de la murga aún brillaban, pero de repente encendieron las luces del escenario y Tomás pudo ver a los artistas despojándose de sus disfraces. Se sintió triste y un poco más inseguro. Miró a su alrededor, lleno de rostros que sonreían, pero él no podía disfrutar.
Se preguntó si todo había valido la pena. "No tengo a nadie con quien compartir esta experiencia..." pensó. En ese momento, a su lado se acercó una niña que también parecía sola.
"Hola, ¿te gusta la murga?" le preguntó con una gran sonrisa.
"Sí, pero llegué tarde. No sé si valió la pena escaparme", le respondió Tomás, sintiéndose un poco peor.
"¡Oh! No te preocupes! La murga empieza a hacer su segunda presentación. ¡La mejor parte aun no ha empezado!"
Tomás sintió una chispa de esperanza. La niña lo tomó de la mano y lo llevó hasta el frente del escenario. Mientras esperaban, comenzaron a hablar y Tomás se dio cuenta de que podía hacer nuevos amigos incluso en una situación inesperada. Cuando la murga comenzó de nuevo, el ritmo lo envolvió y la alegría regresó. Se olvidó de sus preocupaciones.
La música resonaba en su pecho y las danzas de los integrantes lo hacían sonreír. Siguió disfrutando junto a la niña, cantando y bailando, mientras los artistas llenaban el aire de colores y risas. Todo comenzó a cobrar sentido.
Al terminar la murga, Tomás regresó a casa con el corazón lleno de alegría. Clavó su mirada directa a la puerta antes de entrar. Sabía que su mamá seguramente ya estaba preocupada. Sin embargo, el niño decidió aprender de su aventura y no quería que su madre se asustara.
Entró despacio y la encontró en el sofá, con cara de preocupación.
"¡Mamá! Estoy aquí. Fui a la murga y conocí a una niña!"
La madre se levantó de un salto.
"¿Tomás? ¿Dónde estabas? Estaba tan preocupada."
El niño, aún con una sonrisa en la cara, le explicó todo. Después de escuchar la experiencia de su hijo, su cara se relajó.
"Tomás, si quieres ir a ver una murga, solo pídemelo de nuevo. Pero la próxima, por favor, no te escapes. Siempre es mejor ir juntos."
Tomás asintió con fuerza.
"Lo prometo, mamá. ¡Hicimos nuevos amigos! Ella me ayudó a disfrutar del espectáculo."
Desde ese día, Tomás aprendió la importancia de la paciencia y la comunicación. No hay nada que disfrutar más que tener a alguien con quien compartir la felicidad. Y su madre, por su parte, se dio cuenta que a veces, estar cansada no es una razón para dejar que su hijo viva aventuras. Las próximas murga serían una experiencia compartida, ¡y no había nada que se comparara con eso!
FIN.