La Aventura de Tomás y su Fuego Interior
Era un soleado día en el pequeño pueblo de Villa Alegre. Todos los niños jugaban en el parque, riendo y divirtiéndose. Pero había uno, llamado Tomás, que a menudo se sentía muy enojado. Rápidamente, se irritaba por cualquier cosa: si alguien le quitaba su juguete o si no le dejaban ser el capitán en el juego de fútbol. Tomás no podía controlar su enfado y eso lo aislaba de los demás.
Un día, mientras jugaba en el parque, un grupo de niños comenzó a reírse. "¡Mirá! Ahí viene Tomás, ¡el niño más enojón del barrio!"-, se burlaron. Tomás, al escuchar esto, sintió como el fuego en su interior comenzaba a encenderse. Sin saber qué hacer, empujó a uno de ellos. "¡Dejen de burlarse!"- gritó con rabia.
Sus amigos se alejaron, y Tomás se sintió aún más solo. Buscando un lugar tranquilo, se sentó en un banco y comenzó a observar a los demás jugar. Los niños se divertían, reían, y él no podía evitar sentir envidia. En ese momento, una anciana que pasaba por allí lo vio y se acercó.
"Hola, pequeño. ¿Por qué estás tan enojado?"- le preguntó con dulzura.
Tomás, aunque confundido por la amabilidad de la señora, respondió: "No sé, me enojo por todo. Un momento estoy feliz, y al siguiente… woow, ¡soy una bola de furia!"-
La anciana sonrió. "Entiendo. A veces, el fuego en nuestro interior puede ser difícil de controlar. Pero yo tengo un secreto, ¿quieres saberlo?"-
Tomás asintió, intrigado. "Sí, por favor, cuéntame."-
"Cuando sientas que el fuego de tu enojo empieza a arder, intenta hacer tres respiraciones profundas y exhalar despacito. Imagina que con cada exhalación, el fuego se va apagando hasta convertirlo en una pequeña chispa que puedes controlar. Y si quieres, comparte cómo te sientes con un amigo. Nunca estás solo en tu enojo, Tomás."-
Tomás pensó en lo que la mujer decía y decidió probarlo. Esa misma tarde, cuando su primo Lucas lo molestó tomando su juguete sin permiso, sintió que el fuego comenzaba a encenderse. Pero esta vez, recordó las palabras de la anciana. "Respira, Tomás, respira..."-.
Contó hasta tres y tomó una respiración profunda, luego exhaló suavemente. "¡Lucas!"- le dijo calmadamente. "¿Podés devolverme mi juguete, por favor?"-
Lucas, sorprendido por la tranquilidad de Tomás, lo miró y sonrió. "Claro, amigo. Lo siento, no quise enojarte"-.
Tomás se sintió aliviado y dio un paso atrás. Algo había cambiado en él. Ahora, en lugar de dejar que el fuego se apoderara de su corazón, tenía el poder de controlarlo. Comenzó a jugar nuevamente con Lucas y pronto se unieron a los demás en la ronda de fútbol.
Con el pasar de los días, Tomás practicó la técnica de la anciana. Cuando se sentía enojado, se tomaba su tiempo, respiraba hondo y compartía sus emociones con sus amigos. Se dio cuenta de que ya no era visto como el niño enojón, sino como el niño que se preocupaba por los demás y valoraba su amistad.
Una tarde, mientras disfrutaban del parque, Tomás vio a una niña llamada Laura, que parecía triste porque no la dejaban jugar en el grupo. Recordó cómo se había sentido alguna vez y decidió actuar.
"¡Hola, Laura!"- la saludó. "¿Por qué no jugás con nosotros?"-
Laura, sorprendida, explicó: "No sé, pensé que no me querían, a veces me siento pequeña entre tantos chicos."
Tomás sonrió. "No te preocupes. Todos tenemos un lugar. Vení, vamos a jugar a las escondidas juntos. ¡Te va a encantar!"-
Laura sonrió y, poco a poco, se unió al grupo. Tomás comprendió que al controlar su enojo no solo se ayudaba a sí mismo, sino que también podía ayudar a los demás. Y así, en lugar de ser el niño enojón, se convirtió en el niño que unió corazones y dejó huellas de amistad en el parque de Villa Alegre.
Desde entonces, Tomás siempre recuerda la importancia de respirar hondo y compartir lo que siente, convirtiendo su fuego interior en una luz que lo guía y no lo consume. La anciana nunca volvió a aparecer, pero su sabiduría quedó grabada en el corazón de Tomás por siempre.
FIN.