La Aventura de Valentina en el País de los Colores
Érase una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, vivía una niña llamada Valentina. Era curiosa, juguetona y llenaba de risas su hogar. Un día, su papá anunció que se mudarían a un país lejano, lleno de colores y sonidos que nunca había escuchado. "¿Pero por qué?" preguntó Valentina con una mueca. "Aquí tengo a mis amigos, mi escuela y mi abuela". Sin embargo, sus padres explicaron que era una nueva oportunidad para todos.
Al llegar a su nuevo hogar, Valentina se sintió como un pez fuera del agua. La lengua y los juegos eran diferentes, y esos niños del nuevo país a veces la miraban con curiosidad y, otras veces, con desdén. Sin saber cómo manejar el dolor de su soledad, Valentina se volvió agresiva. "Si nadie me quiere, yo tampoco quiero a nadie" pensaba para sí misma.
Un día, en el recreo, Valentina vio a un grupo de niños jugando a la pelota. Atraída por la diversión, se acercó, pero cuando intentaron incluirla, Valentina, irritada, gritó.
"¡No me importan! ¡No los necesito!"
Los niños se alejaron, mirándola con compasión y sorpresa.
Caminando sola por el patio, se encontró con una niña llamada Luna, que la observaba desde lejos. Luna decidió acercarse y le dijo: "Hola, yo soy Luna. ¿Por qué no juegas con nosotros?"
Valentina, aún enojada, respondió: "No me interesa. Soy diferente a ustedes y nunca me van a querer".
Luna, con una sonrisa, le contestó: "Pero ser diferente es lo que hace que cada uno de nosotros sea especial. ¿Te gustaría que te muestre cómo jugamos?"
Valentina, aunque reacia, sintió un pequeño brillo de curiosidad, pero su orgullo la hizo rechazar la invitación.
Pasaron los días y, aunque Valentina seguía enojada, empezó a darse cuenta de que, a pesar de su actitud, la soledad la acompañaba. Un día, una de sus familiares más cercanos, su prima Ana, la encontró sola en su habitación y le dijo: "Valen, entiendo que te sientas triste por mudarte, pero ser amable puede abrir muchas puertas. ¿No te gustaría tener amigos aquí?"
Valentina reflexionó sobre esto, pero su miedo a ser rechazada la mantenía alejada de los demás.
Una tarde, Valentina decidió salir a pasear y se topó con un mural colorido que representaba la diversidad del nuevo país. Había dibujos de niños de todas partes del mundo jugando juntos. Se quedó maravillada y, por un momento, sintió que quizás era posible encontrar su lugar en ese nuevo mundo.
Esa noche, se sentó a hablar con su papá: "Papá, creo que estoy haciendo las cosas mal. Si sigo así, nunca voy a tener amigos. ¿Qué puedo hacer?"
Su papá sonrió y le dijo: "Es normal sentirse diferente y enojada en un lugar nuevo. Pero recuerda, lo que das al mundo vuelve a ti. ¿Por qué no intentás ser un poco más amable?"
Valentina decidió que al día siguiente haría un cambio. Fue al colegio con una nueva actitud. Cuando vio a Luna, se acercó y le dijo: "Hola, Luna, perdoname por ser tan grosera. ¿Te gustaría que jugáramos juntas?"
Luna sonrió ampliamente: "¡Claro que sí! Vamos, tengo un juego nuevo que quiero enseñarte".
Con el tiempo, Valentina no solo aprendió a jugar, sino que también hizo muchas amigas y amigos. Se dio cuenta de que todo el mundo merece una oportunidad y que ser amable es la mejor manera de inclinar la balanza hacia la amistad. Un día, todos decidieron hacer un gran mural en el patio con dibujos que representaban sus culturas. Valentina, emocionada, contribuyó con su arte y, esta vez, su corazón estaba lleno de colores también.
Y así, Valentina aprendió que a veces es difícil aceptar el cambio, pero con un poco de valor, una disculpa y la voluntad de abrirse a los demás, se puede encontrar el lugar del que siempre perteneces. Además, nunca olvidó la importancia de la amabilidad, no solo hacia los demás, sino también hacia ella misma.
Desde entonces, Valentina no solo se convirtió en una gran amiga, sino también en una defensora de la inclusión en su escuela, ayudando a otros niños que se sentían como ella alguna vez se sintió. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.