La Aventura del Bosque Esperante
En un pequeño y colorido pueblo llamado Villa Arcoíris, un grupo de amigos se reunía todos los días después de la escuela para jugar en el parque. Estaban Lucrecia, una niña llena de energía que siempre quería hacer cosas rápidas; Juan, que era muy creativo y a veces un poco impaciente; Tomasito, que prefería observar, y Clara, quien siempre encontraba el lado positivo de las cosas.
Un día, mientras jugaban, una anciana del pueblo les acercó un mapa antiguo. "Este mapa los llevará a un tesoro escondido en el Bosque Esperante -les explicó con una sonrisa-. Pero, para encontrarlo, necesitarán aprender a ser pacientes y a trabajar juntos como verdaderos amigos".
"¿Un tesoro? ¡Yo quiero buscarlo!" -exclamó Lucrecia entusiasmada.
"Pero, ¿cómo vamos a hacerlo?" -preguntó Juan, mirando el mapa con curiosidad.
"Primero necesitamos planear cómo encontramos el primer marcador: el Árbol del Silencio" -sugirió Clara con una voz tranquila.
"Me parece aburrido esperar, yo quiero ir ya!" -dijo Lucrecia con impaciencia.
Así, decidieron empezar su aventura, pero antes de irse al bosque, la anciana les advirtió:
"Recuerden, los tesoros no siempre son lo que parecen. A veces, el verdadero hallazgo es lo que aprendemos en el camino".
Encaminándose al bosque, los niños encontraron el primer obstáculo: una serie de pequeños arroyos que debían cruzar. Lucrecia, deseosa de avanzar rápido, se lanzó a cruzar sin pensar. Sin embargo, resbaló y casi cae al agua.
"¡Lucrecia, ten cuidado!" -gritó Juan, ayudando a su amiga a levantarse.
"Lo siento, solo quería ir rápido" -respondió Lucrecia, algo avergonzada.
Después de cruzar con cuidado, los niños llegaron al Árbol del Silencio, donde debían esperar diez minutos sin hablar para escuchar los susurros del bosque, uno de los requisitos. Lucrecia hincó los dientes, moviéndose de un lado a otro con impaciencia.
"Esto es una locura, ¡no aguanto más!" -se quejó, pero al mirarlos, vio que todos estaban tranquilos.
"Cerrá los ojos y respirá. A veces, lo que más cuesta trae las mejores recompensas" -le sugirió Clara.
Finalmente, el tiempo pasó y comenzaron a escuchar suaves melodías del viento y el canto de los pájaros. Lucrecia se quedó sorprendida.
"¡Qué lindo! No sabía que el bosque tenía tantos sonidos..." -musitó con admiración.
Cuando se decidieron a seguir el mapa, llegaron a un lugar con flores hermosas. Allí, Tomasito descubrió que debían recoger una flor de cada color para el siguiente marcador.
"Vamos por la roja y la azul primero" -dijo él.
"¡No! Debemos hacerlas todas juntas!" -respondió Juan, mostrando su impaciencia al ver que los demás estaban recogiendo sin prisa.
"Hay que entender que cada uno tiene su ritmo" -comentó Clara, que había recogido la flor amarilla mientras hablaban.
Tras un rato, todos se sintieron felices con la diversidad de flores que tenían. Lucrecia, sorprendida, comentó:
"Estuvo bueno, aprender a trabajar en equipo es más divertido de lo que pensé".
Al avanzar, finalmente llegaron a la última parada: el Lago de las Estrellas. Allí había un espectacular paisaje y, para su sorpresa, un pequeño barco esperándolos para navegar. Sin embargo, solo podía cruzar uno por uno, cosa que generó ansiedad en Lucrecia.
"No, quiero subirme ya!" -insistía, mirando el espejo de agua cristalina.
"Tenés que esperar tu turno, Lucrecia. Cada aventura vale la pena si la vivimos con paciencia" -explicó Juan.
"¡Pero yo tengo muchas ganas!" -protestó.
Después de ver cómo sus amigos disfrutaban al cruzar, Lucrecia se tomó un momento para respirar y observar cómo todos compartían risas y comentarios. Al fin, cuando fue su turno, se llenó de emoción y navegó con una gran sonrisa.
"¡Esto es genial!" -gritó desde el barco.
Una vez todos cruzaron, se dieron cuenta de que el tesoro no era más que un cofre lleno de cartas con valores de amistad, respeto y paciencia. El verdadero tesoro era lo que habían aprendido durante la jornada.
"No solo encontramos un tesoro, sino que aprendimos a esperar y a ser amigos" -reflexionó Clara.
"Sí, y al final entendí que cada momento vale la pena si lo vivimos juntos" -agregó Tomasito.
"Gracias por enseñarme a ser paciente" -dijo Lucrecia, sonriendo.
Y así, el grupo volvió a su pueblo con una enseñanza importante y una amistad aún más fuerte.
FIN.