La Aventura del Castillo Encantado
Un día soleado en la ciudad de Pajarópolis, cuatro amigos decidieron explorar el misterioso Castillo Encantado, que había sido el tema de muchas historias entre los habitantes del lugar. Flavio, siempre optimista y con soluciones para todo, lideraba el grupo. Carlos, el líder natural del grupo, se llenaba de entusiasmo ante la idea de la aventura. Federico, aunque impaciente, no podía resistir la emoción de descubrir lo que se escondía en aquel castillo. Pedro, por otro lado, estaba sumido en sus pensamientos, lo que hacía que a menudo se perdiera en la conversación.
"Vamos, amigos, ¡no tenemos tiempo que perder!", exclamó Flavio, con su característico brillo en los ojos.
"Totalmente de acuerdo. ¡El Castillo Encantado nos espera!", respondió Carlos, levantando las manos como si estuviera presentando un espectáculo.
"Sí, sí, pero ¿cuánto falta para llegar?", interrumpió Federico, mirando su reloj una y otra vez.
"Relajate, Fede. Todo llega a su debido tiempo", le dijo Carlos tratando de calmarlo.
"Pero podría ser que nos estemos perdiendo algo increíble mientras esperamos", agregó Pedro, distraído por los extraños sonidos que venían del bosque.
Pronto llegaron a la entrada del castillo. La puerta, cubierta de hiedra y polvo, parecía invitarles a entrar, aunque el ambiente era un poco tenebroso. Flavio tomó la delantera.
"¡No se preocupen! Si algo sale mal, tengo un plan", aseguraba mientras empujaba la puerta que chirrió al abrirse.
"¿Y si no hay nada malo?", preguntó Carlos, con una sonrisa. "¡Sólo vamos a divertirnos!".
Dentro del castillo, la luz se filtraba a través de las ventanas rotas y el aire estaba cargado de historias del pasado.
"¿Qué creen que habrá aquí?", preguntó Flavio emocionado.
"Tal vez un tesoro o una criatura mágica", sugirió Carlos, soñado.
"O cosas que son peligrosas", añadió Federico, que todavía miraba su reloj.
"¡Deja de pensar tanto, Pedro! Necesitamos más optimismo", dijo Carlos, tratando de ayudar a su amigo que pareció distraído nuevamente.
Al avanzar por un pasillo oscuro, se encontraron con un enigma pintado en la pared. Era una adivinanza de un viejo rey: "Siempre avanzo, nunca retrocedo, tengo la lengua larga y un sombrero".
"¿Qué será?", preguntó Flavio, afilando su mente positiva.
"Seguramente es un chiste", intervino Federico, ansioso.
"Es una adivinanza, ¡deberíamos pensar juntos!", sugirió Carlos, intentando que todos participaran.
"Bueno, yo pienso que es un dragón con un sombrero de copa", murmuró Pedro pensativo.
"¡No! Es la lengua de un zapato sin dudarlo", dijo Flavio riendo.
Los cuatro amigos comenzaron a discutir entre ellos, compartiendo ideas. Sin embargo, Federico estaba frustrado por la falta de decisión.
"¡Esto va a tardar para siempre!", exclamó.
"Fede, hay que escuchar las ideas de todos", le recordó Carlos. "Tal vez lo que decida Pedro tenga sentido".
"Yo sólo creo que perdemos el tiempo", se quejó Federico.
"¿No pueden escucharme?", se avergonzó Pedro, sintiéndose por un instante fuera de lugar.
"Lo siento, Pedro, lo que querías decir es importante", agregó Flavio. "Ninguna idea es tonta".
Con el tiempo, el grupo se calmó y decidieron escuchar las teorías de Pedro. Después de un pequeño intercambio, juntos llegaron a la conclusión de que la respuesta era "La lengua de un zapato".
"¡Eso es!", gritaron todos, emocionados, ante la puerta que se desbloqueó con un suave sonido.
Al cruzar la puerta, encontraron un magnífico salón repleto de tesoros: libros, mapas antiguos y unos baúles llenos de piedras preciosas.
"¿Por qué no me dejaron hablar antes?", comentó Pedro con una sonrisa.
"¡Porque estábamos muy ansiosos!", respondió Federico, algo arrepentido.
"Lo importante es que juntos logramos resolver el enigma", dijo Carlos, abrazando a su grupo.
"Y juntos, encontramos el tesoro", agregó Flavio, mirando la hermosa colección.
El grupo se sintió más unido que nunca. Habían aprendido que la impaciencia no lleva a nada, que escuchar y valorar las ideas de los demás hace la diferencia y, sobre todo, que siendo optimistas juntos, pueden convertir cualquier aventura en algo inolvidable.
Así, regresaron a Pajarópolis con el corazón lleno de alegría y el tesoro por compartir. Las aventuras del Castillo Encantado no eran solo leyendas, habían descubierto que el verdadero tesoro estaba en su amistad y en cómo podían ayudarse entre sí. Y desde aquel día, cada vez que se vieran, reían al recordar la experiencia vivida en aquel lugar tan mágico, asegurándose siempre de escuchar a cada uno de sus amigos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.