La Aventura del Cesto de Frutas
En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y brillantes ríos, vivía una niña llamada Lila. Era conocida por su curiosidad y su sonrisa siempre radiante. Un día, mientras paseaba por el mercado con su abuela, Lila vio un hermoso cesto de frutas en un puesto. Las frutas eran de todos los colores: naranjas, manzanas rojas, uvas moradas y plátanos amarillos.
- ¡Abuela, mira! -exclamó Lila-. ¿Podemos comprar ese cesto de frutas?
- Claro, Lila. Pero recuerda que debemos compartirlas con quienes más lo necesiten -respondió su abuela.
Lila asintió emocionada y, tras comprar el cesto, se le ocurrió una brillante idea. Decidió organizar un picnic en el parque e invitar a sus amigos, pero también quería dar algunas frutas a aquellos que no podían permitirse comprarlas.
- Voy a hacer un cartel y a invitar a todos -anunció Lila entusiasmada.
Los días siguientes, Lila y su abuela trabajaron juntas en la preparación del picnic. Hicieron sándwiches, prepararon limonada y, por supuesto, re llenaron el cesto de frutas.
El día del picnic, Lila llegó al parque y se sorprendió al ver a sus amigos ya reunidos. Todos estaban encantados con la idea.
- ¡Hola, Lila! -saludó Tomi, su mejor amigo-. Este picnic va a ser genial. ¡Ya tengo hambre!
Pero Lila vio que al otro lado del parque, había un grupo de niños sentados en el suelo, observando con envidia a sus amigos que disfrutaban del picnic.
- Chicos, quiero que me ayuden con algo -dijo Lila, y sus amigos la miraron curiosos-. Vamos a invitar a esos niños a que se unan a nosotros. ¡Así todos podremos disfrutar juntos!
- Pero Lila, ¿y si no les gusta nuestra comida? -preguntó Ana, dudosa.
- No importa. Lo importante es compartir y hacer nuevos amigos. ¡Vamos! -respondió Lila con determinación.
Así, se acercaron a los niños y Lila les dijo:
- ¡Hola! Estamos teniendo un picnic, ¿quieran venir a compartir con nosotros?
Los niños miraron a Lila con sorpresa y al ver la sinceridad en su mirada, aceptaron la invitación. Pronto, el picnic se llenó de risas, juegos y buenas charlas. Todos disfrutaban de la comida y la compañía.
- Miren cuánta fruta hay -dijo Lila, levantando el cesto. ¿Quién quiere un poco?
- ¡Yo! -gritó uno de los nuevos amigos, Max. Y así, todos se sirvieron con alegría.
Pero a medida que avanzaba la tarde, Lila notó que muchas frutas estaban desapareciendo y, de repente, el cesto quedó casi vacío. Entonces, decidió hacer una sorpresa:
- Chicos, ¿quieren un desafío? ¡Veamos quién puede hacer la mejor creación con las frutas que quedan!
Todos aplaudieron la idea y comenzaron a utilizar las frutas de colores para hacer figuras divertidas. Al final, había un dragón hecho de sandías, un árbol de manzanas, y hasta un sol con una naranja en el medio.
- ¡Esto es increíble! -dijo Ana, mientras reía al ver el sol de naranja. - Deberíamos hacerlo más seguido.
Lila sonrió. Se dio cuenta de que no solo habían compartido frutas, sino que también habían creado algo especial juntos. La tarde llegó a su fin y, al despedirse, todos estaban felices y llenos de comida y risas.
- Gracias, Lila, por tener una gran idea y, más importante, por compartirla -dijo Max.
- No hay nada mejor que compartir con amigos -respondió Lila, con una sonrisa de oreja a oreja.
Desde aquel día, Lila y sus amigos decidieron hacer del picnic una tradición mensual. Y así, no solo disfrutaban de un buen rato, sino que siempre recordaban la importancia de compartir y hacer crecer la amistad.
Lila comprendió que a veces, pequeñas acciones pueden dar lugar a grandes momentos de felicidad. Con su cesto de frutas y su corazón generoso, aprendió que la verdadera alegría se encuentra en la compañía y el amor que se comparte.
Y así, en el pequeño pueblo, todos aprendieron que un cesto de frutas se puede convertir en una aventura única y mágica cuando se comparte con los demás.
FIN.