La Aventura del Cojín Mágico



En un pequeño barrio de Buenos Aires, había una casa donde vivía una familia muy especial. En esa casa, había un cojín que no era un cojín cualquiera, sino un cojín mágico. Su nombre era Cómodo, y tenía el don de llevar a los niños a aventuras increíbles.

Un día, mientras Mateo y su hermana Sofía hacían la tarea frente a la computadora, Sofía se sintió frustrada.

"¡No entiendo nada de matemáticas!", dijo con un suspiro.

"No te preocupes, Sofi. ¡Tomémonos un descanso!", propuso Mateo, recordando a Cómodo.

Ambos se acercaron al sofá donde estaba el cojín. Al sentarse juntos, un brillo comenzó a emanar de Cómodo y, de repente, fueron transportados a un lugar mágico...

Se encontraron en un reino donde las casas eran de colores brillantes y los árboles tenían hojas en forma de letras.

"¡Mirá, Sofi! ¡Es el Reino de las Matemáticas!", exclamó Mateo emocionado.

"¿Dónde estamos?", preguntó Sofía, confundida.

"Esto parece un sueño, pero todo es real. ¡Vamos a explorar!", animó Mateo.

Mientras caminaban, conocieron a un peculiar personaje llamado Don Sumarino, un simpático pez que nadaba en los riachuelos de números.

"¡Hola, chicos! Soy Don Sumarino y aquí estoy para ayudarles con las matemáticas. ¿Quieren aprender mientras se divierten?", les dijo.

"¡Sí, por favor!", contestaron al unísono.

Don Sumarino los llevó a la Escuela de Sumas y Restas, donde les enseñó jugando. Los niños aprendieron a sumar y restar con globos de colores que explotaban en risas.

"¿Ves? Aprender matemáticas puede ser divertido", dijo Don Sumarino mientras los globos estallaban.

Pero mientras estaban en la escuela, un gran problema llegó. Un temible monstruo llamado Resta, que vivía en la cima de la Montaña de los Problemas, comenzó a gritar que quería llevarse todos los números para hacerlos desaparecer.

"¡Oh no! Si Resta logra llevarse los números, nadie podrá aprender más", dijo Sofía asustada.

"¡Debemos hacer algo!", agregó Mateo decidido.

Don Sumarino les dio una idea.

"Necesitamos la ayuda de la Maestra Multiplícate. Ella puede enseñarlos a multiplicar y así darle batalla a Resta. ¡Rápido!", exclamó.

Juntos, emprendieron una nueva aventura para encontrar a la Maestra Multiplícate. Atravesaron el Bosque de las Fracciones y cruzaron el Río Multiplicador. Finalmente, encontraron a la maestra, que era un hermoso pájaro con plumas brillantes.

"¿Qué sucede, hijos míos?", preguntó con ternura.

"¡El monstruo Resta quiere llevarse los números!", explicó Mateo.

"No te preocupes, enseguida lo resolveremos. Primero debéis aprender a multiplicar", respondió la maestra.

Así que la Maestra Multiplícate comenzó a enseñarles multiplicaciones a través de una competencia de vuelo donde los números tenían que volar según las multiplicaciones correctas.

"¡Sumá 2 + 2 y volvé a multiplicar!", gritó la maestra, mientras los números volaban alegres.

Después de aprender mucho, los niños se sintieron listos. Regresaron a enfrentarse a Resta.

"¡Detente, Resta!", gritó Sofía.

"¡Los números son importantes! ¡No puedes llevarlos!", añadió Mateo valientemente.

Resta, sorprendido por la valentía de los niños, se detuvo.

"¿Y qué harían ustedes al respecto?", preguntó, sus ojos desafiantes.

"¡Multiplicaremos sus problemas!", anunciaron juntos.

Entonces, comenzaron a recitar las multiplicaciones que habían aprendido y, de algún modo mágico, los problemas de Resta comenzaron a desvanecerse. El monstruo se dio cuenta de que todos los números eran valiosos y que, en vez de llevarlos, deberían compartir su conocimiento.

"¡Está bien! ¡Aprenderé de ustedes!", dijo Resta, convertiéndose en un compañero más.

Desde ese día, los tres se convirtieron en los mejores amigos. Juntos, ayudaron a todos en el Reino de las Matemáticas a aprender los secretos de las sumas, restas y multiplicaciones.

Al final de su aventura, Mateo y Sofía sintieron otro brillo familiar y, en un abrir y cerrar de ojos, volvieron a su sala de estar.

"¡Fue increíble! ¡Aprendí más de lo que pensaba!", dijo Sofía entusiasmada.

"¡Sí! Las matemáticas son divertidas!", contestó Mateo.

Desde ese día, cada vez que tenían una tarea difícil, ellos buscaban la ayuda de Cómodo, el cojín mágico, y juntos aprendían lo que necesitaban, descubriendo que en cada desafío había una oportunidad de aprender.

Fin.

FIN.

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