La Aventura del Jardín Mágico



Era una mañana soleada en el barrio de Rebeca. Ella, que tenía 32 años, disfrutaba de un rico desayuno junto a su hija Fran, una niña curiosa de 9 años. Rebeca tenía un grupo de amigas muy especial: Gisse, que también andaba por los 32, y Vero, quien a pesar de sus 31 años, siempre tenía un aire juvenil.

"Mamá, ¿puedo llevar a los perros de Vero al parque?" - preguntó Fran con sus ojos brillando de emoción.

"Claro, pero asegúrate de que no se escapen, ¿sí?" - respondió Rebeca, sonriendo mientras rellenaba su taza de café.

Fran amaba a los perros de Vero: un labrador llamado Rocky y un beagle llamado Max. Era difícil resistirse a sus travesuras. Mientras tanto, Gisse llegó justo a tiempo para unirse a la aventura.

"¡Hola chicas! ¿Listas para un día divertido?" - dijo Gisse con gran energía.

"Sí, vamos al parque con los perros y después podemos llevar a Fran al jardín de la señora Matilde. Dicen que tiene flores mágicas" - contestó Vero emocionada.

Las cuatro se dirigieron al parque. Fran, con los perros correteando a su alrededor, se sentía la niña más feliz del mundo. Pasaron un buen rato tirando la pelota, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Después, decidieron caminar hacia el jardín de la señora Matilde, que era conocida por sus historias de flores que podían hablar.

Al llegar, se encontraron con un portón antiguo cubierto de enredaderas.

"¡Ay, qué miedo!" - dijo Fran un poco temerosa.

"No te preocupes, Fran. Solo son flores mágicas, ¡nada de monstruos!" - aseguró Gisse intentando no reírse.

Entraron al jardín y se quedaron maravilladas con la cantidad de colores y aromas que había. Las flores brillaban como si tuvieran vida propia, y las mariposas danzaban a su alrededor.

"Miren, ahí hay una flor roja. Se dice que puede responder preguntas" - dijo Vero.

Fran, llena de curiosidad, se acercó a la flor y le preguntó:

"¿Cuál es tu secreto?"

La flor, sorprendentemente, susurró:

"El secreto es cuidar de los demás. Cuanto más cuides, más feliz serás".

Fran regresa rápidamente a sus amigas y les cuenta lo que la flor le dijo.

"Eso suena verdadero, ¡debemos cuidar del parque y de nuestros animales!" - dijo Rebeca, reflexionando sobre la importancia de la naturaleza y el compañerismo.

De repente, comenzaron a escuchar un ruido. Un grupo de niños estaban jugando con una pelota cerca de un arbusto, pero habían olvidado recoger sus desperdicios.

"No podemos dejar que eso pase" - se preocupó Gisse.

"¡Vamos, chicas!" - propuso Vero. "¡Tenemos que enseñarles a cuidar el jardín también!".

Fran se acercó a los niños.

"Hola, ¿saben que debemos cuidar de este hermoso jardín?" - preguntó.

"Sí, pero no pensamos en los residuos" - respondió uno de los niños.

Fran sonrió.

"Podemos hacerlo juntos. ¡Traeremos bolsas para recoger lo que tiramos!" -

Los niños asintieron, y comenzaron a recoger los residuos con la ayuda de Rebeca, Gisse y Vero. Sin darse cuenta, aquello se convirtió en un juego y la risa hizo eco entre las flores.

"Cada uno puede cuidar su entorno, y así podremos disfrutar de más días en el jardín" - concluyó Vero, contenta de lo que habían logrado.

Cuando se marcharon, la flor roja les dijo adiós con un suave susurro: "Gracias por cuidar de mí y de mis amigas".

Fran volvió a casa feliz y entusiasmada, con una nueva responsabilidad sobre sus hombros.

"Mamá, hoy aprendí que cuidar de las flores y los animales es importante y divertido" - le comentó a Rebeca.

"Eso es, Fran. Cada acción cuenta, y todas las pequeñas cosas que hacemos suman al bienestar de nuestro mundo" - respondió Rebeca abrazándola.

Desde ese día, la pequeña Fran y sus amigas se aseguraron de cuidar el parque y a sus mascotas con más amor, y siempre que podían, volvían a visitar a la flor roja que les enseño el secreto más mágico: la importancia de cuidar lo que amamos.

FIN.

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