La Aventura del Muñeco Sin Órganos



Era un día soleado en el Colegio Inmaculada Enpetrol. En el aula de la profesora Bea, los niños estaban emocionados por el nuevo proyecto que estaban a punto de comenzar. Se trataba de ayudar a un muñeco llamado Tito que tenía un pequeño problema: ¡le faltaban algunos órganos! Con la ayuda de sus profesoras, Vanesa y Luisa, los chicos iban a emprender una increíble aventura.

- ¡Buenos días, chicos! - Dijo la profesora Bea, sonriendo. - Hoy vamos a conocer a Tito, un muñeco muy especial que necesita nuestra ayuda.

Los niños se miraron con curiosidad y emoción.

- ¿Qué le pasa a Tito? - preguntó Lucas, con su mano levantada.

- Le faltan varios de sus órganos y no puede jugar como a él le gustaría - explicó la profesora Luisa mientras mostraba un mapa del mundo. - Pero, no se preocupen, juntos vamos a ayudarlo a encontrarlos.

La profesora Vanesa intervino. - Cada órgano está escondido en un lugar diferente alrededor del colegio. ¡Así que habrá que estar muy atentos!

Los niños comenzaron a planificar su búsqueda.

- ¿Dónde empezamos? - sugirió Sofía

- Yo creo que deberíamos ir al patio primero, ahí siempre hay sorpresas - respondió Facu emocionado.

Y así fue como el grupo se adentró en el patio, buscando bajo los bancos y detrás de los árboles. Al poco tiempo, Clara gritó: - ¡Miren, hay algo brillante en el suelo!

Todos se acercaron y encontraron un pequeño corazón de cartón.

- ¡Encontramos el corazón de Tito! - exclamó Clara.

- Muy bien, ¡uno menos! - dijo la profesora Bea animadamente. - Sigan buscando, el próximo órgano puede estar en cualquier parte.

Continuaron su aventura por el colegio. Buscaron en la biblioteca, donde encontraron un estómago que se había caído de un estante mientras alguien leía un libro. Y en el laboratorio de ciencias, descubrieron los pulmones, escondidos entre frascos de experimentos.

- ¡Qué divertido! - señaló Mauro mientras mantenía el estómago con cuidado. - Esto se siente como una verdadera aventura.

Finalmente, los niños llegaron a la sala de informática. Al buscar detrás de las computadoras, encontraron un paquete misterioso. Cuando lo abrieron, ¡se sorprendieron al ver que contenía los ojos de Tito!

- Miren cómo brillan - dijo Vanesa. - ¡Están listos para que Tito vea bien otra vez!

Con cada órgano que encontraban, los niños se volvían más felices y trabajaban en equipo. Pero, cuando pensaban que su búsqueda estaba completa, notaron que faltaba uno muy importante: ¡el cerebro!

- ¿Dónde puede estar? - se preguntó Sintia. - No puede estar muy lejos, ¡tenemos que encontrarlo!

Los niños, un poco desanimados, retrocedieron por todos los lugares donde habían buscado antes. Sin embargo, mientras buscaban en el gimnasio, escucharon un sonido peculiar.

- ¿Qué fue eso? - preguntó Lucas, sintiendo un escalofrío.

Decidieron investigar. Cuando entraron en el gimnasio, encontraron un grupo de niños que estaban jugando con algunos títeres. Justo enfrente, estaba el cerebro de Tito.

- ¡Hey! - gritó Sofía. - Eso es de nuestro amigo Tito.

Los otros niños se rieron.

- ¡Oh, lo sentimos! - dijo una de las niñas. - Pensamos que era un títere nuevo.

- ¡No hay problema! - dijo la profesora Luisa con una sonrisa. - Solo asegúrense de devolverlo a donde pertenece.

Después de una pequeña discusión, los niños del títere decidieron entregarle a Tito su cerebro. Así que todos juntos, llevaron al cerebro de Tito al aula. Una vez que todo estuvo en su lugar, el muñeco cobró vida.

- ¡Gracias, amigos! - dijo Tito alegremente. - Ahora puedo ver, sentir, y jugar con ustedes. No podría haberlo hecho sin su ayuda.

Los niños se sintieron orgullosos y felices por haber ayudado a Tito.

- ¿Qué haremos ahora? - preguntó Facu.

- ¡Vamos a jugar juntos! - sugirió Clara, y todos estuvieron de acuerdo.

Así fue como los niños del Colegio Inmaculada Enpetrol aprendieron sobre la amistad, el trabajo en equipo y la importancia de ayudar a los demás. Y desde ese día, Tito no solo fue un simple muñeco para ellos, sino un amigo especial con quien jugar en grandes aventuras.

FIN.

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