La Aventura del Mural Mágico



Era un fresco día 18 de septiembre de 2024. En mi casa, mientras miraba por la ventana, vi a mis vecinos organizándose en la calle. Tenían pinceles, rodillos y un montón de colores brillantes. De repente, se acercaron a mí.

"¡Hola! ¿Querés venir a pintar un mural con nosotros?" - me preguntó Lucas, el niño del fondo.

Me sentí un poco nervioso. Nunca había pintado una pared y no sabía si sería bueno. Pero entonces pensé en mi abuelita, quien siempre estaba lista para nuevas aventuras.

"Bueno... no estoy seguro, nunca pinté una pared antes." - respondí con un tono titubeante.

Fue entonces que vi a mi abuela, sentada en su mecedora, escuchando la conversación. Ella sonrió y se levantó.

"¡Vamos, querido! ¡Es una gran oportunidad para ser creativos! Además, yo seré tu ayudante." - dijo con voz entusiasta.

Con un poco de dudas, pero también con emoción, acepté la invitación. Juntos, mi abuela y yo nos dirigimos hacia la calle donde los vecinos habían comenzado a organizarse. Cuando llegamos, el mural ya estaba semi planeado. Iba a ser un sol enorme, rodeado de flores, árboles y algunos animales. Al verlo, me emocioné un poco más.

"¿Qué te parece, vamos a hacer volar nuestra imaginación?" - me preguntó mi abuelita mientras se ponía un delantal.

"Me encanta la idea, Abue. ¡Hagámoslo!" - respondí, contagiado por su entusiasmo.

Comenzamos a mezclar los colores en unas grandes bandejas. A medida que pintábamos el mural, cada trazo se convertía en una pequeña aventura. Al principio, me costó un poco, pero mi abuela siempre estaba a mi lado, alentándome.

"No te preocupes por los errores, cada mancha cuenta una historia. ¡Mira esas flores! Tienen todas formas y colores, ¿no son hermosas?" - dijo mientras mezclaba un tono entre amarillo y naranja.

Mientras pintábamos, de repente, se escuchó un gran alboroto. Un grupo de niños del barrio llegó corriendo y se unieron a nosotros.

"¡Hola, chicos! ¿Puedo pintar la parte de arriba?" - preguntó Martina, una niña con trenzas.

"Por supuesto, ¡cuantos más seamos, mejor!" - respondí emocionado. De repente, el mural se convirtió en un evento divertido y lleno de risas. Comenzamos a intercambiar ideas.

Cuando ya llevábamos unas horas pintando, noté que uno de los niños se había quedado un poco apartado. Era un chico que parecía tímido y no se atrevía a unirse.

"¿Por qué no pintás con nosotros?" - le pregunté.

Se negó con la cabeza.

"No sé pintar... no soy bueno en eso." - dijo avergonzado.

Mi abuela se acercó a él y le dijo:

"No se trata de ser bueno, se trata de divertirse y expresar lo que llevamos dentro. Ven, probá un poco, nadie va a juzgarte aquí. ¡Mirá todos los colores que tenemos!" - lo alentó mientras le ofrecía un pincel.

Después de unos momentos de duda, aceptó. Con cada pincelada, él también comenzó a sonreír. Al poco tiempo, todos estábamos riendo y compartiendo historias mientras llenábamos el mural de vida.

Fue un día increíble. A medida que el sol comenzaba a ponerse, miramos nuestro mural, ahora lleno de colores brillantes y formas divertidas. Había flores, animales, y el sol brillaba con una gran sonrisa, justo como el día que habíamos tenido.

"Esto es lo más divertido que he hecho en mucho tiempo." - dije, sintiéndome orgulloso.

"Lo importante no es lo que hay en la pared, sino la alegría y la amistad que creamos juntos." - dijo mi abuelita con su característica sabiduría.

Desde ese día, cada vez que pasaba por mi mural, sonreía al recordar no solo los colores en la pared, sino todo lo que había aprendido: que la creatividad puede unir a las personas, que divertirse es importante y que, a veces, solo necesitamos un poco de aliento para atrevernos a hacer algo nuevo. Y sobre todo, que siempre puedo contar con mi abuela para vivir nuevas aventuras.

Y así, la pintura se convirtió en una hermosa historia, una historia que nadie había planeado, pero todos disfrutaron. Y al mirarla cada vez, aprendí que a veces lo que parece extraño puede convertirse en lo más especial de todos.

FIN.

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