La Aventura del Patio de Reconciliación
En la escuela primaria de Barriletes, un grupo de niños no lograba llevarse bien. Se hacían travesuras, discutían y, a veces, se llamaban feos nombres. Los maestros estaban preocupados. La situación llegó a un punto en que se decidió organizar una reunión especial para todos los alumnos de cuarto grado.
Al enterarse, Tomás, uno de los más traviesos del grupo, se rascó la cabeza.
"¿Por qué tenemos que hacer esto? ¡Nos estamos divirtiendo!" - se quejó.
A su lado, Juana, que siempre intentaba mantener la paz, le respondió:
"Pero Tomás, a veces la diversión se vuelve un caos. No podemos seguir así. La mayoría de nosotros queremos aprender a llevarnos mejor."
Los niños decidieron asistir a la reunión, aunque no todos estaban convencidos. El día señalado, la maestra Sofía les propuso un juego llamado "El Patio de Reconciliación". En este juego, cada niño debía decir algo bueno sobre otro, al mismo tiempo que se pasaba una pelota.
"¡Esto es un desastre!" - gritó Martín, uno de los más rebeldes.
La maestra le sonrió y le dijo:
"Solo intentalo, Martín. Quizás descubras algo nuevo."
Así, comenzaron el juego. La pelota pasó de mano en mano.
"Me gusta cómo siempre ayudas a los demás en los trabajos prácticos, Lucía" - dijo Santi.
Lucía sonrió y, tomando la pelota, dijo:
"Y a mí me encanta cómo Matías hace reír a todos con sus chistes."
La ronda continuó. A medida que iban diciendo cosas bonitas, el ambiente se empezaba a llenar de sonrisas. Sin embargo, Martín seguía resistiéndose. Finalmente, al recibir la pelota, soltó:
"Bueno, no puedo decir nada bueno de nadie. Solo me gusta jugar al fútbol y eso es todo."
La maestra le dijo:
"Martín, a veces no tenemos que pensar en lo negativo. Tal vez podrías decir algo que te gusta de cómo juegan a la pelota."
El niño pensó por un momento y luego agregó:
"Ok. Me gusta que a Tomás le gusta jugar en la misma cancha que yo. Pero eso no significa que me lleve bien con él."
Tomás, que estaba al lado, no pudo evitar reír:
"No te preocupes, yo tampoco soy un santo. Pero si seguimos así, ¡no vamos a poder jugar juntos al fútbol!"
Cada vez que la pelota pasaba, los comentarios se volvían más sinceros y las risas más genuinas. Sin darse cuenta, los chicos comenzaban a dejar de lado sus resentimientos. Fue entonces cuando, inesperadamente, algo mágico ocurrió. La maestra Sofía propuso un desafío.
"Si cada uno de ustedes se compromete a hacer al menos una cosa buena por un compañero esta semana, organizaremos un gran partido de fútbol el viernes. ¡Pero solo los que echen mano a esas buenas acciones!" - les dijo emocionada.
Los niños se miraron entre sí. Todos querían jugar ese partido. Así que comenzaron a planear lo que harían. En los días siguientes, se sorprendieron al comprobar que haciendo pequeñas cosas, como ayudar a alguien con sus tareas o cuidar su material, se sentían mejor.
“¡Esto está funcionando! ” - exclamó Juana un día, al ver a Tomás ayudar a Martín a atarse los zapatos antes de ir al recreo.
"Sí, y hasta nos reímos un montón " - contestó Martín, con una gran sonrisa.
Llegó el viernes, y todos estaban emocionados con el partido. La cancha estaba llena, y, aunque había algunos errores en el juego, se escuchaban risas y gritos de aliento, en lugar de peleas.
El partido terminó con un empate, pero nadie estaba preocupado por eso. La verdadera victoria era que, de alguna manera, habían aprendido a llevarse mejor. Al finalizar, la maestra Sofía, con una sonrisa satisfecha, les dijo:
"Hoy ganaron más que un partido. Han ganado la amistad. Recuerden que el respeto y la comprensión son como un buen equipo, ¡siempre se necesitan entre sí!"
Desde aquel día, el aula de cuarto grado de la escuela Barriletes se convirtió en un lugar en donde no solo se aprendía matemáticas y lengua, sino también cómo ser mejores amigos. Y aunque a veces surgían desavenencias, recordaban aquella aventura en el Patio de Reconciliación, donde aprendieron que ser amables es el primer paso hacia la verdadera convivencia.
FIN.