La Aventura del Pequeño Célula y su Amigo Tierno
En un hermoso bosque lleno de colores vivos y sonidos alegres, vivía un pequeño animalito llamado Tierno, el conejito. Tierno tenía un corazón grande y siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos. Un día, mientras exploraba el bosque, se encontró con algo muy sorprendente.
- ¡Hola, pequeño! - dijo una vocecita. Tierno se puso alerta y miró a su alrededor. Fue entonces cuando vio a una pequeña célula, que estaba brillando con tonos de azules y verdes.
- ¡Hola! - respondió Tierno, curioso. - ¿Quién sos?
- Soy Célula, un ser diminuto que vive en el mundo de los microorganismos.
Tierno se sorprendió, nunca había conocido a un ser tan pequeño.
- ¿Qué hacés por aquí, Célula? - preguntó Tierno.
- Estoy cansada de estar sola, y pensé que tal vez podría conocer un poco del mundo exterior. - dijo Célula, con un tono de tristeza.
- ¡Entonces ven conmigo, te mostraré el bosque! - exclamó Tierno emocionado.
Y así, juntos comenzaron su aventura. Tierno saltaba de alegría mientras que Célula, detrás de él, flotaba suavemente.
Primero, Tierno lo llevó al río.
- Mirá, Célula, ¡el agua es tan clara y fresca! - dijo Tierno, mientras chapoteaba felizmente.
- ¡Es precioso! - respondió Célula, asombrada.
Después, fueron a un claro lleno de flores.
- ¡Mirá todas esas flores de colores! - gritó Tierno. - ¿Y el aroma? Es increíble.
Célula se acercó a una flor roja y respiró su fragancia.
- ¡Es dulce, como el néctar! - exclamó.
Pero de repente, en el camino, se encontraron con una mariposa triste.
- ¿Qué te pasa? - preguntó Tierno.
- He perdido mis amigos y no sé dónde están... - sollozó la mariposa.
Célula, que había estado escuchando, tuvo una idea brillante.
- ¡Podemos hacer un rastro de pétalos para que tus amigos te sigan!
- Eso suena genial, ¿pero cómo? - preguntó Tierno.
- Recolectemos flores y armemos un camino de pétalos. - propuso Célula.
Así que Tierno y Célula se pusieron a trabajar. Tierno picoteaba las flores mientras Célula las organizaba en un camino brillante.
- ¡Listo! ¡Ahora esperemos! - dijo Célula, emocionada.
Poco a poco, la mariposa observó.
- ¡Miren, ahí vienen! - gritó la mariposa con alegría. Era su grupo de amigos, que volaban felices a la vista de su amiga.
- ¡Gracias, gracias! - exclamó la mariposa, abrazando a Tierno y Célula.
Ambos se sintieron felices de haber ayudado. Pero al final del día, Célula se sentía un poco triste.
- ¿Qué te pasa? - le preguntó Tierno.
- Me gustaría quedarme aquí con vos, pero soy muy pequeña y tengo que volver a mi hogar.
- ¡No te preocupes! - alentó Tierno. - Siempre serás mi amiga, no importa cuán pequeña seas.
Célula sonrió, su pequeño corazón se llenó de cariño. Antes de irse, miró a Tierno con gratitud.
- Te prometo que siempre llevaré en mi corazón nuestras aventuras.
Y así, con un abrazo final, Célula comenzó su camino de regreso a su mundo microscópico, mientras Tierno la saludaba desde lejos, sintiéndose contento de haber hecho un nuevo amigo. Desde ese día, Tierno aprendió que la verdadera amistad no conoce fronteras, ni tamaño, y que siempre hay espacio para todos, sin importar cuán diferentes sean.
Y cada vez que escuchaba el murmullo del río o el susurro del viento entre las flores, recordaba a su amigo, Célula, y la maravillosa aventura que vivieron juntos.
Y así, el conejito y la pequeña célula continuaron sus vidas, sabiendo que la amistad es el regalo más tierno y valioso del mundo.
FIN.