La Aventura del Picaflor en las Montañas
Era un cálido día de verano en las montañas de Córdoba. Pablo y María, dos amigos inseparables, decidieron explorar un rincón que nunca antes habían visitado. El sol brillaba intensamente y el aire estaba lleno de los aromas de flores silvestres.
"María, ¿viste esa ladera verde? ¡Vamos a explorar!", exclamó Pablo, señalando con entusiasmo.
"¡Dale! A ver qué encontramos", respondió María, llena de energía.
Los dos amigos comenzaron a caminar por un sendero cubierto de hierbas y flores. Mientras admiraban la belleza de la naturaleza, escucharon un sutil zumbido.
"¿Qué es ese sonido tan bonito?", preguntó María, curiosa.
"No sé, pero se oye como si alguien estuviera cantando", contestó Pablo.
Siguiendo el sonido, se acercaron a un arbusto lleno de flores coloridas. En el centro, un pequeño picaflor revoloteaba de flor en flor, bebiendo néctar con su largo pico.
"¡Mirá! ¡Es un picaflor!", gritó Pablo emocionado.
María sonrió y se acercó lentamente para no asustarlo. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el picaflor pareciera tener un problema. No podía volar bien y se posó en una rama, agitado.
"Pablo, creo que se ha lastimado una de sus alas", dijo María, con preocupación.
"¿Cómo podemos ayudarlo?", preguntó Pablo, pensativo.
Ambos miraron a su alrededor y decidieron hacer una pequeña improvisación. Juntaron hojas grandes y suaves y formaron una especie de camita. Con mucho cuidado, acercaron al picaflor y lo colocaron suavemente sobre su improvisado lecho.
"Vamos a buscar ayuda en el pueblo", sugirió María.
"Sí, pero tenemos que ser rápidos. Si no, se puede poner más malito", respondió Pablo, decidido.
Corrieron por el sendero hacia el pueblo, donde conocían a Doña Elena, una mujer sabia que siempre ayudaba a los animales. Al llegar a su casa, le contaron lo que había pasado.
"Doña Elena, encontramos un picaflor herido y necesitamos su ayuda", dijo Pablo con urgencia.
"Claro que sí, chicos. Llévenme a donde está", respondió Doña Elena, con una actitud amable.
De regreso al arbusto, Doña Elena examinó al picaflor.
"Parece que solo está cansado y necesita un poco de descanso. Les envidio el buen corazón que tienen por ayudarlo", dijo mientras le daba un poco de agua.
Tras un par de horas, el picaflor comenzó a mostrar signos de mejoría. Con el cuidado de los tres, poco a poco se sintió más fuerte. Un buen rato después, decidió volver a probar sus alas. Con un ligero aleteo, se elevó hasta la rama más alta del arbusto.
"¡Sí! ¡Lo logró!", gritó María llena de alegría.
Pero justo cuando parecía que todo estaba bien, una ráfaga de viento sacudió el arbusto, y el picaflor, asustado, perdió su equilibrio y cayó.
"¡No!", exclamó Pablo, pero Doña Elena, con experiencia, le dijo:
"Paciencia, Pablo. A veces, necesitamos caernos para aprender a volar mejor. No hay que rendirse".
La pequeña ave se sacudió y, después de unos momentos, volvió a intentarlo. Esta vez, con más confianza, subió al cielo y comenzó a volar en círculos alegres.
"¡Mirá cómo vuela!", gritaron los niños.
El picaflor danzaba en el aire, mientras Pablo y María aplaudían emocionados. Al final de la tarde, el picaflor se acercó a ellos, moviendo sus alas en agradecimiento, como si entendiera que dos amigos habían estado a su lado en un momento difícil.
"¿Viste, Pablo? A veces lo más pequeño puede enseñarte las lecciones más grandes", reflexionó María, mientras se alejaban hacia el pueblo.
"Sí, y también que sólo hay que intentarlo una vez más después de caer".
Así, Pablo y María regresaron a sus casas con una historia que contar, un nuevo amigo en el corazón y muchas ganas de seguir ayudando a quienes lo necesitaran. El picaflor, por su parte, siguió volando por las montañas, llevando en sí la importancia de la amistad y la perseverancia, siempre listo para compartir su alegría con el mundo.
Desde aquel día, los dos amigos aprendieron a observar el mundo que los rodeaba con otros ojos, entendiendo que cada pequeño ser, por insignificante que pareciera, tenía su historia y su valor.
FIN.