La Aventura del Voleibol y el Cocodrilo



Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires. María, Ariadna y Luis, tres amigos inseparables, se encontraban en el parque, donde habían decidido organizar un emocionante partido de voleibol. La cancha estaba llena de risas y buena energía, y todos estaban listos para disfrutar.

María, siempre entusiasta, dijo: "¡Vamos a jugar! No hay tiempo que perder!"

Ariadna, quien adoraba hacer jugadas inesperadas, respondió: "Voy a intentar hacer un saque impresionante, ¡prepárense!"

Luis, el más divertido del grupo, exclamó: "Sí, ¡y yo seré el mejor receptor! ¡Nadie podrá pasarme la pelota!"

El partido comenzó y la emoción estaba a flor de piel. Cada uno hizo lo mejor que pudo y el ambiente se llenó de risas. Sin embargo, mientras ellos se concentraban en el juego, un ruido extraño provenía de un arbusto cercano.

"¿Escucharon eso?" - preguntó Ariadna, mirando hacia el sonido.

"Tal vez sea un cachorro perdido..." - sugirió Luis, curioso.

"O un pájaro, ¡no te preocupes!" - dijo María, intentando calmar a sus amigos.

Pero el ruido se volvió más fuerte, casi como un grito. De repente, un gran cocodrilo apareció entre los arbustos, parando en seco el partido.

"¡Un cocodrilo!" - gritó Luis, asustado.

"¡No! ¡Esto no es un juego!" - exclamó María.

"¿Qué hacemos?" - preguntó Ariadna, con la voz temblorosa.

El cocodrilo, al notar a los chicos, se acercó lentamente, sin mostrar agresión, pero con una mirada curiosa.

"Hola, amigos. No se asusten. Soy Cacho, el cocodrilo artista. ¡Me encanta el voleibol!" - dijo Cacho, sorprendentemente amistoso.

Los tres amigos se miraron atónitos.

"¿Cocodrilo que juega voleibol?" - dijo Ariadna, aún incrédula.

"Pero es posible, ¿no?" - intervino María, cada vez más intrigada.

"Le podemos enseñar a jugar con nosotrs." - agregó Luis, entusiasmado.

Cacho, con sus grandes ojos brillantes, se sonrió y exclamó:

"¿De verdad? ¡Me encantaría aprender a jugar con ustedes! Siempre he querido unirme a un equipo, pero no sabía cómo."

Los amigos aceptaron la propuesta y, tras unos momentos de nerviosismo, comenzaron a explicarle a Cacho las reglas del voleibol. Mientras Cacho aprendía, los niños se dieron cuenta de que el cocodrilo era bastante habilidoso, movía su larga cola como si fuera un entrenador experto.

"¡Eso es, Cacho! ¡Tienes que saltar más alto!" - le animó María.

"Y recuerda, el equipo se hace con la unión de todos, ¡no importa el tamaño!" - agregó Ariadna.

"¡Sí! Juntos somos más fuertes, incluso si uno de nosotros es un cocodrilo gigante!" - rió Luis.

Pronto, el ambiente se llenó de alegría. Cacho, con su gran cola y sonrisa, se convirtió en el refuerzo que no esperaban. Aprendió rápidamente y hasta animaba a sus amigos desde la red.

Sin embargo, cuando todo parecía ir bien, un grupo de niños del barrio llegó y empezó a reírse de la escena.

"¡Miren! ¡Un cocodrilo jugando voleibol! ¡Qué ridículo!" - gritó uno de ellos.

Los amigos se sintieron incómodos y Cacho, aunque sonriente, se notó desanimado.

"No importa lo que digan, Cacho. Vos sos parte de nuestro equipo ahora y siempre lo serás!" - defendió María con valentía.

"¡Ya no importa! ¡Estamos divirtiéndonos!" - añadió Ariadna.

Luis pensó un momento y tuvo una idea brillante.

"Hagamos un partido entre nosotros y ellos. ¿Quién se une?"

Los niños del barrio, intrigados, aceptaron el desafío. Así, el partido comenzó.

El juego fue increíble. Con Cacho como parte del equipo, María, Ariadna y Luis ganaron, pero más importante aún, todos aprendieron que las diferencias pueden ser positivas y enriquecedoras.

Entonces, al final del día, ya no había risas burlonas, solo un grupo de nuevos amigos.

"¡Nunca lo hubiera creído! ¡Un cocodrilo puede ser nuestro compañero de juego!" - exclamó uno de los niños, impresionado.

"A veces lo importante es no dejarse llevar por las apariencias," - dijo Cacho, sonriendo felizmente.

Y así, el día terminó con el sol poniéndose en el horizonte, mientras las risas y la amistad se consolidaban en el parque. María, Ariadna, Luis y ahora Cacho, jugarían juntos siempre, recordando que lo más valioso es compartir y aceptar a los demás tal como son.

FIN.

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