La Aventura Dulce de Sylvester
Era la noche de Halloween y las calles de su barrio estaban iluminadas con calabazas talladas, telarañas y luces de colores. Sylvester, un niño de 10 años con una imaginación desbordante y un disfraz de superhéroe que él mismo había creado, estaba listo para salir en busca de dulces.
Desde el momento en que el sol se ocultó, Sylvester sintió que la emoción corría por sus venas. Pero había algo especial en esta noche, una mezcla de nerviosismo y felicidad que le hacía sentir que podría vivir una gran aventura.
"¡Mamá! ¿Puedo ir solo a pedir dulces?" - preguntó Sylvester.
"Está bien, pero no te alejes demasiado y vuelve antes de las 9" - respondió su madre, mientras le daba una pequeña linterna para que iluminara su camino.
Sylvester salió de su casa con una gran sonrisa. Al pasar por la primera casa, una señora mayor con una sonrisa amable le abrió la puerta.
"¡Hola, pequeño superhéroe!" - dijo la señora. "¿Quieres dulces?"
"¡Sí, por favor!" - respondió Sylvester, mientras su bolsa se llenaba de golosinas.
Continuando su recorrido, Sylvester chocó con varios amigos en el camino. Se unieron para formar un grupo y juntos comenzaron a recorrer las calles.
"¡Miren esta casa!" - exclamó uno de ellos, señalando una casa oscura con telarañas y luces parpadeantes.
"Dicen que es la casa del viejo Donovan, ¡aunque nunca nos ha asustado!" - dijo otro niño.
"¿Vamos a ver qué pasa?" - preguntó Sylvester, entusiasmado.
Los amigos dudaron, pero la valentía de Sylvester los contagió. Se acercaron cautelosamente a la puerta y tocaron.
"¿Quién es?" - preguntó una voz temblorosa desde el interior.
"¡Somos nosotros, Sylvester y sus amigos! Venimos a pedir dulces" - respondió Sylvester con seguridad.
La puerta se abrió y apareció el viejo Donovan, que tenía una larga barba blanca y una sonrisa de oreja a oreja.
"¡Ah, qué bueno ver a nuevos amigos en mi puerta!" - exclamó mientras les ofrecía una gran bolsa de caramelos.
"Pero primero, cuéntenme algún chiste o historia divertida" - propuso el viejo.
Los niños se miraron entre ellos, pensando en qué contar. Al final, Sylvester se armó de valor y dijo:
"¡Una vez había un perro que quería ser un gato! Se subía a los árboles y maullaba por las noches, ¡pero nunca podía atrapar a ningún ratón!"
Los niños estallaron en risas, y el viejo Donovan también.
"¡Qué bueno! Ustedes son más que bienvenidos a mi casa, siempre y cuando traigan una historia que contar" - dijo mientras les daba sus golosinas.
Después de despedirse y seguir su camino, Sylvester se dio cuenta de que esa noche no solo había conseguido dulces, sino también amigos y una historia que contar. Al llegar a la siguiente casa, comenzaron a contar historias entre ellos, y cada vez que lo hacían, la bolsa de dulces se hacía más pesada.
Pero luego, mientras regresaban a casa, Sylvester notó algo extraño. Un niño solitario, que no parecía tener un disfraz, estaba sentado en la vereda de su casa.
"¿Qué te pasa?" - le preguntó, acercándose.
"No tengo disfraz y tampoco galletas. Todos me miran raro" - respondió el niño con tristeza.
"Pero hoy es Halloween. Todos pueden disfrutarlo, no necesitas un disfraz para pedir dulces" - le dijo Sylvester con una sonrisa.
"¿Vienes con nosotros? Hay dulces para todos" - ofreció Sylvester.
El niño aceptó con una radiante sonrisa. Juntos, fueron a buscar dulces, y aquella noche se convirtió en una de las más mágicas que Sylvester había vivido.
Al volver a casa, su madre lo esperó en la puerta.
"¡Mamá, hicimos un nuevo amigo!" - exclamó Sylvester, emocionado.
"Me alegro, querido. Lo más importante de Halloween no son solo los dulces, sino compartir y ayudar a otros" - le explicó su madre con amor.
Sylvester comprendió que esa noche fue especial no solamente porque llenó su bolsa de golosinas, sino porque también aprendió que la amistad y la bondad son el verdadero espíritu de Halloween. Y así, con un estómago lleno de dulces y el corazón colmado de alegría, se fue a la cama, soñando con nuevas aventuras por venir.
FIN.