La Aventura en Casa de Abuela
Era un soleado sábado cuando Mateo y Sofía, dos hermanos muy curiosos, decidieron visitar a su abuelita Rosa. Ella vivía en un pintoresco casita rodeada de un hermoso jardín lleno de flores. Mientras recorrían el camino hacia la casa de su abuela, Mateo miró a su hermana y le dijo:
"¿Sabés qué? Estoy ansioso por ver qué nuevo invento ha creado la abuela esta vez. Siempre tiene algo sorprendente en su taller."
"¡Sí! Siempre me encanta ver las cosas que hace. La última vez hizo un robot que podría regar las plantas por ella. ¡Fue increíble!" respondió Sofía, entusiasmada.
Cuando llegaron, notaron que la puerta estaba entreabierta. Sofía, siempre valiente, empujó la puerta y entró primero.
"¡Hola, abuela!" gritaron los niños juntos.
Abuela Rosa estaba en su taller, rodeada de herramientas y piezas de colores.
"¡Hola, mis amores! ¡Qué alegría verlos! Estaba trabajando en un nuevo proyecto. Vengan a verlo."
Los niños corrieron hacia su abuela y quedaron boquiabiertos. En la mesa había un objeto cubierto con una sábana vieja.
"¿Qué es eso, abuela?" preguntó Mateo, sin poder contener su curiosidad.
"Es una sorprendente máquina de hacer dulces. Pero, hay un pequeño problema..." dijo la abuela, retirando la sábana.
La máquina parecía muy complicada, llena de botones y luces parpadeantes.
"¿Qué problema, abuela?" inquirió Sofía.
"No he logrado que funcione. Parece un rompecabezas y me gustaría que ustedes me ayudarán a resolverlo. Pero hay una condición: necesitamos hallar tres ingredientes especiales."
Mateo y Sofía se miraron emocionados.
"¡Vamos a buscar esos ingredientes! ¿Cuáles son?" preguntó Mateo.
"Primero, necesitamos un poco de miel, que se encuentra en el jardín de la abuela. Luego, un puñado de nueces del árbol que está en la plaza. Y, por último, flores comestibles que crecen cerca del río."
Los niños comenzaron la búsqueda inmediatamente. En el jardín, encontraron la colmena de abejas y se acercaron cuidadosamente.
"¿Creés que podamos tomar un poco de miel sin que nos piquen?" preguntó Sofía.
"Debemos ser muy cautelosos. ¡Tomemos solo un poco!" respondió Mateo.
Con un pequeño tarro en mano y con mucho cuidado, lograron recoger miel. En el camino hacia la plaza, Mateo se detuvo y dijo:
"Esperá, Sofía. No quiero irnos sin agradecer a las abejas."
Sofía sonrió y juntos gritaron:
"¡Gracias, abejas! ¡Por su deliciosa miel!"
Al llegar al árbol de nueces, comenzaron a buscar. Sin embargo, notaron que no había muchas nueces en el suelo.
"¡Oh, no hay suficientes! ¿Qué haremos?" se quejó Sofía.
"Esperá. Tal vez podamos sacudir un poco el árbol para que algunas caigan. ¡Vamos a intentarlo!" dijo Mateo con determinación.
Ambos comenzaron a sacudir el tronco con cuidado. Para su sorpresa, un grupo de nueces cayó al suelo. Rieron y recogieron lo que habían logrado.
"¡Lo logramos! Ahora solo falta las flores comestibles. Vamos hacia el río."
Cuando llegaron al río, se dieron cuenta de que había muchas flores de diferentes colores.
"Mirá estas azules, ¿serán comestibles?" preguntó Mateo.
"No estoy segura. Pero esas amarillas se ven perfectas. ¡Vamos a recoger un poco!" dijo Sofía.
Mientras recogían las flores, de pronto escucharon un ruido raro. Se asustaron un poco y miraron alrededor. Un pato curioso los miraba desde el agua.
"¡Hola, patito!" saludó Mateo.
El pato hizo un sonido simpático, como si quisiera jugar. Sofía sugirió:
"¿Y si le damos algunas flores también?
Al pato le gustaría tener una flor colorida."
Así que los niños le ofrecieron una flor al pato. Él la aceptó con gusto y empezó a hacer un pequeño baile de felicidad.
"¡Mirá, Sofía! ¡El pato está contento!" rió Mateo.
Con todos los ingredientes recolectados, regresaron a la casa de la abuela.
"¡Abuela, ya tenemos todo!" gritaron emocionados.
"¡Excelente, mis pequeños exploradores! Ahora pongamos todo en la máquina y veamos qué sucede."
Juntos, llenaron la máquina con miel, nueces y flores. La abuela pulsó los botones mientras los niños miraban fascinados. De repente, la máquina empezó a vibrar y a hacer ruidos extraños.
"¡Abuela, mira! ¡Está funcionando!" exclamó Sofía.
Después de unos momentos de espera, la máquina escupió un montón de dulces de colores. Los niños aplaudieron y la abuela les sonrió.
"¡Gracias por su ayuda! Hicieron un gran trabajo en equipo. Pero recuerden, lo más lindo de esta experiencia es que aprendieron un montón de cosas y se divirtieron juntos. ¡Ahora disfrutemos de estos dulces!"
Y así, Mateo y Sofía aprendieron que la colaboración y la creatividad pueden llevar a grandes logros. Mientras disfrutaban sus dulces, la abuela les contaba historias sobre su juventud, llenando la tarde de risas y amor.
Cuando llegó la hora de irse, los hermanos se despidieron de su abuela con un abrazo fuerte.
"¡Hasta la próxima, abuela! No olvides hacernos más dulces."
"¡Siempre, mis amores! ¡Los espero para más aventuras!" respondió abuela Rosa mientras los veía alejarse, sintiéndose agradecida por tener a sus nietos.
Y así, en cada visita, la casa de la abuela se convirtió en un lugar lleno de magia, aprendizajes y momentos inolvidables.
FIN.