La Aventura en el Bosque Encantado



Era un hermoso día en el pequeño pueblo de Villaverde, donde todos conocían a Leonel, un niño curioso y valiente. Tenía un amigo inseparable, Lucí, su perrita de pelaje dorado que lo acompañaba a todas partes. Un día, mientras jugaban en el jardín de casa, Leonel divisó algo brillante entre los árboles del bosque que colindaba con su hogar.

"¡Lucí! Mirá eso, parece un tesoro", dijo Leonel emocionado.

"¡Guau!", respondió Lucí, moviendo su cola como si también sintiera la misma curiosidad.

Decididos a descubrir qué había, Leonel tomó la delantera y juntos se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, el aire fresco y el canto de los pájaros los envolvían. De repente, encontraron un sendero cubierto de flores de colores.

"¡Qué lindo lugar!", exclamó Leonel.

"Woof! Woof!", ladró Lucí, saltando entre las flores.

Siguieron el camino florido hasta que llegaron a un claro donde encontraron a un pequeño duende sentado sobre una piedra.

"Hola, soy Bimbín, el guardián de este bosque", dijo el duende sonriendo.

"¡Hola Bimbín! Somos Leonel y Lucí. ¿Qué haces aquí?", preguntó Leonel, sorprendido.

"Estoy cuidando un tesoro especial que solo se muestra a aquellos que tienen un corazón puro. Pero, solo puedes verlo si respondes a una adivinanza", explicó Bimbín.

Leonel se sintió emocionado y aceptó el reto.

"¡Vamos! Estoy listo", dijo.

Bimbín sonrió y dijo:

"Soy ligero como una pluma, pero ni el hombre más fuerte puede sostenerme por mucho tiempo. ¿Qué soy?"

Leonel pensó y pensó, y luego exclamó:

"¡El aliento!"

Bimbín aplaudió con alegría.

"¡Correcto! Tu curiosidad y sabiduría te han permitido ver el tesoro. Sigue este sendero, pero ten cuidado, porque por el camino también hay desafíos."

Leonel y Lucí siguieron adelante, encontrándose con un río de aguas cristalinas. Sin embargo, no podían cruzar porque no había puente.

"¿Qué haremos, Lucí?", preguntó Leonel.

De repente, un pato se acercó a ellos.

"Hola, pequeños. ¿Por qué lucen tristes?" preguntó el pato.

"Queremos cruzar el río, pero no sabemos cómo", respondió Leonel.

"Si me ayudan a encontrar mi rama perdida, los ayudaré a cruzar", propuso el pato.

"¡Hecho! ¿Dónde la perdiste?", preguntó Leonel.

El pato les indicó el camino hacia un arbusto espinoso. Con cuidado, Leonel y Lucí encontraron la rama y se la llevaron al pato.

"¡Gracias! Ahora pueden subir a mi espalda y los cruzaré", dijo el pato contento.

Y así lo hicieron. Una vez en la otra orilla, continuaron su camino hasta llegar a un árbol enorme que parecía tocar el cielo. En su tronco, había un árbol de letras que decía: "Para descubrir el verdadero tesoro, debes compartir tu alegría".

"¿Compartir nuestra alegría? ¿Cómo hacemos eso?", preguntó Leonel, confundido.

Allí conocieron a un grupo de animales del bosque que se veían tristes. Leonel se acercó a ellos:

"¿Qué les pasa?"

"Hemos perdido nuestro lugar para jugar porque la basura está por todos lados", respondió un conejo.

Leonel miró a Lucí y se le iluminó la cara.

"¡Podemos ayudar! Vamos a limpiar este lugar juntos".

Con esfuerzo y trabajo en equipo, todos los animales y Leonel con Lucí recogieron la basura. Al finalizar, el lugar se veía espléndido. Todos comenzaron a cantar y a saltar de felicidad.

"¡Lo logramos!", dijo Leonel, sintiendo una calidez en su corazón.

En ese momento, el árbol de letras brilló intensamente y las hojas comenzaron a caer como un confeti.

Bimbín, el duende, apareció nuevamente.

"¡Excelente trabajo! ¡Han compartido su alegría y han hecho de este bosque un lugar mejor! Como recompensa, aquí tienen un brillante tesoro: el de la amistad y la solidaridad".

Leonel sonrió, sabiendo que el verdadero tesoro no era oro ni joyas, sino la felicidad de ayudar a otros y disfrutar de la compañía de amigos.

"¡Gracias, Bimbín! Nos llevaremos esta lección", dijo Leonel mientras abrazaba a Lucí, que movía la cola con alegría.

Y así, Leonel y Lucí regresaron a casa, no solo con un bello recuerdo, sino con una gran enseñanza: siempre es mejor compartir y ayudar a los demás. Al final del día, fueron a casa, sabiendo que la verdadera magia estaba en su corazón y en los lazos que formaron con quienes los rodeaban.

FIN.

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