La Aventura en el Campo de Maíz



Era un día soleado cuando Romel y su hermana Lila decidieron visitar a sus abuelos en el campo. Al llegar, el aroma del aire fresco y el canto de los pájaros los hacía sentir como en un cuento. Los abuelos vivían en una pequeña granja rodeada de verdes campos de maíz que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

"¡Mirá cuántas mazorcas!" - exclamó Romel, apuntando con emoción al campo de maíz que brillaba bajo el sol.

"¡Vamos a jugar entre las plantas!" - sugirió Lila, con su característica energía.

Los abuelos observaron con una sonrisa cómo los niños se adentraban en el laberinto de maíz, riendo y corriendo entre las altas plantas.

"Tené cuidado, chicos, no se alejen demasiado" - advirtió el abuelo, mientras la abuela les ofrecía una canasta para recoger pequeñas mazorcas.

Mientras los hermanos jugaban, de pronto se dieron cuenta de que habían perdido la noción del lugar. Las plantas eran altas y el sol había comenzado a moverse en el cielo.

"Romel, creo que estamos perdidos" - dijo Lila, un poco asustada.

Romel miró a su alrededor, sintiéndose un poco nervioso, pero también emocionado por la aventura.

"No te preocupes, Lila. Solo tenemos que recordar dónde entramos" - respondió, tratando de calmarla.

Decidieron hacer un pequeño ejercicio de observación, así que empezaron a buscar señales que pudieran guiarlos. Romel recordó cómo su abuelo siempre decía que la naturaleza era la mejor guía.

"Mirá, Lila, esa planta de maíz tiene una hoja más grande que las demás, quizás el camino de vuelta está por ahí" - sugirió Romel.

Siguiendo las hojas diferenciadas, le dieron la vuelta al campo. Sin embargo, mientras avanzaban, encontraron un lugar especial: un pequeño claro en el medio de las plantas.

"¡Wow, mirá eso!" - exclamó Lila, señalando un grupo de mariposas que revoloteaban alegremente.

"Son hermosas. ¡Hagamos una competencia a ver quién se acerca más sin espantarlas!" - dijo Romel mientras comenzaba a moverse con cuidado.

Con mucho sigilo, se acercaron a las mariposas, y en ese momento, se sintieron como verdaderos exploradores. Después de un rato de risas y juegos, decidieron que era hora de volver a buscar el camino a casa. Sin embargo, se dieron cuenta de que aún no tenían mucho sentido de la dirección.

"Tal vez deberíamos pedir ayuda. A lo mejor nuestros abuelos se están preocupando" - dijo Lila.

Romel asintió, y juntos gritaron:

"¡Abuelos!" - llamaron a todo pulmón.

A lo lejos, escucharon una voz que respondía.

"¡Romel! ¡Lila! ¿Dónde están?" - era la abuela que había empezado a buscarlos.

Sin perder tiempo, siguieron la voz de su abuela, que llegaba cada vez más cerca. Finalmente, los encontraron.

"¿Dónde estaban? Los estábamos buscando" - les dijo la abuela, aliviada.

"Estábamos explorando, abuela, pero nos perdimos un poco" - explicó Romel.

"¡Pero encontramos un claro con mariposas!" - agregó Lila.

La abuela sonrió y dijo:

"Eso es maravilloso, pero recuerden que siempre es bueno avisar a dónde van. La curiosidad es hermosa, pero debemos ser responsables".

Ambos niños asintieron, entendiendo la lección. Después de la aventura, pasaron el resto de la tarde ayudando a sus abuelos a recolectar las mazorcas.

"Miren lo que encontramos en el camino" - dijo Lila, mientras mostraba una mazorca especialmente grande. Todos sonrieron y celebraron su buen día, recordando que aunque la aventura fue divertida, siempre hay que estar atentos y cuidar de uno mismo y de los demás.

A medida que el sol se ocultaba, los tres se sentaron en el porche con sus abuelos, disfrutando del sabor de esas mazorcas recién recogidas. Aprendieron que aunque la aventura en el campo era emocionante, siempre había que tener cuidado y comunicarse.

Desde ese día, Romel y Lila siempre llevaron consigo el recuerdo de su aventura en el campo de maíz, acompañados de la lección de la importancia de la comunicación y la responsabilidad. Juntos, disfrutaron muchos días felices en la granja, siempre listos para nuevas aventuras, pero nunca olvidando la sabiduría de sus abuelos.

FIN.

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