La Aventura en el Campo Verde
Era una hermosa mañana en el campo verde, donde el sol brillaba intensamente y las flores danzaban al compás del viento. Un grupo de niños, siempre ávidos de aventuras, decidieron recorrer los prados llenos de hierba fresca. Entre risas y saltos, se adentraron más en el campo, cuando de repente, se encontraron con un misterioso alambrado que nunca antes habían visto.
"¿Qué será eso?" - preguntó Sofía, la más curiosa del grupo.
"No lo sé, pero parece que hay algo del otro lado" - contestó Lucas, señalando hacia un pequeño arbusto que se movía.
Con mucho cuidado, se acercaron al alambrado. Del otro lado, podían ver la sombra de unos pequeños animalitos, que parecían estar atrapados.
"¡Miren, son conejitos!" - exclamó Ana con entusiasmo.
"Pobrecitos, deben estar asustados" - dijo Nicolás, sintiendo una punzada en el corazón.
Los niños empezaron a discutir sobre qué hacer.
"Deberíamos intentar ayudarles" - sugirió Lucas.
"Pero el alambrado es peligroso. No sabemos quién lo puso ahí" - advirtió Sofía.
Mientras tanto, los conejitos seguían temblando al otro lado.
"Si no ayudamos, podrían estar en peligro" - insistió Ana.
Los niños decidieron que necesitaban averiguar más.
"Vamos a buscar a algún adulto" - propuso Nicolás.
"Buena idea, pero no perdamos de vista a los conejitos" - dijo Sofía mientras miraba a través de las frondosas hojas.
Regresaron rápidamente al pueblo, donde le contaron a la señora Margarita, la vecina.
"Señora Margarita, hay unos conejitos atrapados detrás del alambrado. Necesitamos su ayuda" - dijo Lucas.
"¡Oh, cielos! Eso no suena bien. Vamos, chicos, a ver qué podemos hacer" - respondió la señora Margarita, tomando su sombrero de paja.
Cuando llegaron, la señora Margarita observó cuidadosamente el alambrado.
"Este es un campo privado. Tal vez el dueño esté haciendo algo para proteger a los animales de los peligros de la carretera" - comentó.
"Pero nosotros solo queremos ayudar a los conejitos" - dijo Ana preocupada.
La señora Margarita sonrió y dijo:
"Entiendo su preocupación, pero a veces, los cercos son necesarios para mantener a los animales a salvo. Sin embargo, podemos intentar hablar con el dueño del campo y ver si podemos ayudarlo a cuidar a los conejitos".
"¿Usted cree que eso funcionaría?" - preguntó Nicolás con esperanza.
"No lo sabemos, pero ¡no perdemos nada al intentarlo!" - respondió la señora Margarita, con una chispa de determinación en los ojos.
Después de unos minutos de caminata, llegaron a la casa de Don Alberto, el dueño del campo. Era un hombre amable que adoraba la naturaleza.
"¿Qué los trae por aquí tan temprano?" - preguntó Don Alberto al ver a los niños y a la señora Margarita.
"Don Alberto, nos preocupan unos conejitos que están atrapados detrás de su alambrado. Queremos ayudarles" - explicó Sofía, con sinceridad.
"¡Oh! ¿Conejitos? Nunca quise hacerles daño. Solo intento cuidar el campo para que no se acerquen a la carretera. Pero…" - Don Alberto hizo una pausa -
"Podemos trabajar juntos para encontrar una solución. Quizás haya una manera de que puedan estar a salvo sin estar atrapados".
Los niños se sintieron aliviados.
"¿Podemos ayudar?" - preguntó Lucas con entusiasmo.
"¡Por supuesto! Necesitaré manos pequeñas para que se encarguen de rebuscar un poco de hierba y hacer una nueva entrada. Todavía podemos construir un pequeño refugio para ellos" - dijo Don Alberto, mientras se les dibujaba una gran sonrisa en el rostro.
Trabajaron durante horas, recolectando hojas y creando un pequeño espacio seguro para que los conejitos pudieran entrar y salir sin peligro. Cuando terminaron, los niños se sintieron muy felices.
"¡Lo hicimos!" - gritó Ana mientras observaba a los conejitos salir de su escondite y explorar su nuevo hogar.
Don Alberto les dio las gracias y les prometió que siempre cuidaría de los conejitos.
"Es importante recordar que a veces hay cercas que necesitamos, pero siempre hay maneras de ayudar" - reflexionó la señora Margarita.
Los niños regresaron a casa, llenos de satisfacción y una nueva lección aprendida sobre cuidado y responsabilidad hacia los animales.
"Siempre podemos hacer la diferencia, si trabajamos juntos" - dijo Sofía mientras se despedían, mirando al sol que empezaba a ponerse en el horizonte.
"Sí, y lo mejor de todo es que tenemos nuevos amigos conejitos" - respondió Lucas emocionado.
Y así, el grupo de niños volvió a casa, con el corazón lleno de alegría y el espíritu de aventura, sabiendo que habían ayudado a hacer del mundo un lugar un poco mejor.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.