La Aventura en el Hospital de Macas
Era un soleado viernes en la ciudad de Macas, y un grupo de estudiantes de enfermería estaba a punto de embarcarse en una maravillosa aventura. Con sus mochilas llenas de útiles y su entusiasmo a flor de piel, se reunieron frente a la Universidad.
"Hoy vamos a aprender y a ayudar a las personas en el hospital", dijo Sofía, la más curiosa del grupo.
"Espero ver cómo se hacen las curaciones", comentó Tomás, con los ojos brillantes de emoción.
La profesora Ana, su guía, sonrió y les recordó: "Es una oportunidad para conocer el trabajo de los enfermeros y entender mejor su labor".
Al llegar al hospital, un enorme edificio blanco, se encontraron con la enfermera Clara, quien los esperaba en la entrada.
"¡Hola chicos! Estoy muy contenta de que estén aquí. Hoy aprenderemos sobre los cuidados de los pacientes y cómo funciona el hospital".
Los estudiantes recorrieron diferentes áreas, desde la sala de emergencias hasta la unidad pediátrica, donde la enfermera Clara les explicó cómo atender a los más pequeños.
"A veces los niños se asustan cuando vienen al hospital", dijo Clara. "Por eso, siempre tratamos de hablarles con mucha amabilidad y jugar con ellos".
De repente, escucharon un llanto fuerte que provenía de la sala de pediatría.
"¿Qué sucedió?", preguntó María, preocupada.
"Parece que un niño se siente mal y no quiere hacerse un chequeo", explicó la enfermera Clara, guiando al grupo hacia la sala.
Cuando llegaron, vieron a un niño de unos seis años, con el rostro surcado de lágrimas, aferrado a su madre.
"No quiero, tengo miedo..." dijo el niño con la voz temblorosa.
Tomás decidió acercarse y, recordando lo que había aprendido en clase, se agachó a su altura.
"Hola, amigo. Yo soy Tomás y también me asustaba ir al médico cuando era pequeño. Pero ellos son buenos y solo quieren ayudarte a sentirte mejor".
El niño lo miró con curiosidad, su llanto se detuvo un poco.
"¿De verdad?", preguntó, intrigado.
"Sí. ¿Te gustaría dibujar algo para distraerte?", sugirió Sofía, quien había traído algunos lápices y hojas en su mochila.
"¡Sí! Quiero dibujar un dragón!", exclamó el niño, olvidando un poco su miedo.
Mientras el pequeño dibujaba, los estudiantes se turnaron para hablarle y hacerle compañía, mientras la enfermera Clara seguía con el chequeo médico.
Poco a poco, el niño se fue relajando y cuando terminaron, sonrió agradecido.
"¡Gracias! Me siento mejor ahora".
Clara le dio un sticker brillante como recompensa y le dijo: "Eres muy valiente. ¡Sigue así!".
Al salir de la sala, el grupo de estudiantes se sintió lleno de alegría.
"Nunca pensé que ayudar así podía ser tan gratificante", comentó María, emocionada.
"Sí, a veces solo necesitas escuchar y ser amable", reflexionó Sofía.
Continuaron con su recorrido y llegaron a la sala de rehabilitación, donde conocieron a un paciente que estaba aprendiendo a caminar nuevamente. La fisioterapeuta, la doctora Leonor, les mostró los ejercicios que hacía.
"Cada pasito cuenta, y aunque a veces se siente complicado, nunca hay que rendirse", les explicó la doctora.
Inspira por la perseverancia del paciente, Sofía recordó una frase que siempre decía su abuela: "Cada esfuerzo vale la pena".
"¿Podemos ayudar también?", preguntó un entusiasta Tomás.
Así, los estudiantes se unieron a las sesiones de ejercicios, animando al paciente y aplaudiendo cada pequeño logro.
Al final de la visita, todos se reunieron en la cafetería del hospital.
"Hoy aprendí que ser enfermero no solo se trata de medicinas, sino de dar apoyo y esperanza", compartió Sofía.
"Sí, cada sonrisa que podamos dar es una medicina que ayuda a sanar", dijo María.
La profesora Ana, emocionada, los miró y dijo:
"Ustedes ya están en el camino correcto. Recuerden siempre que la empatía y la bondad son fundamentos esenciales en esta profesión".
Y así terminó su visita al hospital de Macas, llena de enseñanzas y momentos que llevarían en sus corazones. Aprendieron que la enfermería es un arte que mezcla ciencia, pero sobre todo... ¡mucho amor!
Desde ese día, cada vez que Sofía, Tomás, María y sus amigos veían a alguien en la calle o en sus familias que necesitaba ayuda, recordaban su visita al hospital y actuaban con el mismo espíritu de bondad y compasión que habían descubierto allí. Y esa, sin duda, era la lección más valiosa de todas.
FIN.