La Aventura en el Jardín Mágico



Era un día soleado en el jardín de la casa de Lila. Tenía ocho años y siempre le había gustado explorar los lugares mágicos que había en su mundo. Un día, al salir al jardín, descubrió algo asombroso.

"¡Mirá, Lila!" exclamó su amigo Tomás, señalando hacia un arbusto. "¡Hay una puerta pequeña entre las ramas!"

"¿Qué habrá dentro?" se preguntó Lila, emocionada. Ambos se acercaron despacio y, con un empujoncito, lograron abrir la puerta. Al atravesarla, se encontraron en un jardín mágico lleno de criaturas que nunca habían visto antes.

"¡Hola!" dijo un pequeño pájaro con plumas de colores brillantes. "Soy Pío y soy el guardián de este jardín. ¿Quieren hacer una aventura?"

"¡Sí!" gritó Lila.

"¡Claro que sí!" agregó Tomás.

"Perfecto. Primero, tendrán que ayudarme a encontrar las partes de las plantas que he perdido. Sin ellas, el jardín no estará completo. ¿Saben cuántas partes tiene una planta?"

"Sí, claro!" dijo Lila, emocionada. "Son raíces, tallo, hojas, flores y frutos."

"¡Exacto!", exclamó Pío. "Necesito que busquen las hojas y las flores. Cada una de ellas tiene un color diferente que representa un número de la suerte del 10 al 49. Cuando encuentren una, tendrán que decirme a qué número pertenece."

Los amigos se pusieron a buscar por todo el jardín. En un rincón, Lila encontró una hoja verde brillante.

"¡Mirá, Tomás! Esta hoja es de color verde, y el verde es el número 20. ¿Es correcto?"

Pío asintió con la cabeza. "¡Correcto! Ahora, debemos buscar las flores."

Mientras buscaban, Tomás vio algo que brillaba. "¡Allí hay una flor amarilla!"

"¡Esa es la número 30!" dijo Lila, apuntando con su dedo.

Con cada hallazgo, el jardín se llenaba de energía. Pero de repente, una nube oscura cubrió el sol y las flores comenzaron a marchitarse.

"¡Oh, no!" gritó Pío. "Si no ayudamos a las plantas, el jardín se perderá para siempre. Necesitamos cuidar de los recursos naturales y seguir las reglas que tenemos en nuestro hogar. ¿Sabías que las plantas necesitan agua, luz y amor para crecer?"

"Sí!" dijo Lila. "Debemos regar las flores y asegurar que el sol brille para ellas."

"¡Vamos a hacer eso!" dijo Tomás. Juntos comenzaron a buscar una forma de traer de vuelta el sol.

"¿Qué pasa si usamos el agua del arroyo cercano para regar las plantas?" sugirió Lila.

"Y también podemos cantar una canción para que el sol aparezca," agregó Tomás.

En equipo, fueron al arroyo, llenaron sus botellas con agua y regresaron corriendo al jardín. Regaron cada planta y comenzaron a cantar una canción alegre sobre la amistad y el cuidado de la naturaleza.

Poco a poco, la nube se fue desvaneciendo y un rayo de sol iluminó el jardín. Las flores comenzaron a abrirse y todo volvió a estar lleno de vida.

"¡Lo lograron!" celebró Pío. "¡Gracias por ayudarme! Estoy muy feliz. Ustedes son verdaderos amigos de la naturaleza."

"¡Sí! Siempre cuidaremos los recursos naturales," dijo Lila.

"Y recordaremos que todas las criaturas, sean vivos o no vivos, tienen un papel en el jardín," agregó Tomás.

"Ahora, como recompensa, voy a darles un regalo especial," anunció Pío. De sus alas brillantes, dispersó un brillo dorado que iluminó el lugar. Aparecieron hojas de diferentes colores y brillantes flores. "Tomen estas para recordar que siempre hay que cuidar nuestro hogar, el ambiente y a todos quienes nos rodean."

Lila y Tomás estaban emocionados. Agradecieron a Pío y, al regresar a casa, juraron ser siempre protectores del planeta.

Así, los dos amigos aprendieron que cuidar la naturaleza y a los seres vivos, así como seguir las reglas del hogar, era una aventura que valía la pena vivir.

FIN.

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