La Aventura en el Metro
Era una mañana soleada en Buenos Aires y las calles estaban llenas de vida. Eugenia, de diez años, y su hermana menor, Alejandra, de ocho, estaban en casa preparándose para ir al colegio. Pero hoy, algo distinto estaba en el aire.
"¿No te parece que esta vez podríamos ir solas al colegio?", propuso Eugenia con una sonrisa traviesa.
"¡Sí! Sería una gran aventura", respondió Alejandra, excitada.
Ambas niñas, llenas de entusiasmo, decidieron que tomarían el metro para llegar a la escuela. Sin avisar a sus padres, se pusieron sus mochilas y salieron de casa.
Mientras caminaban, se agarraron de la mano, y Eugenia decía: "Solo sigue mis pasos, todo saldrá bien." Las dos llegaron a la estación de metro, mirando alrededor admiradas.
"Mira, ahí viene el tren", dijo Alejandra, apuntando emocionada.
"¡Subamos!", exclamó Eugenia.
Sin pensarlo dos veces, las dos subieron al tren, llenas de alegría y nerviosismo. La experiencia era emocionante: las luces, los sonidos, las paradas. Se sentaron juntas y comenzaron a compartir ideas sobre cómo sería su día en la escuela.
La primera parada fue un tanto inesperada; se encontraron con un hombre mayor que les sonrió amablemente.
"¿Van al colegio, pequeñas?", les preguntó.
"Sí, pero estamos yendo solas por primera vez", respondió Eugenia.
"Ah, qué valientes. Siempre es bueno cuidar de uno mismo", dijo el hombre.
Pero tenían que bajar y el hombre les recomendó con el corazón que tuvieran cuidado.
A medida que el tren avanzaba, las niñas comenzaron a sentir un poco de nervios.
"Eugenia, ¿y si nos perdemos?", preguntó Alejandra, con los ojos grandes.
"No te preocupes, sé leer el mapa del metro", la tranquilizó su hermana.
Pero al intentar cambiar de línea, se dieron cuenta de que el mapa era más complicado de lo que pensaban.
"Espera, ¿dónde estamos?", dijo Eugenia, mirando alrededor, un poco confundida.
"No sé, pero creo que esto no es el camino al colegio", admitió Alejandra.
En ese momento, se sintieron un poco solas y asustadas. Todos los rostros en el tren parecían extraños.
"Eugenia, ¿qué hacemos?", preguntó Alejandra, apretando su mano.
"Voy a preguntarle a alguien", decidió Eugenia, y se levantó.
Eugenia se acercó a una mujer con una mochila grande.
"Disculpe, señorita, ¿podría ayudarnos? Nos perdimos y necesitamos volver a nuestro colegio", dijo Eugenia con una voz decidida.
"Claro, chicas. Esta línea las llevará de vuelta. Yo me bajo en la próxima parada, así que puedo acompañarlas", ofreció la mujer con una sonrisa.
Las niñas se sintieron aliviadas. La mujer las guió amablemente a través de la estación, explicándoles cómo leer el mapa.
"Siempre es bueno pedir ayuda, no tengan miedo. Todos nos perdemos a veces", les comentó la mujer, mientras el tren se detuvo.
"Gracias por ayudarnos", dijo Alejandra, mirando a su hermana.
Eventualmente, llegaron a la parada correcta y con un fuerte abrazo de agradecimiento a la amable mujer, bajaron del tren.
"¡Lo logramos!", exclamó Eugenia.
"Pero no hemos aprendido la lección. Nunca más lo haremos sin avisar", reflexionó Alejandra.
Finalmente, llegaron al colegio un poco más tarde de lo planeado, pero felices y más unidas que nunca.
"Este fue un gran día, aunque un poco loco", rió Eugenia.
"Sí, pero también aprendimos que hay que ser responsables", concluyó Alejandra.
Al final de la jornada, al encontrarse con su madre, ambas estaban un poco nerviosas.
"Mamá, hoy hicimos algo diferente…", comenzó Eugenia. Tuvo que contar todo lo sucedido. La madre escuchó, y aunque estaba preocupada, también se dio cuenta de que sus hijas habían aprendido una valiosa lección.
"Construyeron recuerdos hermosos, pero es importante que siempre me avisen sobre sus planes. La aventura puede ser buena, pero la seguridad es lo primero
FIN.