La Aventura en el Parque
Era un hermoso día de sol cuando Mateo y Joaquín decidieron visitar el parque que estaba justo al lado de la casa de su mamá. La brisa suave traía consigo el sonido de risas de otros niños disfrutando de los juegos y la calesita.
"¡Vamos, Joaquín! A ver quién se tira primero por el tobogán", dijo Mateo con una sonrisa traviesa.
"¡Yo, yo! Seguro que voy a bajar volando", respondió Joaquín, con el aire de competencia que a ambos les encantaba.
Los dos corrieron hacia el tobogán, que brillaba bajo el sol. Mateo fue el primero, trepando los escalones con sus manos fuertemente apresadas a la barandilla. Cuando llegó a la cima, miró hacia abajo, sintiéndose un poco nervioso. Pero recordó que no estaba solo, y eso le dio valor.
"¡Allá voy!", gritó y se dejó caer. Viento en su cara y risa desbordante, llegó al final con un aterrizaje perfecto.
"¡Eso fue increíble! ¡La próxima es mi turno!", se entusiasmó Joaquín, haciéndose camino rápidamente hacia la cima del tobogán.
Joaquín se deslizó y aterrizó con gracia, echando una carcajada de alegría. Ambos se sentaron un momento, disfrutando del momento de triunfo.
Después del tobogán, los dos se dirigieron a la calesita. Los caballitos de madera estaban pintados de colores vivos, girando lentamente con música alegre de fondo.
"¿Te imaginás ser un caballito que nunca se detiene?", preguntó Mateo mientras subía a uno de ellos.
"¡Sí! Sería el caballito más rápido del mundo!", exclamó Joaquín, subiendo al caballito de al lado.
La calesita comenzó a girar, aumentando su velocidad. Los dos hermanos reían sin parar, sintiéndose libres como el viento.
Luego de varias vueltas, decidieron dar un paseo por el parque. Mientras caminaban, se encontraron con un grupo de niños jugando al fútbol.
"¿Querés jugar con nosotros?", les preguntó uno de los niños.
"¡Sí!", respondieron al unísono los hermanos.
Mateo y Joaquín se unieron al juego, corriendo detrás de la pelota. Mientras jugaban, Joaquín notó que uno de los niños parecía triste, apartado del juego.
"¿Por qué no jugás?" le preguntó Joaquín a un niño que estaba sentado en la sombra.
"No puedo, no tengo zapatillas", respondió el niño melancólicamente.
Joaquín miró a Mateo y, sin pensarlo dos veces, tuvo una idea.
"¿Qué tal si compartimos nuestras zapatillas un rato y jugamos todos juntos?", sugirió Joaquín.
Mateo, apoyando la idea, agregó: "Así todos se divierten. ¡Vení, probá mis zapatillas!". Tras un breve momento de duda, el niño sonrió y se unió al juego descalzo.
Juntos, jugaron con entusiasmo, el niño que se encontraba triste ahora sonriendo como nunca. La sonrisa en su rostro se convirtió en alegría contagiosa para todos.
Después de jugar un rato, la mamá de Mateo y Joaquín los llamó desde un banco cercano, invitándolos a merendar.
"¡Qué bien! ¡Nos vemos después, chicos!", gritaron mientras se alejaban.
Al regresar a casa, Mateo y Joaquín hablaban sobre lo divertido que había sido el día.
"Hoy aprendí que compartir es lo más lindo que podés hacer", dijo Joaquín, recordando al niño del parque.
"Sí, y también que la felicidad se multiplica cuando incluís a otros", concluyó Mateo.
Y así, con sus corazones llenos, los dos hermanos pasaron un día inolvidable, no sólo de diversión, sino aprendiendo a ser más generosos y amables unos con otros.
FIN.