La Aventura en el Parquecito



Era un hermoso día de sol en el Parquecito Central. Los pajaritos cantaban y las flores lucían colores brillantes. En esos momentos mágicos, se encontraban Lío, un perrito pequeño, y su amiguita Sofía, una niña con una gran sonrisa. Sofía se había llevado a Lío a jugar con su pelotita.

"¡Vamos, Lío, vení a buscarla!" - gritó Sofía mientras lanzaba la pelotita con todas sus fuerzas.

Lío, que era un perrito muy inquieto, corrió detrás de la pelotita, aunque a veces se distraía con las mariposas que volaban cerca.

"¡Mirá, Sofía! ¡Una mariposita!" - ladró Lío emocionado.

"¡Claro, Lío! Pero antes, ¡traeme la pelotita!" - Sofía le recordó.

Después de un rato de juegos, Sofía y Lío se sentaron en el césped para descansar. De repente, escucharon una risa muy fuerte. Era Tomás, el amiguito de Sofía, que llegó corriendo al parque con una pelota de fútbol enorme.

"¡Ey, Sofía! ¡Vení a jugar con nosotros!" - invitó Tomás.

Sofía no quiso dejar de lado a Lío, así que pensó en una idea genial:

"Podemos jugar juntos. Lío puede ser el árbitro y yo puedo ser la portera."

A Tomás le pareció excelente la idea y comenzaron a jugar. Mientras se divertían, comenzaron a discutir sobre el tamaño de la pelota.

"¡Es un pelotón gigante!" - dijo Sofía, asombrada por la pelota de Tomás.

"O es una pelotita muy chiquita para un fútbol de verdad, ¡mirá lo enorme que es!" - bromeó Tomás, riendo.

En ese momento, Lío, queriendo ser parte de la conversación, ladró:

"¡Yo tengo la mejor pelota! ¡Es la más divertida de todas!" - ladró con entusiasmo.

"¿Cuál es, Lío?" - preguntó Sofía, intrigada.

"¡La que pueden llevar en sus manitos!" - replicó Lío, moviendo la colita.

Rieron juntos tras la ocurrencia del perrito. Pero, al intentar hacer un gol, Tomás pateó la pelota demasiando fuerte y ¡paf! , la pelota voló hacia un arbusto. Ellos se quedaron mirando, incrédulos.

"¡Nooo! ¿Qué hacemos ahora?" - dijo Sofía, mirando a Tomás con preocupación.

"¡Voy yo!" - exclamó Tomás, lleno de valentía. Corrió hacia el arbusto, pero cuando lo hizo, vieron que había un pequeño perrito atrapado entre las ramas.

"¡Es un perrito diminuto! Estaba escondido aquí. ¡Pobre cosita!" - Sofía se acercó con ternura.

"¡Tenemos que ayudarlo!" - dijo Tomás, intentando liberar al perrito. Con mucho cuidado, juntos sacaron al mini-peludito del arbusto.

"¡Sos muy bravito, eh!" - le dijo Lío al nuevo perrito.

El perrito más pequeño movió su colita y ladró suavemente. Sofía le acarició la cabeza y le preguntó:

"¿Cómo te llamás, pequeño?"

Esa fue la chispa que trajo una nueva amistad. Pronto, los tres perritos y Sofía y Tomás empezaron a jugar juntos en el Parquecito.

Lío, en sus andanzas, encontró la pelotita que habían perdido y todos se divirtieron jugando, riendo y haciendo nuevos amigos.

"Ahora somos un equipo de perritos grandotes y chiquitos. ¡Qué divertido!" - proclamó Sofía, mientras todos se lanzaban la pelotita en un nuevo juego de buscar.

Cuando el sol comenzaba a esconderse detrás de los árboles, Sofía pensó en lo bonito que había sido ese día con sus nuevos amigos.

"El Parquecito nos trajo mucha alegría hoy, ¿verdad?" - sonrió mientras acariciaba a Lío y miraba al nuevo perrito.

"Sí, Sofía, ¡y es increíble cómo los tamaños no importan cuando jugamos juntos!" - respondió Tomás, con la cara llena de felicidad.

Así, entre risas, juegos y nuevos lazos, el Parquecito se convirtió en su lugar favorito. Aquella jornada les enseñó que no importa si uno es un perrito diminuto o un niño gigante, los momentos compartidos son lo que realmente importa.

Y así, Sofía, Tomás, Lío y el nuevo perrito continuaron sus aventuras en el Parquecito, llenos de alegría y amistad, siempre recordando que, grandes o pequeños, lo que realmente importa es el cariño que se comparten.

FIN.

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