La Aventura en la Bajada del Lagarto
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, se contaba la leyenda de la temida Bajada del Lagarto. Era un sendero angosto y rocoso que conducía hacia un hermoso lago secreto, pero su reputación de peligro era conocida por todos. Los aldeanos advertían a los niños: "Cuidado con el camino, un paso en falso y rodarás hasta caer al río".
Un día, dos amigos, Lucía y Mateo, decidieron que era hora de aventurarse. Despertaron temprano y con la luz del sol brillando en sus caras, Lucía dijo:
"Mateo, hoy es el día. Vamos a encontrar el lago secreto".
"Sí, pero debemos tener mucho cuidado. La Bajada del Lagarto es peligrosa", respondió Mateo, un poco nervioso.
Caminaron decidido hacia la bajada. Por el camino, se encontraron con la anciana Clara, una mujer sabia del pueblo, que les dijo:
"¿A dónde van, pequeños aventureros?".
"Vamos a encontrar el lago secreto", respondió Lucía emocionada.
"Recuerden siempre: la precisión es importante. Para cruzar el río, necesitarán las varas. Úsenlas con cuidado y mantengan el equilibrio".
Lucía y Mateo asintieron y continuaron su camino. Al llegar a la Bajada del Lagarto, miraron las piedras que parecían pequeñas trampas. Lucía tomó un profundo respiro.
"Voy a ir primero, sígueme, Mateo".
Con un paso firme, Lucía comenzó a descender. Pero en un momento, tropezó con una piedra y, como un corcho en el agua, comenzó a rodar.
"¡Lucía!" gritó Mateo desesperado.
Afortunadamente, la caída no fue tan mala. Lucía aterrizó en un montón de hojas secas al borde del río, acomodándose entre unas rocas. Un poco aturdida, sonrió y dijo:
"¡Estoy bien!".
Mateo se acercó con cuidado y ayudó a Lucía a levantarse. Ambos miraron el río que se extendía ante ellos.
"Ahora necesitamos las varas para cruzar," dijo Mateo, señalando unas ramas gruesas que flotaban en el agua.
"Yo puedo hacerlo", afirmó Lucía, decidida. Pero, de repente, un fuerte viento sopló y las varas se movieron. Lucía se detuvo, con miedo reflejado en su rostro.
"¿Y si caemos al río?" dijo Mateo, preocupado. Ambos se miraron y, aunque el temor estaba presente, la determinación de cruzar al otro lado era mayor. Entonces, Lucía sugirió:
"Podemos hacerlo juntos. Un paso a la vez. Tú sostén una vara y yo la otra, así tendremos más equilibrio".
Mateo asintió, sintiéndose más valiente con la decisión de su amiga. Con cuidado, uno frente al otro, avanzaron hacia las varas. Pasaron un par de minutos moviéndose lentamente, siempre apoyados el uno en el otro. Con cada paso, el miedo disminuía.
De repente, Mateo hizo un movimiento en falso. Se tambaleó, pero Lucía, rápida, lo sostuvo con firmeza.
"¡Vamos, no te rindas! Un paso más," dijo con confianza.
"Sí, claro, tengo que seguir adelante. ¡Lo lograremos!" dijo Mateo recuperando la calma.
Al fin, lograron cruzar el río y se encontraron en el otro lado, donde el sendero se abría a un paisaje deslumbrante. Árboles enormes y flores de colores rodeaban el lago, que brillaba como un espejo bajo el sol.
"¡Lo hicimos!" exclamó Lucía, saltando de alegría.
"¡Es más hermoso de lo que imaginé!" respondió Mateo, mirando a su alrededor.
Se sentaron a la orilla, contemplando la belleza que los rodeaba y riendo juntos. Entendieron que, a veces, la verdadera aventura no era el destino, sino el valor de enfrentar los desafíos lado a lado.
Cuando decidieron regresar al pueblo, lo hicieron con orgullo, recordando cómo habían superado el miedo, apoyándose el uno al otro. Tras su aventura, se convirtieron en los mejores amigos del pueblo, animando a otros niños a no tener miedo de explorar y a confiar en sus amigos siempre que las cosas se complicaran.
Y así, la temida Bajada del Lagarto ya no fue una historia de miedo, sino una leyenda de valentía, amistad y aventuras compartidas.
FIN.