La Aventura en la Casa Abandonada



Una noche estrellada, tres amigos muy peculiares se juntaron a charlar. Eran un Auto, un Oso y un Pájaro. Mientras conversaban sobre sus días, el Pájaro, siempre inquieto y curioso, tuvo una idea.

"¡Chicos!", dijo el Pájaro emocionado. "¿Qué les parece si vamos a explorar esa casa abandonada del barrio? He escuchado que hay cosas misteriosas ahí dentro".

El Oso, un poco más cauteloso, miró al Pájaro y respondió:

"No sé, Pájaro. Las casas abandonadas suelen dar un poco de miedo, ¡y yo tengo muchas ganas de dormir!".

El Auto, quien siempre estaba listo para una aventura, interrumpió:

"Vamos, Oso. ¡No hay que tener miedo! Será divertido. Además, yo puedo llevar a ambos. ¡Suban!".

El Oso dudó un momento, pero la emoción del Pájaro era contagiosa.

"Bueno, ¿por qué no? Pero si sentimos que es peligroso, nos vamos enseguida".

Así, se pusieron en marcha. El Auto encendió su motor y comenzó a rodar por la carretera desierta. El Oso se acomodó en el asiento trasero, mientras el Pájaro volaba cerca, mirando todo con gran curiosidad.

Cuando llegaron a la casa, la luna iluminaba su fachada antigua. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y la puerta chirriaba como si estuviera quejándose de tantos años de soledad.

"Mirá!", dijo el Pájaro, emocionado. "¡Qué casa más misteriosa!".

"Más bien parece un lugar aterrador", replicó el Oso, sintiéndose un poco nervioso.

Pero el Pájaro, sin dudar, comenzó a picotear la puerta.

"¡Vamos, amigos! Solo es una casa".

El Auto, valiente, extendió su espejo retrovisor como si fuera un faro que iluminara el camino de entrada.

"Si entramos, lo haremos juntos, ¿sí?".

Cuando al fin lograron abrir la puerta, el interior era tan oscuro que el Auto tuvo que encender sus luces para que pudieran ver.

En el centro, se encontraron con muebles cubiertos de polvo y telarañas en los rincones. De un rincón, un sonido suave comenzó a retumbar, como un pequeño tambor.

"¿Qué es eso?", preguntó el Oso, acurrucándose contra el Auto.

El Pájaro voló alto, intentando ver con claridad.

"Parece que viene de la cocina. Vamos a investigar."

Con mucho cuidado, se acercaron. Al entrar en la cocina, descubrieron a un pequeño Rato que estaba tratando de arreglar una vieja radio que había encontrado en la casa.

"¡Hola!", dijo el Rato al ver a sus nuevos visitantes. "¡Estoy tratando de poner en marcha esta radio! ¿Quieren ayudarme?".

El Oso, más tranquilo al ver que no había peligros, se acercó.

"Claro que sí. ¿Cómo podemos ayudarte?".

El Rato explicó que necesitaba un par de cables para poder hacerla funcionar. El Auto, siempre ingenioso, recordó que en su maletero tenía algunos cables que podían servir.

"¡Yo tengo unos!" grito el Auto.

Rápidamente, el Auto sacó los cables y el Rato comenzó a trabajar. Cuando terminó, encendió la radio, que comenzó a emitir una melodía alegre que llenó el aire

"¡Lo logré!", exclamó el Rato, bailando de felicidad. "¡Esto es increíble! Gracias, amigos."

El Oso sonrió, sintiéndose orgulloso de haber ayudado. El Pájaro, saltando de alegría, dijo:

"¡Esto lo hizo todo posible! Si no hubiéramos venido a explorar, nunca hubiéramos conocido a nuestro nuevo amigo!".

Así, los tres amigos se unieron al baile del Rato. Rieron, cantaron e hicieron nuevos planes juntos. Al final de la noche, decidieron que la casa abandonada no era un lugar de miedo, sino un sitio lleno de diversión y amistad.

Cuando el sol empezó a salir, cada uno se despidió con una promesa.

"¡Volveremos!", dijo el Pájaro.

"Sí, y traeremos más amigos para que conozcan al Rato y disfruten de la música", agregó el Oso.

"Y yo traeré mis mejores historias para compartir", finalizó el Auto.

Con una sonrisa en sus rostros, los tres amigos se despidieron y se dirigieron a casa, dejando la puerta de la casa abandonada abierta para nuevas aventuras.

Y así, aprendieron que a veces, lo desconocido puede traer sorpresas maravillosas y que la amistad siempre encuentra la manera de iluminar hasta los rincones más oscuros.

FIN.

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